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CON MONTAIGNE

El placer de la lectura

Muchos esperan el sábado y el domingo sólo para leer. Adaptan el tiempo de ocio al tiempo ciudadano. Me parece buena costumbre, mientras nos falte tiempo ciudadano, es decir, tiempo para cultivar lo que más nos interesa de nuestro espíritu, la libertad, durante la semana laboral. También mi natural escepticismo queda suspendido por la lectura de ciertos libros el fin de semana.

Muchos esperan el sábado y el domingo sólo para leer. Adaptan el tiempo de ocio al tiempo ciudadano. Me parece buena costumbre, mientras nos falte tiempo ciudadano, es decir, tiempo para cultivar lo que más nos interesa de nuestro espíritu, la libertad, durante la semana laboral. También mi natural escepticismo queda suspendido por la lectura de ciertos libros el fin de semana.
Michel de Montaigne.
Sí, en efecto, mi visión sospechosa, o sea realista, del mundo termina cuando me enfrasco en la lectura de un libro los días de fiesta. Es un placer. Y es que, como dijo el clásico, del trato con los amigos, las mujeres y los libros siempre son los últimos los que mejor salen parados. Grandes placeres nos dan los tres, pero, a juicio de Montaigne, el tercer trato es incomparable con los otros dos, porque aquéllos son fortuitos y dependen de circunstancias incontrolables.
 
El uno, el trato con los amigos, es enojoso por ser tan raro; el otro, la relación con las mujeres o los hombres, ájase con la edad. Ninguno de los dos, al fin y al cabo, saciaría las necesidades de una vida como puede hacerlo el libro. La relación vital con los libros siempre es más segura, más nuestra, más íntima. Nunca nos ponen mala cara. Es como hallar un amigo, pero sin necesidad de molestarlo, inquirirlo o importunarlo.
 
Leer es un placer. O leemos por placer o no leemos. El libro te dice cosas, te aconseja, te consuela, te distrae. El libro te da placer. Te hace vivir más intensamente y no te requiere jamás.
 
Sin embargo, cualquiera que me esté leyendo, cualquiera de ustedes que conozca y sienta, de verdad, el poderío que sobre nuestra alma produce la genuina amistad y el trato con el otro sexo dirá que las ventajas de esas dos formas de relación o "comercio" humano están muy por encima del contacto que tenemos con los libros. Sin duda, las ventajas naturales de la amistad y el amor son obvias; acaso por eso, el libro, la especial relación que se establece entre el hombre y el libro, le entrega en prenda al amor y a la amistad esas ventajas naturales. Carnales.
 
Entrega, sí, cede esa prenda carnal al amor y la amistad para que éstos jamás le sustraigan al hombre el placer de la lectura. El placer de tratar con los libros. Éste se reserva para sí la "constancia y la facilidad de su servicio". Son ahora, por el contrario, los placeres contingentes del amor y la amistad los que ceden en prenda al libro la seguridad, la fidelidad permanente, para que éste jamás se interponga en los amores fortuitos. Prenda por prenda. Placer por placer.
 
El placer de la lectura no desmerece, pues, a las otras dulces compañías que dulcifican la vida del espíritu. El libro acompaña todas nuestras andaduras y siempre nos asiste. Montaigne no lo duda: el trato con el libro, el placer de la lectura, "consuélame en la vejez y en la soledad. Me libra del peso de una ociosidad tediosa; y me salva en todo momento de las compañías que me resultan enojosas. Lima los pinchazos del dolor, si no es del todo extremo y dueño absoluto de mí. No hay como recurrir a los libros para distraerse de un pensamiento importuno; desvíanme fácilmente hacia sí, ocultándomelo. Y además, no se enfadan por ver que solo los busco a falta de esos otros placeres más reales, más vivos y naturales; siempre me reciben con buena cara".
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