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THE CAMBRIDGE COMPANION TO HAYEK

El orden espontáneo

El pensamiento político habla y no para del orden social. Son legión los que piensan que éste no existiría de no haber Estado, o sea coacción; es más: piensan que las sociedades se extinguirían si no estuvieran ahí las ideologías que ellos postulan.

El pensamiento político habla y no para del orden social. Son legión los que piensan que éste no existiría de no haber Estado, o sea coacción; es más: piensan que las sociedades se extinguirían si no estuvieran ahí las ideologías que ellos postulan.
Pero ¿qué pasaría si se demostrara que la sociedad es algo espontáneo, como el lenguaje o el derecho, y que todo intento por introducir "orden" resulta en caos? Pues bien, a esta conclusión llegó el premio Nobel de Economía Friedrich Hayek, sin duda uno de los más importantes pensadores de todos los tiempos.
 
En el libro que reseñamos, la prestigiosa editorial Cambridge University Press se plantea mostrarnos la esencia de Hayek y explicarnos su idea de orden espontáneo, que es la clave para entender por qué el Estado puede convertirse en un obstáculo para el orden social.
 
Según Hayek, somos tremendamente ignorantes. Tenemos un conocimiento escaso de nuestras circunstancias –pero superior al de cualquier otra persona–, por lo que sólo contamos con un poder limitado para controlarlas. Tampoco poseemos un gran conocimiento de lo que saben los demás. Sin embargo, la sociedad sigue adelante, y parece que consigue coordinar todo ese conocimiento disperso entre millones de personas que apenas se conocen pero que interactúan todos y cada uno de los días.
 
Hayek.En una sociedad libre como la que defendía Hayek, el individuo dispone de una esfera de actuación en la que es dueño y señor y en la que, como decía aquél, "sólo puede esperarse de él que obedezca las reglas que son igualmente aplicables a todos los ciudadanos". No se le exige que comulgue con la religión mayoritaria, ni con las ideas de sus vecinos. Es la grandeza de una sociedad en la que las personas se relacionan voluntariamente.
 
Entre estas reglas se encuentran el respeto a la palabra dada, a la propiedad privada, al libre comercio, la prohibición del fraude y el robo..., normas que, aunque nadie las haya diseñado, rigen nuestras sociedades porque funcionan y permiten mantener la convivencia.
 
"La civilización descansa en el hecho de que todos nos beneficiamos de un conocimiento que no poseemos", escribe Hayek en Derecho, legislación y libertad. "Y una de las maneras en que la civilización nos ayuda a superar esa limitación en la extensión del conocimiento individual consiste en superar la ignorancia no mediante la adquisición de un mayor conocimiento, sino mediante la utilización del conocimiento que ya exista ampliamente disperso".
 
Explicando esta concepción de Hayek, uno de los autores del libro que nos ocupa, el economista Peter Boettke, comenta que los mercados funcionan movilizando el conocimiento disperso en la sociedad a través del sistema de precios. El socialismo no funciona tan bien como el capitalismo porque, sin el sistema de precios, no puede movilizar el conocimiento disperso en la sociedad. Además, añade Boettke, "es peligroso para la democracia y para la libertad, porque la planificación económica debe necesariamente concentrar el poder en las manos de unos pocos, y los que tengan la ventaja comparativa para ejercitarlo ascenderán a lo más alto de la burocracia".
 
Apostar por la planificación frente al orden espontáneo equivale a apoyar el colapso de la civilización; es algo así como la incapacidad de adaptarse al medio en términos biológicos. Como precisa Roger Scruton, "la economía planificada, que ofrece una distribución racional en lugar de la aleatoriedad del mercado, destruye la información para el buen funcionamiento del mercado". "El conocimiento económico del tipo que se contiene en los precios vive en el sistema, es generado por la libre acción de los múltiples actores y no puede convertirse en una serie de propuestas o premisas con que alimentar un aparato que resuelva todos los problemas".
 
Las normas que expiden los Parlamentos modernos nos hacen avanzar por ese camino, destruyendo el conocimiento que sólo se genera en las acciones individuales de las personas en lugar de basarse en el precedente y en las expectativas asentadas, es decir, en el derecho consuetudinario. Scruton explica que las normas a que se refería Hayek no forman parte de plan de acción alguno, sino que emergen de la cooperación social. "[Son] los parámetros en los que la cooperación con los extraños para su mutuo beneficio se hace posible. Como en el mercado, el beneficio que confieren es en parte epistémico: proveen información que ha soportado el paso del tiempo, permitiendo la resolución de conflictos y el restablecimiento del equilibrio social haciendo frente a alteraciones locales".
 
Al seguir dichas reglas, explica Scruton, nos equipamos con un conocimiento práctico que nos será particularmente útil cuando nos aventuremos en lo desconocido, cuando queramos saber cómo comportarnos con los demás para conseguir su cooperación en la consecución de nuestros propósitos.
 
Cuesta trabajo dejar de pensar en términos de diseño o planificación porque nos hemos acostumbrado a proceder así. El evolucionismo hayekiano nos obliga a cambiar el chip y a ser capaces de dejar de creer que, con escuadra y cartabón, podemos construir una ciudad a lo Sim City o dirigirnos a los demás como en el famoso juego The Sims. El mundo no es un mero juego, aunque muchos sigan creyendo que sí.
 
Hayek ayuda a explicar no sólo el mercado, también la generación y preservación de las normas que mantienen esta civilización. A esa idea dedicó su vida. Siempre desconfió del papel del Estado Providencia para organizar la sociedad, porque, parafraseando a un escolástico del Siglo de Oro español, quizás sólo Dios podría llegar a hacerlo, aunque probablemente ni un ser omnipotente sería capaz de ello.
 
Pero, igual que al Todopoderoso puede estarle vetado crear algo que ni siquiera Él mismo pudiera modificar, parece imposible resumir en un solo libro todo lo que dijo Hayek. El intento es merecedor de nuestros elogios por la calidad de ensayistas como Boettke, Scruton, Eric Mack, Andrew Gamble o Chandran Kukathas. No obstante, como toda obra en que colaboren distintos autores, hay cordilleras y abismos. Y, desgraciadamente, los abismos nos hunden en cierta pesadumbre, la que nos asalta cuando creemos estar perdiendo el tiempo. Con todo, lo bueno supera con mucho a lo malo, por lo que, si quieren adentrarse en el pensamiento de Hayek, éste es un buen libro; aunque deberá complementarlo con la lectura de Los fundamentos de la libertad y el ya referido Derecho, legislación y libertad, las mejores obras del austriaco.
 
En esta última Hayek recordaba que el valor de la libertad "descansa en las oportunidades que provee para las acciones imprevisibles". "Cualquier restricción, cualquier coacción distinta de la ejecución de las reglas generales se dirigirá a la consecución de un resultado particular previsible, pero aquello que se previene no llegará a conocerse". Matar la creatividad y el progreso es lo que se hace cada día en cada rincón de la Tierra. Si queremos salvar al mundo, comencemos por cambiar eso y reconozcamos que la mejor manera para lograrlo es la recogida en la fórmula "laissez faire, laissez passer, le monde va de lui même".
 
 
EDWARD FESER (ed): THE CAMBRIDGE COMPANION TO HAYEK. Cambridge University Press (Cambridge), 2006, 341 páginas.
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