
Por tanto, ninguna ley histórica ni movimiento social profundo determinaba la caída de la Corona: sólo la flojera casi inconcebible del personal monárquico, como observó Cambó. Quizá la figura más característica del momento fuera el conde de Romanones, muñidor del proceso y modelo del político "listo y hábil" pero esencialmente necio e irresponsable, que, entre otras proezas, había frustrado, por interés partidista, las reformas democratizadoras de Antonio Maura a principios de siglo, o una ley antiterrorista cuando el pistolerismo ácrata aún no había alcanzado el nivel desestabilizador que alcanzaría –gracias, en parte, a las demagogias del conde.
También había estado a punto de meter a España en la I Guerra Mundial, aprovechando unas vacaciones estivales de las Cortes. En 1930-31 adoptó las medidas más convenientes para los republicanos, incluidas fuertes presiones de última hora para empujar a Alfonso XIII al exilio. Cambó escribió de él: "Tenía más coraje del que se le supone. Lo perdía totalmente, sin embargo, cuando lo tildaban de reaccionario. Con tal de evitar ese dicterio se convertía en cobarde y cometía toda suerte de claudicaciones".
Pero quizá no fuera sólo cobardía. Juan Simeón Vidarte expone en sus memorias otra pista sobre la extraña conducta de Romanones, pista casi nunca señalada ni investigada por los historiadores:

El testimonio, aunque insuficiente por sí solo, tiene el mayor interés, porque Vidarte, además de socialista destacado y uno de los organizadores de la insurrección del 34, es también de los poquísimos políticos masones que revela entresijos de la orden.
Casualmente, fue en casa de Marañón donde Alcalá-Zamora negoció con Romanones la huida del rey. La masonería estaba muy por la República.
Sin duda, la popularidad que adquirió de pronto el nuevo régimen, como había ocurrido con la dictadura de Primo, debía mucho a la repulsa general hacia los politicastros tipo Romanones. En aquellos días de triunfo casi todo el mundo, muchos monárquicos incluidos, esperaba una gestión más honrada y resuelta, y mayor altura de miras. El entusiasmo de varios de los más descollantes intelectuales del país por la República parecía garantizar tales esperanzas.
Pero ¿correspondían esas esperanzas a la realidad? La mayoría de las historias mantienen aun hoy la misma versión difundida por el historiador stalinista Tuñón de Lara, muy reverenciado durante décadas, también por la derecha tuselliana. Tuñón nos presentaba unos políticos republicanos ilustrados, idealistas, profesorales, gente reformista y moderada. Si acaso excesivamente moderada para los cambios radicales necesitados, según los comunistas, por la sociedad española. Gabriel Jackson, de origen y concepción general marxista, ofrece una pintura similar, incluso lo hace el mucho más objetivo Bennassar. "República de los profesores" o "de los intelectuales"; o "de las letras", como la ha llamado, confundiendo algunos conceptos, la peculiar historia servida semanalmente por El Mundo.

