En 1957 Castro llevaba varios años luchando contra Batista. El 26 de julio de 1953 había fracasado en un golpe, fue encarcelado y luego deportado. El 2 de diciembre del mismo año regresó clandestinamente a Cuba, con un grupo de 80 hombres armados. Esta mini-invasión fue aplastada por el ejército, y se anunció que Castro había muerto.
La más importante noticia de la entrevista de Matthews, llevada a cabo en la Sierra Maestra, fue que Castro seguía vivo, lo cual documentó con fotografías y hasta con su firma. Luego de la entrevista, de tres horas, Matthews regresó a Nueva York, y el elogioso reportaje fue publicado en la primera plana del New York Times el 24 de febrero de 1957, causando gran sensación. Castro fue presentado como un legítimo heredero de los revolucionarios que liberaron Estados Unidos en 1776, por tener "poderosas ideas sobre la libertad, la democracia, la justicia social y la necesidad de restaurar la Constitución y llamar a elecciones".
Matthews cita a un Castro que dice: "Usted puede estar seguro de que no sentimos ninguna animosidad contra Estados Unidos y los americanos. Por encima de todo, estamos luchando por una Cuba democrática y para acabar con la dictadura". Según el periodista, "eso significa una nueva etapa para Cuba, radical, democrática y, por lo tanto, anticomunista".
Aunque Matthews había tenido gran experiencia como reportero en el extranjero, en esta etapa de su carrera pertenecía al equipo editorial del New York Times, y escribía editoriales que no llevaban firma. Por ello, con la publicación del texto en las páginas de noticias el periódico violó uno de sus principios periodísticos: separar la opinión de la información.
El actual reportero del New York Times Anthony DePalma relata el caso Matthews en un libro recién publicado, The man who invented Fidel ("El hombre que inventó a Fidel"), y concluye que la tolerancia del periódico hacia Matthews resultó ser extremadamente costosa en muchos aspectos.
El problema es que Matthews quedó prendado de Castro, a quien veía como una de las grandes figuras de la historia, y eso lo cegó. Por ejemplo, aun después de que Castro admitiera públicamente en 1960 que él era y siempre había sido comunista, Matthews seguía negándolo. Hasta su muerte, en 1977, Matthews mantenía que Castro no era comunista cuando se produjo la entrevista, y que eso sucedió después, por las equivocaciones cometidas en las políticas de Estados Unidos.
Incluso cuando Castro comenzó a masacrar a cientos de sus enemigos, luego de tumbar a Batista (1959), Matthews lo seguía defendiendo. En un reportaje publicado el 18 de enero de 1959 en el New York Times, Matthews decía que Castro, "bajo cualquier estándar, es una gran figura". Criticar a Castro, según él, es criticar a todos los cubanos, "ya que hay muy pocos cubanos en desacuerdo con las ejecuciones que se llevan a cabo".
El asesinato en masa estaba justificado, según Matthews, porque Cuba acababa de vivir "el más brutal reino del terror de la historia reciente". No hay duda de que Batista era malo, pero decir que su régimen era el más brutal de la historia reciente era absurdo, ante los todavía frescos genocidios de Hitler y Stalin.
Una vez que Castro se salió del armario y admitió su comunismo, Matthews fue muy criticado, y acusado de ayudar a la penetración comunista en nuestro Hemisferio.
Aunque Matthews continuó siendo editorialista del New York Times, el periódico comenzó a distanciarse de él, y se le prohibió escribir nuevos reportajes. Matthews se retiró del periódico en 1967; dedicó el resto de sus días a defender a Castro y todo lo que había escrito sobre él. Con razón es considerado un héroe de la revolución cubana.
La historia contada por DePalma es trágica y objetiva. Creo que su descripción de Matthews como un idealista sin mucha cabeza en lugar de como un ideólogo de izquierda es correcta. Y aunque DePalma no critica suficientemente al New York Times, su libro bien vale la pena leerlo.
© AIPE
Anthony DePalma: The man who invented Fidel. Public Affairs Books, 2006; 320 páginas.