Kagan, analista del Carnegie Endowment for International Peace, saltó a la fama hace seis años con Of Paradise and Power (Poder y debilidad), que ha pasado a la historia por esa frase en la que se afirma que los norteamericanos son de Marte y los europeos, venusinos. Ahora vuelve a la carga no con una segunda parte de aquello, sino con un análisis de la realidad internacional desde su propia perspectiva de neocon empedernido.
A Robert Kagan se le ha acusado de simplista y determinista, pero muy pocos se han atrevido a refutar sus tesis, y los que lo han hecho (por ejemplo, Robert Cooper, con su librito The Breaking of Nations [La ruptura de las naciones]) han solido perpetrar unos ensayos frustrados y frustrantes. Y es que las tesis de Kagan, (aunque) expuestas con sencillez y afán pedagógico, están construidas sobre una visión sólida y bien armada del funcionamiento del mundo.
En Of Paradise and Power se dedicó principalmente a explicar las diferencias estratégicas entre Europa y América en términos de cultura política e institucional. Sobre tal base, en The Return of History se atreve con la nueva configuración del poder en el mundo. Y lo hace demoliendo varios de los mitos que han venido manejando los expertos y los políticos en los últimos quince años.
El primero de esos mitos decía que tras el colapso del comunismo (1989) sobrevendría una era de liberalismo triunfante en la que la confrontación cedería su puesto al entendimiento universal y lo más importante sería la economía, terreno en el que, por cierto, las diferencias se resolverían siempre de manera pacífica. Se trata, en definitiva, de la tesis del fin de la historia de Francis Fukuyama. Pues bien, Kagan muestra que, lejos de haberse producido el advenimiento de la paz perpetua y el entendimiento universal, el mundo ha entrado en una nueva fase de rivalidad entre grandes potencias. Su análisis gira especialmente en torno a la Rusia de Putin y China, pero podría extenderse a otros países o zonas. Hemos vuelto a la política de poder, nos guste o no.
El segundo mito que deshace Kagan es el que afirma que el desarrollo económico conduce inexorablemente a la liberalización cultural y a la democracia política. El capitalismo burocrático, autocrático y dirigido (por el Partido Comunista) que se estila en China ha dado ya sufrientes pruebas de que la apertura controlada del mercado no tiene por qué desembocar en la apertura política; de hecho, los comunistas han reforzado su control y poder sobre la sociedad china, algo que no se quiere ni ver ni decir –sobre todo ahora, que marchamos todos unidos por los aros olímpicos hacia Pekín–, pero que no debiéramos olvidar.
El tercer mito es el del declive de EEUU. Para Kagan, el momento unipolar puede que fuera un paréntesis excepcional en la historia reciente, pero el hecho de que resurjan las grandes potencias no implica que América esté perdiendo su condición de superpotencia: nadie puede acercársele en rendimiento económico, inventiva, dinamismo, integración y cohesión social; nadie tiene un proyecto político igual; nadie puede desafiarle en el terreno militar. Problemas como los registrados en Irak ponen en cuestión no el poder americano, sino cómo lo traducen y aplican quienes lo manejan. Ahora bien, cuando se corrigen los errores, la maquinaria de EEUU resulta aplastante para cualquiera.
Un cuarto mito sostiene que el mundo tiene la vista puesta en el modelo posmoderno y post-poder de la Unión Europea. Kagan viene a mostrarnos con infinidad de ejemplos que la UE es una excepción y no una regla de aplicación universal. Aún más, nos plantea el problema de cómo convivir, desde un modelo que renuncia a la fuerza, al hard power, para basarse sólo en el soft power, con las políticas de poder de las grandes potencias. El miedo a la nueva Rusia entre los europeos se explicaría por este estado de cosas.
La tesis central del ensayo de Robert Kagan se puede condensar así: el mundo avanza hacia una nueva división, esta vez entre potencias liberales y democráticas y potencias autocráticas. Para que prevalezcamos, y para que nuestros valores existenciales no se vean asaltados o corrompidos por el auge de la política de poder, sería necesario constituir una agrupación de nuevo corte que reúna a las naciones democráticas. Kagan aboga, pues, por erigir un Eje del Bien que se oponga eficazmente al Eje del Mal, dicho en corto y brutalmente.
Kagan tiene razón. Las instituciones que nacieron en las décadas de 1950 y 1960 estaban pensadas para resolver los problemas de las décadas de 1930 y 1940. En pleno siglo XXI, en la era Post 11-S, debemos dotarnos de nuevas herramientas para afrontar los retos del mañana. La alianza de democracias por que aboga Kagan podría ser una buena idea.