A lo máximo que podemos llegar es a mantener contactos comerciales. No es poco. Nada hay más civilizatorio que el intercambio comercial. Es uno de los mejores legados del mundo islámico-arábigo al resto de civilizaciones. Trato comercial y distancia respetable.
La conclusión del texto es sencilla de retener: "Al islamismo no le interesa buscar soluciones al dilema del mundo árabe; se limita a la negación. Se trata de un movimiento apolítico en sentido estricto, puesto que no plantea ningún tipo de reclamaciones negociables". Además, el éxito del terrorismo islamista "no cambia para nada las verdaderas relaciones de poder". Mínimos son los efectos de sus atentados criminales a largo plazo sobre el sistema financiero y comercial del mundo. En último término, es sobre las sociedades árabes sobre las que recaen las consecuencias más fatales del terrorismo islamista.
Enzensberger quiere mostrarnos el perfil psicológico del terrorista entrando en su piel. No puede hacerlo de modo mejor que a través de la literatura. Por algo sigue ejerciendo de gran poeta. Y por eso inventa la figura del "perdedor radical", que por cierto no es islámica, sino occidental. En efecto, este "modelo" perverso de ser humano lo importa el islamismo de Occidente. Ni siquiera en eso es original. El perdedor radical vive una tensión interna entre el odio al otro, al triunfador, y el desprecio a uno mismo, al derrotado, que lo lleva la autodestrucción.
La comparación entre los procesos de autodestrucción nazi e islamista quizá sea el mejor acierto del libro. La comparación, sin duda alguna, es creativa, sugerente y, a veces, poética, pero está muy lejos de ser cierta. En mi opinión, hay otras explicaciones del terrorismo islamista, más acordes con las condiciones históricas, sociales y políticas del mundo actual, que hacen poco feliz la comparación.
En todo caso, estoy de acuerdo con Enzensberger cuando mantiene que el terrorismo islamista tiene un componente nihilista parecido al nazi. Pero ni el islamismo está "construido" al modo nazi ni los mecanismos que pudieran esgrimirse para combatir a uno valen para combatir al otro.
Aunque corto, flexible y, a veces, demasiado obvio, este librito es un diagnóstico más psicológico que social, más poético que filosófico, de la violencia irracional y sin objetivos del terrorismo islamista. He aquí 67 páginas de medicina civilizadora para curarnos de quienes nos infectan con el virus de que el terrorismo tiene algún tipo de justificación. Negociación, compromiso y normalidad ilustrada son los ingredientes de la medicina recetada.
Contra el crimen terrorista sólo cabe esgrimir los valores de la civilización occidental. Contra la violencia irracional sólo cabe la violencia legítima. La política, al fin, sería la salvación.
Es menester, pues, mostrar con vigor y sabiduría al perdedor radical, que alcanza su peor figura en la acción del criminal terrorista, las soluciones de conflicto o compromiso que puedan involucrarlo, ni siquiera integrarlo, en un tejido de intereses normales. Pero, con el escepticismo propio del poeta, nadie crea que conseguirá mucho. El terrorismo islamista es una lacra que tenemos que soportar en Occidente, pero los peor parados, repite varias veces el autor, serán los musulmanes:
El proyecto de los perdedores radicales consiste en organizar el suicidio de toda una civilización, como está sucediendo actualmente en Irak y Afganistán. No es probable que consigan eternizar y generalizar ilimitadamente su culto a la muerte.
La política, otra vez, parece ser la salida más genuina para desactivar la energía destructiva contenida en la vida perversa del perdedor radical. Enzensberger, sin embargo, coquetea demasiado con el cinismo estético para dar verosimilitud a su propuesta. ¿O acaso no es cínica la comparación entre los atentados islamistas y los accidentes de tráfico? Sí, sí, la comparación no es mía, sino del ensayista Enzensberger: "Los atentados constituyen un permanente riesgo de trasfondo, como la muerte cotidiana por accidente de tráfico en las carreteras, a la que nos hemos acostumbrado".