Naturalmente, dejé todas las demás lecturas y me puse de lleno a ésa, que estaba esperando desde hacía mucho, desde que supe que el profesor Marco la estaba escribiendo, como síntesis y culminación de décadas de trabajo que nos había, felizmente, ido llegando a través de otras obras, como La inteligencia republicana, los libros sobre Azaña y Giner de los Ríos o La libertad traicionada.
Al ir estableciendo su propia genealogía historiográfica, que deriva del padre Mariana y llega hasta Modesto Lafuente y hasta Galdós, de cuyos primeros Episodios Nacionales dice Marco que han sido "la saga de la construcción de la España liberal", el autor fija con toda precisión el carácter de su escritura: se entiende así la facilidad de la recepción en este libro: historia pura que se lee como una novela, y en cuya estructura tiene su espacio la leyenda de los orígenes.
No podía haber elegido Marco un título mejor: historia "patriótica". Una parte del goce del lector en esta obra se origina en el constante sentimiento de reconciliación con nuestro pasado que el autor sabe suscitar, transmitiendo su propia buena relación con los tiempos idos. Lo habitual en la historia de España es que el español aparezca como un sujeto con un pésimo vínculo con su pasado, hasta un vínculo patológico, como en el caso evidente del presidente de gobierno que hemos padecido (y aún padecemos en funciones) desde 2004. Y eso que el caso Zapatero es casi de actualidad, vistas las fechas de la Guerra Civil: todavía abundan entre nosotros tipos que están enfadados con Don Pelayo, con el Cid o con los Reyes Católicos, por no hablar de Cortés o de Pizarro. Va siendo hora de sentarse a conversar con ellos en busca de un consenso. Reconozco mi culpa: casi me parece demasiado generoso el profesor Marco con Fernando VII, a quien detesto: hay taras inevitables, pero ayuda mucho el situarlo en su tiempo.
El pasado histórico está lleno de presente, por eso seguimos reescribiendo; de no ser así, nos hubiésemos conformado con un par de relatos canónicos y no nos hubiéramos puesto a contarlo todo de nuevo, generación tras generación. Pero lo habitual en cada recreación del pasado es la crítica feroz de quienes nos precedieron, o la exaltación de unos contra otros. José María Marco hace exactamente lo contrario. Reduce por un lado hasta su nivel justo a personajes que se han mantenido por la fuerza del mito y el agit prop más allá del bien y del mal, como Giner de los Ríos, Azaña o Riego, y por otro pone en su justo lugar instancias sobrevaloradas como la masonería:
Fueron [los de Fernando VII] los años dorados de la masonería, un movimiento de reforma ideológica y social que en esos años se convirtió en un lobby político. Para los miembros de unas clases medias en trance de secularización, resultaba sin duda entretenido apuntarse a una organización que le permitía a uno constituirse en guardián del Supremo Secreto, participar, un poco disfrazado, en las ceremonias de celebración del Gran Arquitecto del Universo, o adoptar nombres tan sonoros, significativos e incluso escalofriantes como Catón y Robespierre. Y además del secreto y la clandestinidad... ¡se conspiraba! (...) Galdós retrató el ambiente de aquel Madrid conspirativo, corrupto e idealista a la vez, en La Fontana de Oro, una de sus primeras novelas.
Para José María Marco, la escritura de una historia patriótica es la escritura de una historia liberal, la concreta asunción de que la historia de los hombres es la historia de la libertad. Hablando de la crisis del 98, escribe:
Resultaba tentador ver en aquellos acontecimientos el síntoma de la decadencia de España y de la decadencia del liberalismo [como doctrina económica que] había tenido su momento de gloria durante el reinado de Isabel II y en el de Amadeo I, entre 1868 y 1873.
Quedaba el liberalismo como doctrina y práctica política, encarnado en el régimen de la Monarquía constitucional de Alfonso XII y de María Cristina de Habsburgo. Lo habían puesto en marcha Cánovas y sus hombres, que a su vez eran herederos de los centristas de la Unión Liberal y de los más centrados del Partido Moderado, así hasta llegar a Martínez de la Rosa y los puritanos de los años treinta del siglo XIX. En la tarea también habían colaborado los herederos del progresismo, reunidos alrededor de Sagasta: la Constitución de 1876 había incorporado los derechos expresados por primera vez en la Constitución democrática de 1869, heredera de la tradición liberal del siglo XIX español. Este régimen también había promulgado el sufragio universal y había garantizado la libertad de expresión, de asociación y de reunión. Así que cuando se hablaba de fracaso del liberalismo, también se estaba afirmando que estaba en quiebra el único régimen que había garantizado duraderamente, y en paz, esos derechos y esas libertades. Era una afirmación peligrosa, porque la democracia no podía construirse fuera del marco liberal, del respeto a los derechos garantizado por el liberalismo.
Además, si el modelo liberal estaba en quiebra, también lo estaba la nación que los liberales –más o menos conservadores, más o menos progresistas, más o menos de izquierdas o de derechas, por utilizar unos términos inexistentes en la España del siglo XIX– se habían esforzado por construir a lo largo del siglo que entonces acababa. La construcción del régimen liberal requería la construcción de una nación política: la nación de ciudadanos con derechos, capaces de intervenir en el debate público y decidir mediante el sufragio y la opinión libremente expresada la dirección de los asuntos que conciernen a todos.
La Constitución de Cádiz había fundado esa nueva nación de forma simbólica, por el solo hecho de promulgarla. Quedaba por delante la tarea de construirla, a veces en continuidad, otras en ruptura con la nación tradicional. También ésa había sido la tarea de los liberales –de todas las tendencias– en el siglo XIX. Le habían dado voz la Historia de España de Modesto Lafuente (...) o la famosa frase de Cánovas al abrir una nueva etapa de Monarquía constitucional: "Venimos a continuar la historia de España".
Qué oportuna la aparición de la Historia patriótica de España de José María Marco, precisamente en un momento crítico en que los españoles –de todas las tendencias liberales–, tras un interregno de casi ocho años, estamos llamados a continuar, como en los días de Cánovas, la historia de España. Tendría que ser éste el libro más vendido del año que se iniciará con nuevo gobierno, nuevo gobierno y una decisión general de salir de la situación a la que nos han llevado unos individuos resueltos, precisamente, a interrumpir esa historia mediante el expediente de llenar el presente de pasado.
Uno de los méritos de este libro –y no menor, y son muchos los que tiene– es el de poner las cosas en su tiempo, preparándonos para vivir sin fantasmas, con conciencia de un legado que debemos respetar, asumir y continuar en busca de mayores cotas de libertad.
No conozco introducción mejor a la verdadera reconciliación entre los españoles, sin la que sería imposible seguir adelante y que es la más importante tarea del próximo gobierno y de los ciudadanos que lo guíen desde la crítica responsable y libre.
JOSÉ MARÍA MARCO: UNA HISTORIA PATRIÓTICA DE ESPAÑA. Planeta (Barcelona), 2011, 656 páginas.