Más de dos siglos después del nacimiento formal de las izquierdas en la Revolución Francesa, en la cual El contrato social de Rousseau desempeñó un papel relevante, y tras más de siglo y medio de movimiento obrero organizado, no cabe la menor duda de la importancia que en este proceso ha tenido el Manifiesto comunista de Marx y Engels, aparecido en febrero de 1848.
Marx y Engels nunca habían trabajado juntos y ni siquiera eran amigos. Engels enviaba artículos a la Nueva Gaceta Renana que dirigía Marx, cuya paranoia le había llevado a pensar que quien sería su socio intelectual y, casi siempre, su sostén material era un agente de la policía. Probablemente Marx haya rectificado sus criterios al reencontrarlo en el marco de la organización obrera secreta llamada La Liga de los Justos. Engels se había sumado a ella en Londres y Marx en París, y ambos tenían posturas muy semejantes al respecto.
Marx trabajaba por entonces en los muy tardíamente publicados Manuscritos de 1844, las ideas de los dos jóvenes eran muy similares y ambos resultaban muy convincentes, hasta tal punto que fueron invitados por los Justos a defender sus posiciones en el congreso que habían convocado para 1847. De éste salieron dos novedades: los Justos aceptaron pasar a llamarse Liga de los Comunistas y encargaron a Marx y Engels la redacción de un documento en el que se expusieran las ideas adoptadas por el colectivo, lo que equivale a decir que éste delegó en ellos la penosa tarea de pensar, reconociendo su liderazgo, como suele suceder en casi todas las organizaciones políticas. Ese documento encargado a los dos jóvenes sería el Manifiesto del Partido Comunista –Partei, ya no Bund (liga)–, redactado casi enteramente por Marx.
Lo interesante de esta historia es que, contra lo establecido en el imaginario público, vemos que no se trató exactamente desde el principio de dos teóricos que accedieron a la revolución, sino de dos revolucionarios, con considerable habilidad política, que se apoderan de una organización ya existente y la convierten nada menos que en el Partido Comunista antes de iniciar su gran actividad intelectual. Porque, de hecho, el Manifiesto, oportunamente aparecido en los días de la revolución de 1848, que fracasaría pero abriría las puertas de las siguientes –la Comuna de 1871 y las rusas de 1905 y 1917–, es el primer producto de aquella asociación. El Capital, la Crítica de la economía política, la Dialéctica de la Naturaleza, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado vendrían bastante más tarde. Y aunque ya en 1847 se había iniciado la redacción de La ideología alemana, ésta tardaría décadas en salir.
Todo lo esencial del marxismo se encuentra en el centenar de páginas del Manifiesto, aunque todo ello acepte posteriores desarrollos teóricos abrumadoramente prolijos.
Está la idea de lucha de clases, que se iba a convertir en una de las más poderosas de la historia a lo largo de todo el siglo siguiente, asociada a la noción de explotación. Está la idea del modo de producción como un complejo proceso en el cual las fuerzas productivas acaban por colisionar, en su desarrollo, con la propiedad (privada) de los medios de producción. Está la idea de la burguesía y el proletariado como clases opuestas, de cuyo enfrentamiento surgirá la abolición de la lucha de clases y el establecimiento de la sociedad comunista. Y todo ello expresado en un lenguaje considerablemente llano, aunque exaltado y triunfalista, como correspondía a la a veces empalagosa prosa romántica de Marx. En fin: un folleto de una increíble eficacia política y publicitaria, con política práctica, lecciones de ciencia histórica (algo muy importante en el positivista siglo XIX) y explicaciones económicas deterministas que demostraban lo inevitable del advenimiento del comunismo.
Fue necesaria una gran tragedia que involucró a la humanidad entera para que se empezara a comprender que todo aquel proyecto histórico y político carecía de toda razón. Y aun así el Manifiesto posee una enorme capacidad de seducción, debido muy probablemente a la convicción seudocientífica con que está escrito. Ningún teórico de ninguna otra tendencia superó en los siglos XIX y XX el universo académico, por muy leídos que hayan sido muchos de ellos.
Lo que aún no se ha descubierto en las derechas es la fórmula propagandística del marxismo, que fue una seudociencia –que influyó en todas las ciencias reales– y, a la vez, un dispositivo publicitario que llevará décadas quitar de la historia: un gran sistema de difusión de mitos que ha conseguido impregnarlo todo, incluido nuestro lenguaje cotidiano. ¿O acaso usted no habla en marxista?