El final de Rasputín, escrito por el propio Yusúpov, relata la conspiración contra el monje desde que comenzó a fraguarse hasta sus últimas consecuencias: la muerte del susodicho, las sospechas de la zarina y el destierro del príncipe. Exiliado en París tras la revolución soviética, Yusúpov escribe esta breve obra tras haber perdido su privilegiada posición y la mayoría de sus riquezas, y con la certeza de que el asesinato que cometió no sirvió para salvar el régimen de los Romanov y devolver el esplendor a un imperio que se tambaleaba.
Estas páginas son un alegato en defensa de una Rusia definitivamente perdida y un lamento por el triunfo de una revolución "criminal", en palabras del propio Yusúpov. Pero son también una justificación ante el mundo de la muerte de un individuo al que el príncipe culpaba de la degradación final del imperio. Por eso no busca la objetividad en el relato de este hecho histórico. Lo que desea es dar su versión, y presentar el crimen como inevitable. Desde las primeras páginas se centra en presentar a Rasputín como un personaje maléfico y sin escrúpulos, al que había que eliminar por su pernicioso influjo en la vida política rusa.
Yusúpov, que mantuvo varios encuentros con el monje antes de matarle, se detiene en profusas descripciones de la enigmática figura de su enemigo: sus poderes hipnóticos, su influencia casi ilimitada en la casa real y en buena parte de la nobleza, su hipocresía, traición a Rusia –sostenía que había mantenido contactos con los alemanes en plena Gran Guerra–... Además, insinúa desde el principio que Rasputín era algo más que un aprovechado y un farsante. Le rodea de un halo de misterio y de elementos sobrenaturales que nos dibujan a un Rasputín diabólico hasta el mero final de sus días.
Yusúpov elige para el complot su propio palacio, tras dedicar semanas a ganarse la confianza del monje. Pero lo que tenía que consistir en un crimen sencillo y limpio se convierte en una pesadilla: Rasputín sobrevive inexplicablemente al cianuro y a las balas, y el aterrado príncipe relata con pavor cómo los intentos de darle muerte resultan infructuosos. En las que son las páginas más fascinantes del libro, Rasputín aparece como un ser sobrehumano, casi inmortal –de hecho, eso era lo que se decía de él... cuando vivía–, al que Yusúpov llega a describir prácticamente como la encarnación del Mal.
El final de Rasputín, que en algunas páginas tiene el ritmo de un ensayo, adquiere en esta parte un ritmo veloz. Es el momento más importante de su vida, así que Yusúpov se recrea en cada instante, recordando los momentos de una noche inacabable en la que, según cuenta, sentía que se estaba enfrentando al mismísimo demonio por el bien de su patria.
Las esperanzas del príncipe se diluirían muy pronto: amargado, escribe que Rasputín era en realidad
una enfermedad maligna con raíces demasiado profundas que continuaban su trabajo destructor incluso después de la adopción de las medidas más extremas y categóricas.
Desde su casa de París, Yusúpov termina con estas reflexiones una obrita que es en realidad la historia de dos fracasos: el de Rusia y el del propio príncipe asesino.
PRÍNCIPE FELIKS YUSÚPOV, CONDE SUMARÓKOV-ELSTON: EL FINAL DE RASPUTÍN. Nevsky Prospekts (Madrid), 2010, 214 páginas. Traducción de Marta Sánchez-Nieves.