La apisonadora de la crítica literaria más sectaria y antiliberal acusó a muchos de los autores del modernismo finisecular, y en especial a su autor más destacado, Rubén Darío (Nicaragua 1867-1916), de carecer de un verdadero "compromiso" político y social. La manipulación ejercida en torno a la figura de Darío –como ocurrió también con la del cubano José Martí y con las de otros modernistas– consistió en disfrazarlo de cualquier cosa menos de lo que realmente fue: un poeta que creyó en el arte y en la Libertad. Como algunos críticos literarios se han dejado llevar por el relativismo de cierta moda marxista y sociológica, resulta necesario hacer justicia al autor que marcó –para bien– un antes y un después en la literatura en lengua española.
Durante el siglo XX muchos "intelectuales" y críticos literarios se empeñaron, en su miope sectarismo, en vestir a Darío de anticapitalista, de antinorteamericano, de antiimperialista y de todo cuanto favoreciera el maquillaje de este poeta para causas extraliterarias. En muchos casos se cedía así al gusto de las consignas de la crítica marxista más inválida y al beneplácito de los abrazos de la oficialidad castrista y sandinista. Pero tan falsos mitos requieren de una revisión, porque el disfraz no oculta la realidad. Basta leer de verdad a Darío para comprobarlo.
Junto a su ya hoy reconocida condición de magnífico poeta y excelente prosista, Darío fue mucho más que el cantor de princesas y cisnes huecos. Fue bastante más que el lírico colorista y musical, decorativo y ornamental que se ha venido presentando al público general. Fue otras muchas cosas, pero desde luego nunca fue un hombre complaciente ni con las ideas marxistas y comunistas ni con las del incipiente socialismo colectivista. Así se explica la necesidad de algunos de disfrazarle, y hasta de atacarle desde el marxismo: precisamente por su talante liberal.
Existe toda una línea crítica negativa contra Darío que surge especialmente de una visión dialéctica y dogmática de la literatura. Una parte de ella se apoya en el marxismo (y más contemporáneamente en el postcolonialismo), bajo un empeño de presentarle como traidor cosmopolita de la causa hispanoamericana o como un autor europeizado y supeditado al mercado de consumo capitalista y a lo que llaman “oligarquía burguesa” (en alusión a un supuesto sometimiento dariano a estructuras tradicionales de poder, calificadas de arcaicas).
Pero como negar la importancia literaria de Darío resulta labor tan ridícula como imposible, la izquierda –una vez más– lo maquilla para apropiárselo. Pero es justamente en el erróneo intento de explicación de Darío en términos exclusivamente sociales y económicos a la luz del materialismo histórico donde se halla la gran falacia de entender la literatura como práctica específica en la ideología. Es así como la atmósfera decorativa de Darío y los modernistas se presenta por parte de la crítica marxista como una especie de fenómeno dependiente de las transformaciones de la matriz económica, las estructuras de clases y lo que califican de "embates de las prácticas capitalistas", siguiendo las tesis de críticos activistas como Françoise Perus o Juan Marinello.
Estas lecturas tan restringidas se han aplicado a Darío a fin de ajustarlo a sus intereses ideológicos y políticos, prescindiendo del hecho estético que fue su obra. Hoy podemos ver con claridad que en el componente liberal del nicaragüense hubo también una negación de las tesis del anarquismo violento, del socialismo y de la falsa utopía marxista y comunista. Esa fue la razón de la primera de las manipulaciones realizadas por parte de un sector de la crítica literaria marxista, siempre tan obsesionada con la batalla propagandística.
Como una lectura ideológica no ofrecía buenos resultados para la propaganda de la izquierda sectaria, se perpetuó desde muy pronto la idea de un Darío exótico, esteticista, musical, exterior; estos y otros lugares comunes se presentaban como los propios de un autor de espaldas a los problemas sociales. Pero lo cierto es que Darío sí tomó partido ante la situación de su tiempo. Ahí están sus crónicas y opiniones para importantes diarios del momento: La Epoca de Santiago de Chile, La Nación de Buenos Aires, El Imparcial de Madrid, y tantas otras publicaciones periódicas, algunas de las cuales llegó a dirigir.
En materia política tuvo –como todo hombre– indecisiones, que tienen su paralelo en su oscilante espiritualidad y que corroboran una actitud humanística variada y múltiple –trágica casi siempre– pero que acaba mostrando siempre al individuo solidario, noble, compasivo, auténtico y sufriente ante el dolor del prójimo. Basta leer los testimonios de sus biógrafos y amigos o leer sus cartas para comprobarlo. Basta acercarse a sus primeros versos, a poemas posteriores como 'Agencia' o a 'La gran cosmópolis', donde salta su preocupación por la situación mundial, sus reclamos de fraternidad entre los pueblos y los individuos: "Casas de cincuenta pisos, servidumbre de color / millones de circuncisos / páginas, diarios, avisos / ¡y dolor, dolor, dolor!".
Pero la crítica literaria marxista ha restado muchas veces esa dimensión y valor social de Darío –que le sitúa en la raíz misma del ideario liberal–, porque éste supo ver el lado positivo del incipiente sistema liberal y capitalista de Occidente. Incluso desde ciertos sectores liberales se le ha señalado, por sus relaciones con personajes como José Santos Zelaya. La verdad es que Darío –en su bondad innata– cumplió como pudo con aquél y otros hombres de su tiempo y se afirmó en su creencia en la libertad.
En esto resulta válido recordar a su amigo y modelo José Martí –nada dudoso en cuanto a su compromiso social y político– quien en su revisión histórica de Hispanoamérica supo disculpar a algunas de esas figuras que, pese a su ideario aparentemente liberal, confundieron algunas cosas. Así, Bolívar, San Martín, Hidalgo y el mismo Santos Zelaya.
Ideológicamente Darío fue atacado desde todos los frentes, y hasta algunos de sus coetáneos y los poetas que le siguieron lo cuestionaron, aunque luego reconocieran su error. Desde el postmodernismo y la vanguardia hasta hoy, muchos le han puesto en tela de juicio por considerar que "no era de los nuestros", al haber partido hacia Europa y haber elogiado en varias ocasiones a los Estados Unidos.