En, “Manual del manifestante”, José Antonio Pérez califica al neoliberalismo de “nouvelle cousine ideológica para ricos, una receta que tiene la ventaja de aprovechar los ingredientes de siempre, la tacañería del Estado unida a la trinidad desregulación-liberalización-privatización”. No es de extrañar que con estas ideas el tal Pérez, sentencie que el liberalismo ha extendido la pobreza por todo el mundo y que en Estados Unidos, los pobres se cuentan por millones.
Sorprende que el liberalismo tenga tantos detractores y tan pocos defensores y que todos los problemas del mundo se imputen al malvado mercado. Escuchando a la progresía podríamos pensar que estamos en el peor de los mundos posibles, con un mercado totalmente desregulado, explotación infantil y muchos ricos vampirizando a los trabajadores. Ante tal situación, sólo cabe la rebelión social y resucitar al Estado para que ponga fin a tanta injusticia.
Sin embargo, el Estado ni está muerto ni sedado, sino muy vivo. De hecho, es el mayor empresario del mundo. El mercado está regulado hasta la saciedad. El individuo, ese maldito egoísta a los ojos del socialismo, es un pobre diablo que, en cuanto disfruta de cierta libertad, crea, produce e intercambia bienes y, por ser emprendedor, halla la mejor de las recompensas: trabajar más tiempo para el Estado y menos para si mismo.
Para la izquierda, los demonios son los neoliberales que defienden una doctrina de la explotación en bandeja de plata. ¿Pero por qué tanto odio hacia el liberalismo?.
El lector de Libertad Digital que ha probado este “veneno liberal”, sabrá que el liberalismo no mata sino que, donde se degusta, las libertades aumentan y se extiende la prosperidad social. Pero no basta con ofrecer resultados para conseguir que unas ideas triunfen sino que hay que explicar por qué el liberalismo no tiene nada de demoníaco y mucho de sensatez. Gracias a Internet, a medios como Libertad Digital y Liberalismo.org así como por la intensa actividad de fundaciones como el Instituto Juan de Mariana, se empieza a mostrar otra visión del liberalismo.
No obstante, esta difusión del liberalismo no puede ser total a menos que se publiquen libros accesibles al gran público donde sin florituras ni vana retórica se diga en qué consiste, qué defiende y a qué aspira.
El libro que comentamos esta semana, “Principios Liberales” tiene algunos de esos ingredientes. El autor, Dario Antiseri, es un reconocido profesor de filosofía italiano que, en esta obra, cita a algunos de los autores más importantes del liberalismo para explicar que “el liberal defiende la economía de mercado porque no sólo genera el más amplio bienestar sino sobre todo porque sin economía de mercado no puede haber Estado de Derecho”. Y subraya también el anti-utopismo del que hace gala: “el liberal sabe que la supuesta sociedad perfecta es la negación de la sociedad abierta. El utópico, en cambio, ha cedido a la tentación de la serpiente que conoce el bien y el mal pues quiere construir un hombre supuestamente perfecto y no le interesan los sufrimientos de estos hombres que sufren y viven mal aquí y ahora”.
Así pues, el liberalismo predica la libertad económica (mercado) y está contra la revolución en nombre de la utopía. Mas no se limita a advertir de los peligros de los sueños de la razón y del socialismo por nacionalizarlo todo y acabar con el capitalismo sino que se centra en el individuo y no en abstracciones como la sociedad.
Para el liberal lo crucial es el hombre, libre y soberano, capaz de elegir y que, para vivir, requiere derechos que restringen la intromisión de la sociedad y el Estado en sus decisiones. El principal derecho para el liberal es el derecho a la vida, del que deriva el derecho de propiedad. El derecho a la vida implica el derecho a llevar a cabo acciones esenciales para sobrevivir y tiene como corolario el derecho de propiedad. Sin derechos de propiedad, no caben otros derechos. Dado que el hombre tiene que sustentar su vida por su propio esfuerzo, el hombre que no tiene derecho al resultado de su esfuerzo no tiene los medios para sobrevivir. Y como diría una novelista liberal, Ayn Rand, “el hombre que produce mientras que otros disponen de su producto es un esclavo”.
Por tanto, lo que defendemos los liberales es un simple “que nos dejen en paz, que nos dejen hacer porque el mundo así irá bien”. Esta es la aspiración del Laissez faire, laissez passer, le monde va de lui-même. Estas recetas pasan por reducir el papel del Estado, definir los derechos individuales y dejar que la gente sea responsable de sus acciones y pueda así prosperar.
Para quienes todavía piensen que el liberalismo es pecado, como diría aquél sacerdote catalán del siglo XIX, este no es su libro. Pero quienes quieran poner en tela de juicio los clichés al uso, puede hallar en “Principios liberales” una interesante exposición de las ideas que popularizaron personajes como Adam Smith o Friedich von Hayek.
Dario Antiseri, Principios liberales. Unión Editorial. Madrid 2005. 86 páginas.