"Es que mi compadre, el padrino de mi hija, ¿sabe?, tiene un hermano que está establecido en Segovia y tiene una casa de bebidas (…) y los veranos vamos allí a pasar dos semanas y lo pasamos muy bien, y ahora, con esto de los gobernadores, pues hablé con don Álvaro de Albornoz y le dije a ver si podía ser, porque desde el cargo podía ayudar a mi amigo, que quiere establecerse arriba, en la Plaza, y poner ya un café serio, ¿sabe?".
Aún más ilustrativa fue la reacción de Álvaro de Albornoz, uno de los prohombres de la república: "Esa gente es utilísima y hace republicanos con sus entusiasmos. Son como misioneros". El mismo Álvaro había instruido al peticionario sobre las cualidades para ejercer el cargo: "Me dijo que era cosa de mano izquierda y de quinqué –señalando el ojo con el índice–, y eso, aunque me esté mal el decirlo, yo tengo para vender…".
Vale la pena leer también a Josep Pla para entender la mezcla de picaresca, demagogia y pintoresquismo campantes por el país en esos días. Alcalá-Zamora da cuenta, aprobándola, de la pésima impresión de Besteiro sobre el conjunto de diputados, flor y nata de la República, que elaboró y aprobó la nueva Constitución; y en algún momento describe al personal republicano como "un manicomio no ya suelto, sino judicial, porque entre su ceguera y la carencia de escrúpulos sobre los medios para mandar, están en la zona mixta de la locura y la delincuencia".
No menos radical se muestra Azaña en sus diarios, donde una y otra vez trata a aquellos políticos de "obtusos", "loquinarios", "botarates", "gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta", insufrible por su "inepcia, injusticia, mezquindad o tontería". "No saben qué decir, no saben argumentar. No se ha visto más notable encarnación de la necedad. Me entristezco casi hasta las lágrimas por mi país, por el corto entendimiento de sus directores y por la corrupción de los caracteres". "Zafiedad", "politiquería", "ruines intenciones", "gentes que conciben el presente y el porvenir de España según se los dictan el interés personal". "Política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta". Sus descripciones de personajes como Companys o Prieto, o de cómo se preparaba la reforma agraria, etcétera, difieren por completo de las que solemos leer en las historias actuales.

Volviendo al plano de las anécdotas, Portela Valladares, alto cargo de la masonería, relata algunas muy descriptivas: "El Gobierno provisional [de la República] había acordado almorzar en el aristocrático Lhardy. Faltaba un ministro, y después de esperarle, sentáronse a la mesa. Llegó, por fin, y desde la puerta prorrumpió en enormes carcajadas que le sacudían el poderoso vientre. 'Ríome –pudo por fin explicar– de que estéis aquí y de que seamos nosotros quienes gobernemos a España'". Probablemente hablaba de Prieto. Y comenta Portela: "Eran los tiempos de júbilo por los goces no esperados".
Otro sucedido: "En un consejo, el siempre almibarado Fernando de los Ríos dijo incidentalmente que un futuro ministro técnico 'era un veterinario capaz de poner unas herraduras de plata a un santo Cristo'. '¡Qué blasfemia tan magnífica!', gritó uno de los consejeros, apretándose los ijares, y entre blasfemias cada vez más resonantes y espantosas hubo de suspenderse el consejo".
A juicio de Lerroux, el histórico líder republicano, los nuevos amos del poder "no traían saber, ni experiencia, ni fe, ni prestigio. Nada más que esa audacia tan semejante a la impudicia, que suele paralizar a los candorosos y de buena fe cuando la ven avanzar desenfadadamente, imaginando que es una fuerza de choque". Dejo aparte las furiosas imprecaciones proferidas contra ellos, ya en la Guerra Civil, por los padres espirituales de la República, Marañón, Pérez de Ayala y Ortega, que con sus entusiasmos tanto habían prestigiado en un principio la República.
Podríamos extendernos casi interminablemente. Creo fundamental acudir a las fuentes más directas, por dos razones: porque permiten constatar hasta qué punto se ha amañado la historia en estos años, incluso por historiadores derechistas sometidos al mismo temor de Romanones a pasar por reaccionarios; y sobre todo porque ayudan a explicar los fracasos de la República mejor que mil lucubraciones supuestamente objetivas y hasta con pretensiones científicas. Gran parte de la historiografía al respecto parece contagiada de la obstusidad y botaratería distinguidas por Azaña en los políticos de entonces. Una sociedad intelectualmente sana y democrática simplemente no puede aceptar tales versiones, que empujan a reincidir en los mismos errores.
UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL: La importancia actual del pasado – Errores de detalle – Los enfoques sentimentales – El enfoque moralista – El enfoque marxista – Historiografía de derecha – Los antecedentes de la guerra – Causas del fracaso de la Restauración – El fracaso de la Restauración y sus consecuencias – Tres ciclos históricos – El legado de la dictadura de Primo de Rivera – El Pacto de San Sebastián – Ortega, Azaña y Franco ante la República – Las elecciones del 12 de abril.