¿Cree el lector que exagero? No sabrá hasta qué punto pueden ser ciertas las primeras palabras de esta recensión antes de haberla leído hasta el final. O mejor, hasta que se acerque a las páginas de Los jóvenes españoles ante la energía y el medio ambiente, de los sociólogos Víctor Pérez Díaz y Juan Carlos Rodríguez, oportuna y benévolamente subtitulado Buena voluntad y frágiles premisas.
La constante referencia a las cuestiones medioambientales en los medios de comunicación y la atención en aumento que se les otorga en la escuela no se corresponden con la ignorancia, en ocasiones muy chocante, de realidades básicas sobre la materia. Para que el lector se haga una idea, la encuesta dirigida por Pérez Díaz y Rodríguez para conocer la información y los valores de los españoles de 16 a 35 años nos dice que predominan ideas tan alejadas de la realidad como que las energías más baratas son la solar y la eólica; de hecho, y con enorme diferencia, son las más caras. En el caso de la energía solar, es la que más cuesta; hasta 15 veces lo que la fuente más barata, el gas natural, que sin embargo es visto por los jóvenes como la fuente más cara. De modo que lo que tienen en mente es una visión prácticamente opuesta a la realidad. Otro ejemplo risible es que, cuando se les pregunta por los mayores causantes de la contaminación del aire, un 24,2% menciona ¡la energía nuclear!
La fuente procedente de la fisión de átomos es un eslabón perfecto en la cadena de ilustraciones de lo que piensan y saben los jóvenes sobre el medio ambiente. Porque si por un lado están desinformados, por el otro llenan su ideario con clichés que (esto no lo dicen los autores) proceden de la más descarnada propaganda. Un claro ejemplo de los prejuicios que condicionan las opiniones de la sociedad es el rechazo acrítico y desinformado de la energía nuclear, que, al decir del 8,4% de los encuestados, es una de las que se pueden agotar.
También es llamativo que, según una encuesta de 2003 de la Comisión Europea, el 64% de los españoles esté de acuerdo con la afirmación "la energía nuclear contribuye significativamente al calentamiento global y al cambio climático". Es paradójico, porque incluso alguno de los ecologistas que más se han opuesto a la fisión nuclear se acercan ahora a ella como sustituta de las energías que, como el petróleo, emiten CO2 a la atmósfera y contribuyen así al efecto invernadero.
Esta penosa sustitución de información por deformaciones, prejuicios o mentiras no disminuye con un mayor nivel de estudios: éstos parecen dejar en los españoles más jóvenes una huella superficial y efímera. Los estudiantes salen del colegio y de la universidad desamparados, inermes ante cualquier visión deformada de la realidad científica o medioambiental. Y no sólo por una falta de profundidad en el conocimiento científico, sino sobre todo por una carencia preocupante de sentido crítico ante los discursos predominantes. Al fin y al cabo, el objetivo de la educación gestionada desde el Estado es precisamente ese: crear borregos que acepten acríticamente lo que corresponda.
Si no es la educación la principal fuente de (des)conocimiento sobre la materia, ¿cuáles son? Pérez Díaz y Rodríguez se lo han preguntado a los encuestados, y el 39,5% responde que los medios de comunicación, a lo que hay que sumar el 11,5% de internet. Por otro lado están las empresas del sector (21,6%). Pero si vamos a la confianza que ponen los jóvenes españoles en las distintas fuentes destacan las organizaciones ecologistas (y, en menor medida, las de consumidores) y los científicos. El crédito otorgado a las empresas es mínimo.
Si los españoles se informan por los medios de comunicación y confían en los ecologistas, ¿no tendrán alguna responsabilidad en el hecho de que, en lugar de conocimiento, aunque sea aproximado, lo que tengan en la cabeza sean deformaciones y prejuicios? Es eso precisamente lo que parece, especialmente si tenemos en cuenta que los clichés que corren por la sociedad española rompen las barreras ideológicas (otro de los hallazgos del estudio) y coinciden esencialmente con el mensaje ecologista.
De hecho, se reconoce en esta encuesta el éxito sin matices del predicamento ecologista. No sólo es la fuente que genera más confianza entre los españoles (más que los científicos), sino que su visión opuesta al desarrollo económico y social ha calado profundamente. Un 61,3% de los consultados está de acuerdo con la frase "el crecimiento económico es perjudicial para el medio ambiente", y una inmensa mayoría considera que en la elección de una fuente de energía han de primar las cuestiones medioambientales y de salud frente al coste o el suministro.
El crecimiento económico no es más que el aumento de medios al alcance del hombre, lo que le otorga un mayor poder para alcanzar sus fines. Puesto que evitar la contaminación y los riesgos para la salud es un valor asentado en las sociedades modernas, cuanto más ricos seamos más medios tendremos para conseguirlo. Por tanto, el crecimiento económico no sólo no es perjudicial para el medio ambiente, sino que es el único camino para mejorarlo. De hecho, se ha observado que, si bien en un comienzo, y hasta un nivel de 8.000 a 10.000 dólares, los indicadores medioambientales empeoran con el progreso, a partir de ahí comienzan a bajar de forma clara y consistente.
Los españoles no sólo aceptan como cierta la errónea visión ecologista que considera el aumento de la riqueza una fuente de problemas, también desconfían del mercado y la propiedad privada, y remiten al Estado como solución de los problemas. En este aspecto, la actitud de los más jóvenes es de lo más llamativa. Consideran que sería necesario un cambio en los estilos de vida ciudadanos, pero ellos, personalmente, no parecen dispuestos, ya que en los últimos meses han incrementado el uso del coche, por lo general. Y los que lo han reducido mencionan razones de tiempo o dinero, no medioambientales. Cuando hablan de cambios en el comportamiento se acuerdan de los demás, pero nunca de ellos, porque consideran que poco pueden hacer al respecto. El Estado es como el agente natural de ese "otros" sobre el que volcamos toda nuestra responsabilidad.
Los autores cierran el estudio con una llamada a un auténtico debate. Deseo tanto como ellos que lleguemos a algo parecido. Simplemente con que se diera más cancha a la opinión de los científicos el debate ganaría mucho; y la opinión pública no se merecería estas palabras de Pérez Díaz, pronunciadas en la presentación del libro: "En el fondo, la gente no sabe lo que se está diciendo".
Hay lugar para la esperanza. Se crearon dos grupos de discusión, y en uno de ellos un ingeniero logró torcer, con datos y razones, los prejuicios contrarios a la energía atómica de otros participantes. Datos y razones: precisamente lo que más falta en el debate medioambiental.