Desde que en 1959 publicó los relatos de Los jefes hasta El sueño del celta, con el que nos maravilló el pasado otoño, Mario Vargas Llosa no ha parado de inventar historias con las que nos ha seducido, de crear personajes con los que nos ha emocionado y de retratar pasiones humanas en las que, con frecuencia, nos hemos visto reflejados. En definitiva, en estos más de 50 años de escritura, con una constancia admirable y con una dedicación envidiable, Mario Vargas Llosa ha ido elaborando una obra literaria que asombra y seduce a cuantos se acercan a ella.
Pero su actividad intelectual no se ha limitado a crear esos personajes que ya son inmortales o a contar esas historias apasionantes que llenan sus novelas. Como estricto hijo de su tiempo, como les ha ocurrido a la inmensa mayoría de los escritores desde el "J'accuse" de Zola a favor del denigrado capitán Dreyfus, Mario Vargas Llosa también se vio impelido a dar testimonio de sus convicciones políticas desde casi los inicios de su carrera literaria. Y como también una notable mayoría de esos escritores, Mario Vargas Llosa empezó sus manifestaciones políticas al lado de los defensores de posiciones marxistas, revolucionarias y, por qué no reconocerlo, totalitarias. No es extraño, por eso, el entusiasmo con que saludó y apoyó la Revolución cubana. En eso no hacía más que lo mismo que casi todos los intelectuales de Occidente llevan haciendo desde que el diabólico Willi Münzenberg ideara, allá por los años veinte y por encargo de Lenin, la identificación de los artistas y los creadores con la revolución, soviética, por supuesto. Esa identificación de los intelectuales con posturas totalitarias, por aberrante que hoy pueda parecernos, se sigue dando, y ahí están, de vez en cuando, las listas de abajofirmantes que o bien defienden posturas inequívocamente colectivistas o bien atacan con saña cualquier propuesta liberal.
Así, el Vargas joven de los años cincuenta y sesenta fue, tal y como se decía en el argot político de la época, un "compañero de viaje" de los movimientos comunistas de Europa y de América Latina. Como lo fueron tantos, como lo fueron casi todos.
La brutal invasión soviética de Checoslovaquia en agosto de 1968 comenzó a arrancarle la venda de los ojos y el caso de Heberto Padilla, con la siniestra farsa de aquella "autocrítica" en La Habana de la primavera de 1971, le hizo romper para siempre con el marxismo, el socialismo, el estatismo y el colectivismo, en los que había creído como posibles soluciones para los males de, sobre todo, los países de América Latina.
Supongo que esta ruptura tuvo que ser dolorosa porque siempre es doloroso abandonar una cofradía, en la que encuentras amparo y compañía y donde te ofrecen respuestas predeterminadas para todo, y salir a la intemperie, donde sólo cuentas con tu inteligencia y con tu decidida voluntad de elaborarte tú mismo las respuestas para todas las cuestiones políticas que se te planteen. Pero eso es lo que hizo Mario Vargas Llosa, salir a la intemperie. Y así, aunque le costó romper con amistades antiguas, recibir las críticas sectarias de muchos y comprobar en su propia carne cómo se las gastan los hijos de Willi Münzenberg con los que abandonan ese redil del progresismo, donde no caben ni la disidencia ni el pensamiento verdaderamente crítico, Vargas Llosa inició un itinerario intelectual y político que me atrevo a afirmar que no tiene igual en la historia de los escritores del último siglo.
Mario Vargas Llosa, desde los años setenta del siglo pasado hasta nuestros días, ha dedicado muchas horas y muchos esfuerzos de su trabajo intelectual a elaborar un pensamiento político para dar respuesta al problema central al que se enfrenta cualquiera que se preocupe por el bien común, y que no es otro que mostrar cuál es el mejor camino para alcanzar el máximo desarrollo y bienestar en una sociedad y en un país. Y a esa tarea de búsqueda de las mejores soluciones ha dedicado desde entonces toda su portentosa inteligencia y su proverbial disciplina intelectual y literaria para expresar y comunicarnos sus reflexiones con una claridad y una nitidez extraordinarias.
