Como un moderno Calibán se contemplan a sí mismos Antonio Negri y Michael Hardt, que así contemplan igualmente a la izquierda auténtica; Próspero sería la Modernidad (o el Capitalismo) y Ariel, la izquierda socialdemócrata (de Habermas a Zapatero, para entendernos), esa pulcra y educadita mosquita muerta, lacaya de sus amos capitalistas.
La clave de la disputa está en el concepto de propiedad. Allá donde la modernidad capitalista se basa en la propiedad privada y su leal sirviente socialdemócrata se organiza a partir de la propiedad estatal, en el fondo un sucedáneo de aquella, la izquierda auténtica que defienden Negri & Hardt en Common Wealth. El proyecto de una revolución del común pretende construir una sociedad altermoderna según el concepto de propiedad común.
Mientras que en la superficie política asistimos a la agonía de los partidos socialistas, en las profundidades intelectuales el proyecto de la izquierda también se autodestruye, aplastado por una tradición de la que no consigue liberarse. Así, Negri & Hardt se suman a los neocomunistas que, como Alain Badiou, Jacques Rancière, Jean-Luc Nancy o Slavoj Zizek, vuelven a invocar los nombres de Che Guevara, Lenin, Mao, y hasta llegan a la infamia de interpretar la revuelta de Tiananmen como una defensa por parte de los estudiantes chinos de la dictadura originaria de Mao (en sus palabras, "una tentativa de renovación de la esperanza radical de esta línea democrática").
Para Hardt & Negri, por tanto, entre la Escila de la propiedad privada –que conduciría a la explotación, la alienación y la insostenibilidad– y la Caribdis de la propiedad estatal –tres cuartos de lo mismo, porque la racionalidad instrumental que la dirige es la misma– sólo cabe un camino de salvación para el planeta desde una perspectiva de izquierdas: la propiedad comunal. Esta reivindicación de lo común se basa en el reconocimiento del poder potencial de los calibanes del mundo: los desposeídos, los pobres, los miserables, el opuesto perfecto de aquellos ricos que según Jesús antes entrarían por el ojo de una aguja que en el reino de los Cielos y que según Negri & Hardt hoy tendrían su mejor representación en los movimientos indigenistas, en las protestas de las mujeres feministas...
Las luchas de la multitud boliviana demuestran también otro rasgo esencial de la altermodernidad: su base en el común. En primer lugar, las reivindicaciones centrales de estas luchas están explícitamente encaminadas a asegurar que los recursos, tales como el agua y el gas, no serán privatizados. En este sentido, la multitud de la altermodernidad se opone a la república de la propiedad. En segundo lugar y más importante lugar, las luchas de la multitud se basan en estructuras organizativas comunes, donde el común no se concibe como un recurso natural, sino como un producto social, y ese común es una fuente inagotable de innovación y creatividad.
Ahora bien, si bien el reconocimiento de la fuerza y originalidad de la multitud es importante para construir la sociedad desde la espontaneidad social y no desde el intervencionismo de las élites tecnocráticas, en lo que fracasan Negri & Hardt es en articular una propuesta institucional para encauzar dicho poder originario sin que, por un lado, se pierda en esfuerzos triviales e impotentes (#15M, por ejemplo, cuya parodia simbólica por Movistar es el acontecimiento político más significativo del 2011) ni, por otro, sea secuestrado torticeramente por demagogos que transformen la voz común en un delirio populista (Hugo Chávez, los Kirchner). Y es que, para nuestros dos autores, el enemigo no es tanto el capitalismo sino la modernidad y su problema, cómo ser antimoderno sin convertirse en un antirracionalista antiilustrado como Heidegger.
La tragedia de la izquierda de Negri & Hardt es que sus prejuicios y su dogmatismo les impiden usar (quizás incluso conocer) las herramientas conceptuales que les podrían ayudar a desarrollar mejor su propuesta altermundista. Porque cuando proponen una "biopolítica" que haga emerger desde la multitud desestructurada el potencial creativo para construir una sociedad y un hombre nuevo, un lector liberal está esperando que de un momento a otro se apropien del orden espontáneo de Hayek, de la noción de emergencia de Stuart Kauffman, de las teorías sobre la gestión de recursos naturales de manera sostenible y como bien común de los también Nobel Elinor Ostrom y Oliver E. Williamson. De este modo, la izquierda se obstina en mirar sólo hacia atrás, y como la mujer de Lot se encuentra fosilizada en ideas en salmuera. Sin embargo, en el seno del capitalismo político continuamente observamos fenómenos espontáneos organizados a través de lo común, como Wikipedia, a la que tampoco dedican una línea nuestros autores, o iniciativas como la de Goteo, que muestran que el bien común en el siglo XXI (por ejemplo, la cultura como solidaridad espontánea, libre sin coerción estatal) será capitalista o no será.
De todos modos, de todos los zombis neocomunistas mencionados, Negri & Hardt son sin duda los más interesantes. El influjo de Nietzsche y de Foucault, ¡incluso de Maquiavelo, Spinoza y Kant!, hace que su pensamiento sea a veces fulgurante y su expresión, clara y distinta, tan lejos de las tenebrosas oscuridades lingüísticas y el sermón panfletario del resto. Por ejemplo, cuando reinterpretan el Sapere aude! kantiano no sólo como un "¡Atrévete a saber!" sino como un saber atreverse, lo que no viene mal en estos tiempos de pasividad acomodaticia pero también, ¡cuidado!, de agitación espasmódica que se pretende hacer pasar por actividad política.
De todos modos, ese odio hacia la modernidad y el capitalismo de los extremistas de izquierda y de derecha lo que pone de manifiesto es que, contra lo que piensan Rodríguez Braun y Rallo en su por otra parte brillante libro, el liberalismo sí que es pecado; porque, como dijo Revel, a diferencia del Nuevo Testamento y de El manifiesto comunista, el reino de la modernidad, el capitalismo y el liberalismo sí es de este mundo.
ANTONIO NEGRI y MICHAEL HARDT: COMMONWEALTH: EL PROYECTO DE UNA REVOLUCION EN COMUN. Akal (Tres Cantos, Madrid), 2011, 400 páginas. Traducción: Raúl Sánchez.
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