Por esas y otras razones había tomado la decisión de no comprar No hay silencio que no termine, su libro sobre los años en que estuvo secuestrada por las FARC. Pero en Navidad me lo regalaron y, después de hojear el primer capítulo, resolví leerlo. Sin lugar a dudas, es un libro valioso y bien escrito, de prosa ágil y clara. Es difícil interrumpir su lectura.
Para mí, como para la mayoría de los colombianos que vivimos paso a paso los secuestros de Ingrid, Clara Rojas y tantos otros, la lectura de los libros que recuentan las atrocidades por éstos padecidas es abrumadora. Conozco el dolor de tener a un ser querido secuestrado: personas muy apreciadas de mi familia han muerto en esas circunstancias.
Ingrid, ciertamente, trata de ser honesta y justa en su doloroso recuento. Su valentía ante tanta adversidad es admirable. Pero también deja entrever su carácter de enfant terrible y un deseo de ser el centro de todo, posible causa de su secuestro y de toda clase de problemas que hubo de afrontar durante su cautiverio. Este honesto reflejo de su personalidad confiere autenticidad al relato.
Lo que le hicieron las FARC, así como a sus compañeros, es atroz e imperdonable. ¡Cómo se ensañaron con ella! ¡Es desgarrador! Ojalá cada uno de los criminales reciba su castigo. Duele el alma por cada uno de los secuestrados, por cada segundo que sufrieron semejante horror, por cada humillación que les infligieron; por el agobio permanente que debieron sentir, víctimas del calor, la humedad, los insectos, las enfermedades, la soledad y el hambre.
He leído varios libros de gente que ha logrado salir viva de un secuestro. Me quito el sombrero ante todos los que han dado testimonio del carácter inhumano y sanguinario de los terroristas de las FARC, criminales enceguecidos por el dinero del narcotráfico que comandan huestes de jóvenes sin horizontes. Leer sobre niños guerrilleros, entrenados para matar y torturar, es leer sobre una Colombia sin futuro.
No hay silencio que no termine servirá como memoria de un tiempo sombrío. Es un libro desgarrador, que pone sal en la herida abierta de nuestra historia reciente.
INGRID BETANCOURT: NO HAY SILENCIO QUE NO TERMINE. Aguilar (Madrid), 2010, 712 páginas.