Para elaborar su pensamiento político, Vargas Llosa ha tenido que luchar, en primer lugar, con su propia condición de novelista. Porque, como muy bien explica en este ensayo Mauricio Rojas al comentar el libro de Mario Vargas Llosa La verdad de las mentiras, todo escritor, en sus novelas, siempre expresa alguna acusación contra lo existente y, con frecuencia, imagina soluciones que se emparentan con lo utópico. Y la experiencia nos ha demostrado cumplidamente que allá donde aparece una utopía como móvil de la política siempre se esconde el germen del totalitarismo. Alertado de ese peligro, el peregrinar de Vargas Llosa para construir su pensamiento político al margen de dogmas, de tópicos o de prejuicios, lo inició con la ayuda de sus dos principales armas intelectuales: leer y escribir.
Ya está universalmente aceptado que Mario Vargas Llosa es uno de los más grandes escritores de la historia. Además, yo añadiría que también es uno de los mejores lectores de todos los tiempos. De su excepcional capacidad para analizar textos literarios y a sus autores nos ha dejado innumerables muestras. Ahí están sus deslumbrantes ensayos sobre el Tirant lo Blanc de Joanot Martorell o sobre la obra de autores como Gabriel García Márquez, Gustave Flaubert, Victor Hugo, José María Arguedas, Azorín, Juan Carlos Onetti y hasta Corín Tellado.
Pues bien, esa extraordinaria capacidad para profundizar en todo lo que lee y, después, sorprendernos con unos análisis siempre iluminadores, Mario Vargas Llosa la empezó a utilizar, a partir de los años setenta, para analizar e interpretar también todos aquellos autores que el canon marxista-progresista en que se había movido hasta entonces tenía en un peculiar e inquisitorial índice de libros y autores prohibidos: Adam Smith, Karl Popper, Raymond Aron, Jean-François Revel, Isaiah Berlin o Friedrich Hayek. Porque Vargas Llosa empezó entonces a leer a esos clásicos del liberalismo y empezó a leerlos con una insobornable honradez intelectual, desechando cualquier prejuicio y con todo su espíritu crítico en estado de alerta. Y, al mismo tiempo que los leía, su profunda honestidad intelectual lo llevó, desde el primer momento, a escribir sobre lo que leía y a transmitirnos todos los análisis que esas lecturas le sugerían con la brillantez y la claridad que le caracterizan.
Así, a través de sus artículos y de sus ensayos, Mario Vargas Llosa ha ido describiendo la evolución de su pensamiento político desde su ruptura con cualquier vestigio de colectivismo hasta el liberalismo en el que acabó desembocando su apasionante y arriesgada trayectoria de honesto intelectual que indaga, sin prejuicios, en lo más hondo de los asuntos.
El objetivo cumplido de este libro de Mauricio Rojas es, precisamente, describir esa trayectoria que ha llevado a Vargas Llosa a ser beligerante en la defensa de unos valores y principios que considera irrenunciables: el Estado de Derecho, los derechos humanos, la democracia, la tolerancia, la propiedad privada, la economía de mercado y todo lo que hace posible la existencia de la creación más única y valiosa de la civilización occidental: la libertad individual, como el propio Rojas nos señala en su libro.
La defensa a ultranza del capitalismo y de la economía de mercado ha convertido a Vargas Llosa en una de las bêtes noires más odiadas y denostadas por los que aún militan en las ruinas de los caducos y siniestros movimientos comunistas y sus aledaños. Y, en justa contrapartida, también lo ha convertido en una de las personalidades más admiradas y queridas por todos los que siempre vamos a anteponer la libertad de los individuos a cualquier raison d’État.
