El presidente del Gobierno de España, negando la nación, sin duda alguna, cuando niega la exclusividad del término "nación" para referirse a España, no es menos indecente que la opinión de un intelectual al que, según sus palabras, "se la suda España". Ahí estamos. Detenidos en lo soez cuando no queremos pensar.
Resulta más grave, en términos intelectuales, la posición de Savater que la de un presidente del Gobierno con escasos conocimientos para distinguir la diferencia entre Nación y Estado. La posición de Savater es fiel reflejo de una de las escisiones más graves que ha vivido España en los últimos siglos. Lo veíamos venir: el desprecio a la patria española en los últimos treinta años terminaría también con el desprecio al Estado-nación España, pero pocos quisieron percatarse del asunto. Al final, la expresión soez de Savater lo aclara todo con nitidez.
Savater defiende, por un lado, a "España como una nación de ciudadanos constituida como Estado de Derecho"; pero, por otro lado, se la suda –cito sus palabras– España como una "entidad eterna, platónica, invulnerable al paso del tiempo, que lo mismo vale para la dictadura franquista que para la democracia actual…". A Savater, pues, se la suda la realidad histórica de España; sí, se la sudan, para ponérselo fácil, todos los elementos de inercia, estabilidad y permanencia de la sociedad española; sí, se la suda todo ese conjunto de tradiciones, usos y costumbres que cambian muy lentamente en la historia de las sociedades; sí, a Savater, por decirlo en términos de Ortega, se la suda la creencia o creencias en España. Se la suda, en fin, que la Legión española cambie su mascota, la cabra, por un mono…
A Savater sólo le interesan las "ideas"; más aún, a Savater sólo le interesa la idea de España como un conjunto de ciudadanos vertebrados en torno al Estado de Derecho. Vale. El problema, y sospecho que Savater lo sabe tan bien como yo, es que una nación de ciudadanos no es nada sin la carne de un pueblo, de una sociedad, de unas costumbres, de unas creencias, de una realidad que se mantiene al paso del tiempo.
Es terrible, casi patético, que quienes defendimos, por encima de todo, la nación de ciudadanos –más aún: tuvimos que esforzarnos por enseñar su poderío racional a quienes no creían en el Estado nada más que para matarlo– tengamos ahora que defender la carne de la nación, el sentimiento de amor, digno de ser racionalizado, por la patria. Uno y otro son inseparables.
Sobre la alianza, o mejor, la capacidad de aliar estos dos asuntos, el primero contingente y cotidiano, y necesario y excepcional el segundo, hasta el punto de mostrar que pueden ser la misma cosa, hay una inmensa y grandiosa literatura en España, de la que vendría a formar parte este libro de Gustavo Bueno. Bienvenido al club, del que, sin ánimo exhaustivo, quizá convenga recordar algunos nombres: baste recordar a Feijoo, por no citar antes al gran Quevedo, después a Donoso Cortés y a Menéndez Pelayo, también a los siempre actuales Unamuno y Ortega; y, más recientemente, a Sánchez-Albornoz y a Américo Castro; y ahora, ya, cómo no citar a Jiménez Losantos y a César Alonso de los Ríos como autores que han precedido a Gustavo Bueno en este esfuerzo, siempre renovado en España, por vincular la carne y el espíritu, la nación y la democracia, en fin, el destino y la razón de España.
Originalidad, orden y sistema pone Gustavo Bueno en sus valiosos argumentos, pero, a pesar de todo, sería ingenuo olvidarnos de que es, precisamente, su voluntad de insertarse en esa tradición intelectual lo que otorga grandeza a España no es un mito. Un magnífico resumen de los argumentos que desde 1998 viene desplegando el autor contra quienes niegan España. Un genuino contraataque "filosófico", o sea, una serie de argumentos objetivos contra quienes consideran que España es un mito, "algo" a lo que atribuimos, según la acepción cuarta del Diccionario de la Real Academia Española, cualidades o excelencias que no tiene, o bien una realidad de la que carece.
Siete preguntas –¿España existe?, ¿España amenazada?, ¿desde cuándo existe España?, ¿España es una Nación?, ¿España es Idea de la Derecha o de la Izquierda?, ¿existe, en el presente, una cultura española?, ¿España es Europa?– y un epílogo, titulado 'Don Quijote, espejo de la nación española', estructuran una obra que puede servirnos, a veces con brillantez, para defendernos de aquellos a quienes se la suda España.