Toda sociedad verdaderamente libre y próspera requiere del establecimiento, defensa y respeto de unos derechos compartidos entre mujeres y hombres. Desde su origen, los movimientos a favor de la igualdad de la mujer y el hombre resultaron –y siguen resultando– tan necesarios como encomiables. Sin embargo, como enquistada malformación de esos nobles y justos ideales, algunos de esos movimientos se radicalizaron, convirtiéndose en varios feminismos que han ido tergiversando el auténtico fondo y forma de aquellas iniciales primeras causas. Tales feminismos tienen en su raíz un descarado odio contra el hombre y unas agendas liberticidas.
Es curiosamente una mujer, la respetada Katie O'Beirne, quien demuestra que el plan escondido de la radicalización feminista no es la defensa de la mujer, sino el odio a todo lo masculino. De ahí pasa a desmontar ese "mantra" feminista –muy ligado a las izquierdas ideológicas y políticas– que insiste en que los hombres son los verdaderos enemigos del progreso de la mujer. En esa suerte de "femiestalinismo" combativo el único objetivo es plantar batalla contra el hombre, contra la familia y contra todas las instituciones –incluida la militar– que son juzgadas como "patriarcales" y "opresoras", que se contemplan con desprecio y sospecha destructora.
Alejadas de sus iniciales y justas reivindicaciones femeninas de igualdad de oportunidades, la radicalización feminista que hoy observamos no tiene ningún interés en mejorar las condiciones de la mujer, sino que ha llevado a la creación de trincheras de coerción y protesta antimasculina. La propaganda y la retórica contra el hombre por el único hecho de serlo es el santo y seña de los feminismos radicales, que quedan expuestos y ridiculizados por O'Beirne.
O'Beirne desenmascara sin contemplaciones a algunas de las mujeres que, autoproclamadas feministas, mantienen altos niveles de popularidad en la sociedad norteamericana actual, en el mundo de la política (Hillary Clinton), el periodismo (Maureen Dowd) o la judicatura (Ruth Bader Ginsburg). La autora de Women who make the world worse se apoya en una excelente documentación, que da fundamento su tesis y enriquecen la sutil ironía que preside estas páginas. Quizá hubiera sido deseable que diferenciara algo más entre las variadas tipologías teóricas del feminismo contemporáneo. Con todo, su análisis acierta en el fondo y la raíz de los compartidos reclamos feministas y en el contenido de esas voces que –pese a su cantinela políticamente correcta– acaban siendo tan trasnochadas como injustas.
O'Beirne discute inicialmente el debilitamiento de la familia a manos del feminismo radical, más preocupado por atacar al llamado "patriarcado" masculino que por generar áreas de encuentro y armonía, y demuestra la permanente negación feminista de la familia como concepto nuclear de todo individuo y sociedad (capítulo 1). También aborda la cuestión de la educación infantil y los ataques a valores tradicionales, como la importancia de la responsabilidad familiar –tanto del padre como de la madre–, y desmonta las ridículas alegaciones de un supuesto síndrome infantil por el constante y natural lazo entre madre e hijo (cap. 2).
En las páginas que tratan del manido asunto del desigual pago laboral incluye recientes y contrastados datos estadísticos que desmitifican esa premisa y la idea de que la mujer siempre cobra menos que el hombre por igual trabajo (cap. 3). La cuestión de la diferenciación de géneros en terrenos como el deporte escolar y lo que promueven –dentro de lo políticamente correcto– las agendas del feminismo radical aparece muy bien tratado. O'Beirne prueba el error de que el desinterés general de muchas jóvenes por el deporte se deba a la discriminación de la mujer en ese ámbito o a las condiciones sociales que, supuestamente, privan a la hembra de ejercer actividades calificadas por el "patriarcado" como "masculinas" (caps. 4 y 5).
Como era de esperar, en el código feminista no podía faltar la cuestión de la presencia femenina en los estamentos militares (cap. 6). Contra lo que se suele argüir, el ideario liberal-conservador ha apoyado siempre a la mujer mucho más que las ideologías de las izquierdas sobre las que se sustenta el feminismo, como demuestra (cap. 7). Finalmente, el tema del aborto se analiza a la luz de las ideas del feminismo, mostrándose el escaso interés de dichos grupos por la verdadera defensa de la vida, bajo excusas y eufemismos como ese de "abortos parciales". O'Beirne defiende el derecho de la mujer –como de cualquier hombre– a decidir, pero siempre en el marco del primero de los derechos humanos: el derecho a la vida (cap. 8).
Frente a la propaganda de las izquierdas, Women who make the world worse expone las lacras del feminismo radical y su ruptura con los ideales comúnmente aceptados por la inmensa mayoría de la ciudadanía: la familia, la igualdad de oportunidades, la educación, el trabajo, la seguridad. Con gran habilidad y conocimiento, O'Beirne ha escrito un libro, como mujer y como ciudadana de la más vieja democracia del planeta, que sirve de documento para conocer la falsedad del feminismo trasnochado, así como la paradoja de que sean justo esas radicales feministas las que menos están ayudando al avance de la mujer.
No sorprende encontrar declaraciones estupefacientes de algunas de estas representantes del feminismo exacerbado, como aquella en que la jueza del Tribunal Supremo de EEUU Ruth Bader Ginsburg consideraba el amor maternal como un mito que los hombres han creado para hacer creer a las mujeres que hacen su labor perfectamente. Entre las varias y sorprendentes referencias que ofrece O'Beirne vale la pena recordar la de la psicóloga feminista Sandra Scarr, para quien el deseo del niño por su madre es un desorden psiquiátrico, lo que ella denomina "Síndrome EMA" (Exclusive Maternal Attachment).
En el marco de unos medios de comunicación muy propensos a lo políticamente correcto y unos gobiernos supeditados a cupos y concesiones, los datos y hechos que aporta O'Beirne exponen la farsa de un adoctrinamiento general en las falsas premisas del radicalismo feminista. Cuando se nos invade en los noticiarios con lamentables casos de "violencia doméstica" o "violencia de género" no cabe culpar al género masculino, sino a unos individuos particulares que merecen estar en la cárcel. Para eso hace falta un eficiente plan policial y un sistema judicial adecuado y efectivo.
La cuestión del acoso sexual, de la que tanto se abusa en EEUU y en otras democracias del mundo, es casi sacralizada por buena parte del feminismo, sin que apenas se dé opción de defensa al hombre. O'Beirne muestra con detalle cómo toda la teoría subyacente al acoso sexual se apoya en los trabajos de Catharine McKinnon, quien declaró "violación" cualquier tipo de acto heterosexual.
El lector interesado encontrará en este volumen páginas de gran interés sobre el sentido final de estos feminismos, así como sobre la necesidad de generar verdadera armonía –y no lucha– entre los sexos.