Estamos ante una narradora de raza cuya creatividad esperamos no se resienta como consecuencia de su merecida notoriedad mediática. Vallvey pertenece a la estirpe de las mujeres que protagonizan el excelente Escrito por brujas (2005) de Antonio González Ballesteros. Huelga decir que tanto AGB como el que esto escribe preferimos la acepcióninglesa para bruja, pues ni la fealdad ni la maldad –mucho menos la vulgaridad– son términos que puedan aplicarse a Mary W. Shelley o a la Vallvey (¿estaré comparando lo incomparable?).
A diferencia del relato de la inglesa, las fábulas de la manchega no parecen ser fruto de ningún hecho catárquico, sino el resultado de un minucioso esfuerzo creativo y formal, bien alejado de la fórmula bestellística tan cara a algunos de nuestros narradores más exitosos.
En este sentido, Todas las muñecas…, el diario que la terapeuta Sonia La Roja ha ido componiendo con las notas que toma cuando pasa consulta, sus anécdotas personales y las cartas que recibe en su consultorio, que a menudo recuerdan a la apasionante y adictiva sección sentimental de The Sun, con diferencia la parte más interesante del tabloide británico, es un divertido experimento que devuelve al lector a la frescura de novelas como El año que viene en Tánger, de Ramón Buenaventura. Como en muchas otras disciplinas artísticas, la experimentación es para los que pueden, no para los que quieren.
Ignoro hasta qué punto los textos admiten una lectura alternativa –por ejemplo, primero las cartas del consultorio y luego el resto–, no por impericia o falta de trabazón de la gozosa retahíla, sino porque en cierto modo la propia estructura del texto constituye un simpático desafío a los acostumbrados a buscar patrones y moldes. Sea como fuere, la relectura será diferente.
Además de esto, Todas las muñecas… maneja con destreza el sutil juego entre la voz propia y la vicaria sin llegar al marujeo, también propio de las "grandes narradoras" del momento, que lo suelen adornar con la imprescindible ración de cuernos propios o ajenos. Eso sí, a veces la lectura de la novela sugiere lo que algunas amistades probablemente contarán de uno –¿cuántas mantendríamos si supiéramos lo que dicen de nosotros? No recuerdo de quién es la cita, pero razón no le falta. Y también algo que podría provocar tantas carcajadas aparentemente inopinadas: la plasmación negro sobre blanco de lo que a menudo solemos pensar y contar de nuestros propios amigos. Confío en no ser el único que experimente esta sensación, a caballo entre el placer y el remordimiento, leyendo a Vallvey.
En otro orden de cosas, tanto Sonia como sus amigas, de entre las que sobresalen la zoóloga y la taxonomista, personajes por cierto, nada gays (yo también le agradezco a José Ormaetxe haber evitado el deslizamiento de la novela hacia parajes neoyorquinos), tienen claro que hombres y mujeres somos diferentes, pero que estamos condenados a entendernos en una coexistencia cada vez más obscena. Una especie de "paz conflictual", que dirían los progres, por la que cada uno transita lo mejor que puede. Rivales, pero no enemigos, pues al fin y al cabo no nos queda otro remedio que convivir. Conflictos y desavenencias descritos con ese fino sentido del humor que siempre oculta una lágrima.
Todas las muñecas… no es obra apta para cursis o profesionales del victimismo. Al contrario, y como otras creaciones anteriores de la autora, es un viaje hacia la poca sabiduría que podamos acumular en el escaso tiempo que tenemos, fundamental para evitar la depresión y otras enfermedades de nuestro tiempo.
Si en Los estados carenciales Vallvey se rebelaba contra la nostalgia y la melancolía, en esta entrega de su particular Educación Sentimental la autora parece animarnos a ser capaces de reírnos de nuestras propias tragedias, o por lo menos a contemplarlas desde una distancia que nos permita esbozar una leve sonrisa durante el próximo terremoto emocional.
Resulta casi innecesario remarcar que probablemente tengamos que esperar un buen rato antes de su próxima historia –editores afanosos, vade retro. Confío en que la autora sepa distinguir entre oportunidades productivas y cantos de sirena. Tino y mesura para ello no le faltan.
Ángela Vallvey también es poetisa. Su Nacida en cautividad fue galardonado con el IV Premio de Poesía Ateneo de Sevilla en 2006. Poesía contemplativa, dicen algunos, aunque a mi juicio eso sólo valdría si considerásemos también contemplativas las novelas de la brasileña Clarice Lispector, o si creyésemos que versos como éstos, simples, que no simplistas, y que expresan algunos de los más dolorosos dilemas a que todo amante de la libertad se enfrenta continuamente, obedecen a la metafísica:
¿Qué me impide ser libre?
– Ser libre encierra
una cierta forma de traición–.
(…)
Es cierto, no soy libre y
yo no sé muchas cosas,
pero sé una gran cosa:
que las cosas
son lo que son
porque fueron
lo que fueron.
No obstante, si se pudiera señalar algún hilo conductor en la obra de Vallvey, éste sería sin duda su preocupación por la forma en que el hombre se las arregla para alcanzar la satisfacción, antesala necesaria de la felicidad, y que en un reciente artículo la autora ubicaba lejos del conformismo.
¿Qué nos queda, entonces? Todas las muñecas son carnívoras parece sugerir una mezcla de leve pesimismo y adaptación. Si bien muchas mujeres se encuentran atrapadas en el tira y afloja entre unas leyes naturales –o herencia memética, que dirían los psicólogos de la evolución– probablemente disfuncionales en el mundo en que vivimos y una sociedad en la que la protección del macho tal vez sea cada vez más prescindible (la "señora de" que sin embargo "parece una clónica de Hillary Clinton", o la Hillary Clinton que se siente culpable por no haber dado a ninguno la oportunidad de retirarle), no por ello deben tornarse hombres, o viceversa –he aquí la diferencia fundamental entre feminista y feminazi.
Quizá convendría que cada uno hiciera su propio pacto con las circunstancias; negociar, en el mejor sentido de la palabra. Y que a partir de ahí llegase hasta donde pueda, estirando la naturaleza hasta el punto de mayor elasticidad sin deformar el núcleo. ¿Misión imposible? Dejen que se lo cuenten las muñecas de Vallvey.