Los ocho volúmenes publicados hasta el momento constituyen un interesante inventario de una lengua que tiene un papel tan principal en el concierto de las naciones.
La iniciativa partió del segundo director del IC, el Marqués de Tamarón (el primero fue Nicolás Sánchez Albornoz), que ya había expresado su preocupación por el tema, cuando dirigía el Incipe (Instituto de Cuestiones Internacionales y Política Exterior), con la publicación de un libro que se titulaba, precisamente, El peso de la lengua española en el mundo (patrocinado por la Fundación Duques de Soria), obra que, en muchos aspectos, se puede considerar el precedente de estos anuarios.
Los directores que le sucedieron (Fernando Rodríguez Lafuente, Jon Juaristi y, ahora, César Antonio Molina) tuvieron el acierto de ir por el mismo camino en las sucesivas ediciones, no sólo actualizando datos sobre algunos temas insoslayables, como el español en Estados Unidos, por ejemplo, o la presencia del español en la Red, sino abriendo nuevas fronteras a nuestro ya dilatado panorama.
La presente edición reestructura los capítulos según un criterio temático que es muy de agradecer para su consulta o lectura. El primer apartado corresponde a los centenarios. El tan cacareado del Quijote se despacha, de manera a mi entender harto protocolaria, con el texto de un discurso, bastante enfático y de circunstancia, de Belisario Betancur, que corresponde al pronunciado por este alto dignatario en el III Congreso Internacional de la Lengua Española en Rosario (Argentina), en lugar del inevitable artículo de Francisco Rico, lo que en cierto modo es de agradecer.
La cosa mejora con César Oliva, autor de un artículo sobre cuatrocientos años de teatro español e hispanoamericano, a propósito del centenario de Miguel Mihura. El capítulo sobre literatura en español es una interesante y novedosa incursión en un territorio poco frecuentado por los estudiosos: el de la literatura de expresión española en otros países, como Guinea Ecuatorial o Marruecos, aunque destaco en particular el de José Juan Yborra Aznar, titulado 'La frontera estéril: la literatura en español en Gibraltar'.
El tercer capítulo es el dedicado al tema central del español en el mundo, y si el año pasado nos exponían la situación en los países escandinavos, este año, además del viaje consabido a Estados Unidos, nos enteramos de lo que ocurre en Sudáfrica, Namibia, Guinea Ecuatorial, Senegal y Corea, donde "el español cumple sus cincuenta años universitarios", según nos cuenta Eunhee Kwon en el artículo así titulado. La parte más filológica la constituyen los informes sobre fonética y lexicología del judeoespañol, o el bilingüismo paraguayo.
Como novedad, se dedica un capítulo entero a las lenguas cooficiales de España y a su presencia internacional. Sin embargo, si se leen con detenimiento los artículos sobre el gallego, el catalán y el vasco podrá verse que sólo en este último caso se avanza algún tipo de dato sobre dicha presencia. Los tres tienen en común la escasez de cifras y noticias sobre traducciones, por ejemplo, o sobre la demanda concreta de tales lenguas en los diferentes centros del IC, lo cual no creo que sea un secreto de Estado, precisamente. Tal vez porque no haya tal demanda, como sabemos por la experiencia ya existente en esta materia. Aunque en algunos medios de comunicación se diga lo contrario, la oferta de las tres lenguas ha sido constante desde el principio del funcionamiento de los centros. Por mucho que les duela, eso es lo que hay.
La lectura seguida de los ocho anuarios publicados hasta el momento permite comprobar el paulatino aumento del español como lengua de comunicación (internacional, ya lo es). La clave de su éxito no sólo reside en el gran número de hablantes, también en el papel desempeñado por el Instituto Cervantes en su enseñanza y su difusión por todo el mundo, lo que, en cierto modo, responde a los interrogantes planteados por Rubén Darío en su poema 'Los cisnes' (incluido en Cantos de vida y esperanza):
¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?
Hermosa metáfora si se piensa que el instituto que contribuye a resolver este problema lleva el nombre del creador del más arrojado caballero que vieron los tiempos.