Isabel Burdiel, de la Universidad de Valencia, y Manuel Pérez Ledesma, de la Autónoma de Madrid, han publicado una compilación de biografías, titulada Liberales eminentes, que se suma a otra que editaron en el año 2000 bajo el título de Liberales, agitadores y conspiradores.
La obra que aquí reseñamos sostiene dos planteamientos. El primero es que el género biográfico proporciona un conocimiento de una época que otros métodos no logran, y por eso, y en homenaje a Lytton Strachey y sus Victorianos eminentes, los compiladores han titulado su libro Liberales eminentes. Declaran que su propósito es, por tanto, conocer a través de las biografías la "conflictiva historia" del liberalismo español desde principios del siglo XIX hasta el "dramático final" de la Segunda República. El segundo es demostrar la "vitalidad" de "esos otros liberalismos que se apartaron de la gran corriente conservadora"; es decir, que el pensamiento y las actividades de progresistas, demócratas y republicanos ayudaron a configurar la España contemporánea, y que su historia no se puede desdeñar o "calificar globalmente como la historia de un fracaso" (p. 10).
La aportación del género biográfico al conocimiento histórico es tan indiscutible como el segundo planteamiento, pues no hay hoy día historiador profesional alguno que rechace de manera global el liberalismo progresista, ni a todos sus hombres, actos, obras escritas y constitucionales, o que lo tache simplemente de fracasado. El reconocimiento no supone la alabanza ni exime del análisis crítico. La crítica convierte un saber en una disciplina científica que, en el caso de la historia, la aleja de hagiografías y martirologios de otros tiempos académicos y políticos –quiero creer–, incluso de autores en exceso identificados con el objeto de estudio.
La historiografía de estos últimos treinta años ha sido, en general, muy benevolente con progresistas, republicanos y socialistas, lo que quizá se deba al dominio de un paradigma académico coincidente con esos postulados. Por ejemplo, no es fácil encontrar una biografía crítica, en estos tres decenios, de personajes como Argüelles, Mendizábal, Joaquín María López, Ruiz Zorrilla, Sagasta o Prim, y menos de Pi y Margall o Salmerón. Incluso hay alguno que, historiando la vida de estos personajes, dice que fueron "poco revolucionarios". Parece que el historiador deba tomar partido en el trabajo que hace, y ensalzar a unos y vituperar a otros; a otros que casi siempre son los mismos. Sabemos que el autor queda reflejado en su obra, y que sus palabras no son más que una representación de su visión del mundo. Si progresistas, republicanos y socialistas contribuyeron a constituir la España contemporánea tanto como los diversos grupos de la derecha, somos todos herederos de unos y otros. Esto es así, a no ser que queramos proyectar al pasado pleitos del presente.
La obra en cuestión es una buena colección de biografías de personajes del XIX. Destacan varias. La narración que de la vida de Rafael del Riego hace Juan Francisco Fuentes es buena, pues expresa con toda claridad la mentalidad liberal romántica de principios del XIX y las dificultades políticas del Trienio. María Cruz Romeo Mateo, siempre elegante en sus trabajos, describe a Concepción del Arenal como una intelectual de su tiempo, inestable entre el liberalismo, el reformismo social y el krausismo.
Tres de los cuatro presidentes de la República de 1873 tienen un estudio biográfico en este libro. Fernando Martínez López revisita a Nicolás Salmerón. Ángel Duarte reconstruye con mucho acierto la difícil biografía del jefe del Estado que una noche huyó en tren, Estanislao Figueras, señalando el daño que causó este episodio en la credibilidad del republicanismo. Figueras, como ve Duarte, es un ejemplo de la variedad inconsistente de aquel movimiento republicano del XIX. Pere Gabriel condensa la trayectoria de Pi y Margall, y aunque asegura que no va a entrar en el análisis de su actuación y pensamiento, se adentra totalmente, porque Pi careció de vida privada reseñable. A pesar de la calidad del trabajo, albergo serias dudas de que tenga cabida en un volumen titulado Liberales eminentes. Aquel federal no tuvo reparo en su juventud en repetir el lema proudhoniano de "La propiedad es un robo" (con el tiempo, sí, se retractó); y en 1864 encabezó la llamada tendencia socialista del Partido Demócrata. En la Restauración ordenó y templó su pensamiento. Pero Pi y Margall fue un hombre complejo, como muchos del XIX, de ahí que le reclamaran como propio anarquistas, federales, socialistas, catalanistas y hasta los independentistas cubanos, pero nunca los liberales.
Probablemente habría facilitado el asunto una definición inicial, en la introducción, sobre qué entienden los compiladores por liberal en el XIX y comienzos del XX, o haber titulado el libro como el congreso donde se originó: Progresistas, demócratas y republicanos. Biografías heterodoxas del siglo XIX español.
Quizá uno de los textos que mejor reflejen el propósito de Lytton Strachey –tomar gente poco conocida para explicar una época– sea el de Pérez Ledesma sobre Aurelio Blasco Grajales, el prototipo de revolucionario decimonónico, criado en una familia progresista que vio pasar la revolución de 1868. Fue periodista y masón por tradición, federal en la II República y fiel a sus convicciones casi hasta la muerte. Falleció en el asilo de las Hermanitas de los Pobres, tras retractarse por escrito de todos los errores que había cometido en materia religiosa. Tenía entonces noventa y tres años.
En suma, buenas biografías. Muchos liberales. Pero no todos lo eran.
