Es Chaves Nogales un escritor con una prosa bien podada, como un seto inglés, un jardín inglés o, ya que estamos, un cementerio inglés. Dentro de poco, el 11 de mayo, se cumplirá el aniversario de su entierro, en 1944.
No habrá mármol que recuerde su paso honrado y valiente por una Europa devastada por el fanatismo y la estupidez, pero nos quedan sus libros, rescatados del pozo del olvido por la profesora Cintas, responsable fundamental de la tarea ímproba de reunir su obra completa, que ahora se trata de hacer llegar al gran público. Tras los ya clásicos e imprescindibles Juan Belmonte, matador de toros, A sangre y fuego, La agonía de Francia y El maestro Juan Martínez que estaba allí, ahora se publica Lo que ha quedado del imperio de los zares, vasto reportaje que publicó en su momento el diario Ahora.
Si La agonía de Francia crepita con el dolor de un francófilo al ver su país-modelo acobardado y vencido, los trabajos periodísticos sobre la tribu rusa que vaga por toda Europa como alma en pena son todavía mejores, porque permiten disfrutar de Chaves en todo su esplendor de lucidez, bonhomía y desenfado. Nada empático con el alma eslava, el distanciamiento respecto a los bellos brutos rusos le permite compadecerse de su suerte sin perder jamás de vista la máxima "Sine ire et studio", que tan bien le define.
El reportaje original fue publicado en 24 entregas, la última de las cuales apareció el 22 de febrero de 1931. La república española estaba a punto de comenzar, y Chaves Nogales no podía imaginar siquiera que un día no muy lejano él mismo sería una suerte de judío errante, como los rusos que huían del terror rojo leninista.
Hay quien sostiene que se aprende mucha más historia en las novelas que en los libros de ídem. Exageraciones de mentes débiles, impermeables al dato y la argumentación. Pero lo que sí es cierto es que, en la moneda de la indagación sobre el pasado, los manuales de historia son la cara y los reportajes periodísticos, la cruz. O viceversa. Porque lo que se filtra de las entrevistas de Chaves Nogales a altivos grandes duques, resplandecientes estrellas de ballet, poderosos generalísimos, popes místicos, bellísimas princesas y demás gente eslava es esa cotidianidad de la historia que se escapa en los grandes relatos, más atentos a las categorías abstractas que a las anécdotas de andar por casa. Sin embargo, ¿qué habría pasado, se pregunta estremecido el lector, si el muy digno y honorable Kerenski no hubiese tenido tantos escrúpulos y hubiese firmado las sentencias de muerte de un par de terroristas, llamados Lenin y Trotski?, ¿habría cambiado el curso de la historia si el depravado, nihilista y frívolo príncipe Yusupov no hubiese asesinado, como en una novela de Dostoievski, con un chute de arsénico y a tiro limpio, al diabólico, voraz y desalmado monje Rasputín, que sentenció, antes de que lo sentenciaran: "Mientras yo esté vivo se salvarán los Zares y se salvará Rusia; el día que yo muera se hundirá todo"?
A pesar de que con él no habló, el protagonista oculto de este texto es Lenin, al que caló con su agudo olfato liberal:
Un día llegó a Petrogrado un personaje implacable, animado y sostenido por un oscuro poder, que, buscando alojamiento para su cuartel general, vio el palacio de Kchsinska y con ademán imperial lo mandó abrir, y se plantó en medio de sus salones, pisando con sus botazas llenas de barro las ricas alfombras, Lenin.
Tenemos que recodar que en el año 1931 Lenin era visto por la mayoría de la izquierda poco menos que como el Mesías, y que incluso en el 2011 intelectuales de moda como Zizek lo santifican y ven en él un modelo de comportamiento político. Gracias a Chaves Nogales, que no tiene una mala lápida que llevarse a la memoria, y a pesar de Zizek, que se pavonea como solo puede hacerlo un totalitario en una sociedad liberal, aún persevera en la memoria el nombre de Miliukov, el prudente liberal que, junto al razonable socialista que era Kerenski, trataba de construir un Estado de Derecho sobre las ruinas de la pesadillesca autocracia zarista. Sin embargo, fue imposible: se acababa la revolución buena, la liberal de febrero, y comenzaban a darse los primeros pasos hacia la mala, la de los Lenin, los Trotski, los Stalin...
Cuando Miliukov publicó su nota a los aliados sobre los fines de la guerra, Lenin provocó una manifestación anti-imperialista, a consecuencia de la cual hubo muertos y heridos. Miliukov dimitió. Kerenski quiso sostenerlo. El 8 de mayo, Miliukov salía del Gobierno y entraban en él los representantes de los soviets. El profesor liberal había perdido la batalla, y Rusia se había perdido para la causa del liberalismo.
No es por casualidad que, en las fotografías que acompañan al texto, Chaves Nogales quiera que le fotografíen de cara junto a Miliukov (p. 81) y Kerenski (p. 90), como si fueran amigos, mientras que en la que comparte plano con el gran duque Cirilo, heredero de la corona rusa, prefiera salir de espaldas (p. 62) o en un discreto segundo plano (p. 66).
Qué quieren que les diga, pero en estos tiempos en los que se descubre que el mítico Robert Capa mentía sobre sus fotos y que el admirado Ryszard Kapuscinski se inventaba sus relatos supuestamente pegados a la realidad, leer estos escritos de un notario compasivo de los derrotados le reconcilia a uno con la naturaleza humana, con la escritura como una cuestión moral y, permítanme una ligerísima pincelada de patriotismo, le hace sentir orgullo de haber compartido una política, una lengua y una nación con un hombre, Manuel Chaves Nogales, que finalmente descansa lejos, bajo el césped de otra nación y otra lengua, extraña pero, al menos, liberal.
MANUEL CHAVES NOGALES: LO QUE HA QUEDADO DEL IMPERIO DE LOS ZARES. Renacimiento (Sevilla), 2011, 360 páginas.
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