Como todos sabemos, su adhesión, racional y razonada, al liberalismo no ha sido sólo una toma de postura meramente teórica. Mario Vargas Llosa en 1990 creyó que tenía un compromiso con su país y descendió al terreno del juego político para optar a la presidencia de Perú. Era el paso que le faltaba para completar su ejemplar trayectoria política. Frente a tantos intelectuales de los países desarrollados y ricos que, desde el confort de la gauche divine de la sociedad occidental, predican el colectivismo marxista como panacea para los países pobres, Vargas Llosa bajó a la arena política peruana para presentarles a sus compatriotas un proyecto abierto, liberal y alejado de todo intervencionismo. Y bajó al difícil ruedo de la política con la honestidad y la sinceridad por banderas, sin recurrir a promesas populistas ni a declaraciones demagógicas, es decir, sin mentir a sus posibles electores. Aquel rasgo de coraje político al que le llevaron su honradez intelectual y el amor a su primera patria se saldó con un fracaso político y, al mismo tiempo, con un rotundo éxito humano y con una riquísima experiencia, que, con la brillantez de siempre, nos contó en ese apasionante y seductor libro que es El pez en el agua. Un libro que explica en primera persona muchos de los hitos de esa evolución política que Mauricio Rojas analiza aquí. El pez en el agua es un libro que todos los políticos –y, en especial, los que como yo nos consideramos liberales– debemos leer para comprender que la verdadera victoria moral en unas elecciones es mantenerse fiel a los propios principios y valores, y no caer ni en promesas falsas ni en halagos demagógicos.
Mauricio Rojas, en este libro que expone con extraordinaria brillantez la evolución política de Mario Vargas Llosa, ha querido dedicar un largo y profundo capítulo a la importancia que en esa evolución ha tenido el hecho de ser latinoamericano y de haber vivido con intensidad y apasionamiento las convulsiones políticas de ese continente en las últimas décadas. Probablemente es en la aplicación concreta a la política latinoamericana donde mejor se comprende la evolución ideológica y política de nuestro Premio Nobel. Ya en 1984, en el prólogo de su emocionante Historia de Mayta, Mario Vargas Llosa confiesa que hubo unos años, los de su primera juventud, "en que, en América Latina, se hizo religión la idea, entre impacientes, aventureros e idealistas (yo fui uno de ellos), de que la libertad y la justicia se alcanzarían a tiros de fusil". Pues bien, como explica Rojas siguiendo a Vargas Llosa, "en América Latina se han probado todos los sistemas sociales, menos el de la libertad integral". Y a criticar todos los sistemas de raigambre más o menos totalitaria que con frecuencia han embelesado a los países de la América hispana, y a defender la libertad como raíz de las políticas más eficaces para lograr esa justicia y ese progreso que tantas veces se les ha vedado a los latinoamericanos, ha dedicado Vargas Llosa muchos de sus mejores escritos políticos. Y es curioso constatar que el más cosmopolita de los grandes escritores de América, el que vive igual de a gusto en Madrid, Londres, París, Nueva York que en Lima, es, al mismo tiempo, el que más se ha manchado las botas en la política concreta de su país. En este sentido, las páginas del libro de Mauricio Rojas dedicadas al pensamiento político de Vargas Llosa sobre América Latina son imprescindibles. Como creo, con nuestro autor, que es imprescindible que esos países sigan la senda de la libertad, de la sociedad abierta, de la economía de mercado y del Estado de Derecho y eviten para siempre los caudillismos, la demagogia, los mesianismos y, por supuesto, los totalitarismos en todas sus formas.
De la lectura de este libro y de la lectura de las miles de páginas en las que Mario Vargas Llosa ha dado cuenta de la evolución de su ideas políticas me queda una última lección, la de no rehuir jamás el debate ideológico con los que mantienen posiciones diferentes a las mías. Justo como ha hecho siempre Vargas Llosa. Y dada la coincidencia de mis ideas políticas con las suyas, estoy segura de que, con frecuencia, utilizaré los argumentos que él ha sido capaz de articular para defender la libertad con una contundencia y una brillantez inigualables.
NOTA: Este texto es el prólogo de ESPERANZA AGUIRRE al libro de MAURICIO ROJAS PASIÓN POR LA LIBERTAD. EL LIBERALISMO INTEGRAL DE MARIO VARGAS LLOSA, que acaba de publicar la editorial Gota a Gota.