MANUEL PÉREZ LEDESMA e ISABEL BURDIEL: LIBERALES EMINENTES. Marcial Pons (Madrid), 2008, 447 páginas.
La obra que aquí reseñamos sostiene dos planteamientos. El primero es que el género biográfico proporciona un conocimiento de una época que otros métodos no logran, y por eso, y en homenaje a Lytton Strachey y sus Victorianos eminentes, los compiladores han titulado su libro Liberales eminentes. Declaran que su propósito es, por tanto, conocer a través de las biografías la "conflictiva historia" del liberalismo español desde principios del siglo XIX hasta el "dramático final" de la Segunda República. El segundo es demostrar la "vitalidad" de "esos otros liberalismos que se apartaron de la gran corriente conservadora"; es decir, que el pensamiento y las actividades de progresistas, demócratas y republicanos ayudaron a configurar la España contemporánea, y que su historia no se puede desdeñar o "calificar globalmente como la historia de un fracaso" (p. 10).
La aportación del género biográfico al conocimiento histórico es tan indiscutible como el segundo planteamiento, pues no hay hoy día historiador profesional alguno que rechace de manera global el liberalismo progresista, ni a todos sus hombres, actos, obras escritas y constitucionales, o que lo tache simplemente de fracasado. El reconocimiento no supone la alabanza ni exime del análisis crítico. La crítica convierte un saber en una disciplina científica que, en el caso de la historia, la aleja de hagiografías y martirologios de otros tiempos académicos y políticos –quiero creer–, incluso de autores en exceso identificados con el objeto de estudio.
La historiografía de estos últimos treinta años ha sido, en general, muy benevolente con progresistas, republicanos y socialistas, lo que quizá se deba al dominio de un paradigma académico coincidente con esos postulados. Por ejemplo, no es fácil encontrar una biografía crítica, en estos tres decenios, de personajes como Argüelles, Mendizábal, Joaquín María López, Ruiz Zorrilla, Sagasta o Prim, y menos de Pi y Margall o Salmerón. Incluso hay alguno que, historiando la vida de estos personajes, dice que fueron "poco revolucionarios". Parece que el historiador deba tomar partido en el trabajo que hace, y ensalzar a unos y vituperar a otros; a otros que casi siempre son los mismos. Sabemos que el autor queda reflejado en su obra, y que sus palabras no son más que una representación de su visión del mundo. Si progresistas, republicanos y socialistas contribuyeron a constituir la España contemporánea tanto como los diversos grupos de la derecha, somos todos herederos de unos y otros. Esto es así, a no ser que queramos proyectar al pasado pleitos del presente.
La obra en cuestión es una buena colección de biografías de personajes del XIX. Destacan varias. La narración que de la vida de Rafael del Riego hace Juan Francisco Fuentes es buena, pues expresa con toda claridad la mentalidad liberal romántica de principios del XIX y las dificultades políticas del Trienio. María Cruz Romeo Mateo, siempre elegante en sus trabajos, describe a Concepción del Arenal como una intelectual de su tiempo, inestable entre el liberalismo, el reformismo social y el krausismo.
Tres de los cuatro presidentes de la República de 1873 tienen un estudio biográfico en este libro. Fernando Martínez López revisita a Nicolás Salmerón. Ángel Duarte reconstruye con mucho acierto la difícil biografía del jefe del Estado que una noche huyó en tren, Estanislao Figueras, señalando el daño que causó este episodio en la credibilidad del republicanismo. Figueras, como ve Duarte, es un ejemplo de la variedad inconsistente de aquel movimiento republicano del XIX. Pere Gabriel condensa la trayectoria de Pi y Margall, y aunque asegura que no va a entrar en el análisis de su actuación y pensamiento, se adentra totalmente, porque Pi careció de vida privada reseñable. A pesar de la calidad del trabajo, albergo serias dudas de que tenga cabida en un volumen titulado Liberales eminentes. Aquel federal no tuvo reparo en su juventud en repetir el lema proudhoniano de "La propiedad es un robo" (con el tiempo, sí, se retractó); y en 1864 encabezó la llamada tendencia socialista del Partido Demócrata. En la Restauración ordenó y templó su pensamiento. Pero Pi y Margall fue un hombre complejo, como muchos del XIX, de ahí que le reclamaran como propio anarquistas, federales, socialistas, catalanistas y hasta los independentistas cubanos, pero nunca los liberales.
Probablemente habría facilitado el asunto una definición inicial, en la introducción, sobre qué entienden los compiladores por liberal en el XIX y comienzos del XX, o haber titulado el libro como el congreso donde se originó: Progresistas, demócratas y republicanos. Biografías heterodoxas del siglo XIX español.
Quizá uno de los textos que mejor reflejen el propósito de Lytton Strachey –tomar gente poco conocida para explicar una época– sea el de Pérez Ledesma sobre Aurelio Blasco Grajales, el prototipo de revolucionario decimonónico, criado en una familia progresista que vio pasar la revolución de 1868. Fue periodista y masón por tradición, federal en la II República y fiel a sus convicciones casi hasta la muerte. Falleció en el asilo de las Hermanitas de los Pobres, tras retractarse por escrito de todos los errores que había cometido en materia religiosa. Tenía entonces noventa y tres años.
En suma, buenas biografías. Muchos liberales. Pero no todos lo eran.
MANUEL PÉREZ LEDESMA e ISABEL BURDIEL: LIBERALES EMINENTES. Marcial Pons (Madrid), 2008, 447 páginas.