En realidad, ni los franquistas ni la derecha en general han mantenido dicha tesis. Presentarla así es sólo una típica jugada deshonesta de algunos historiadores de tercera fila, cuyo único mérito es poder blasonar de progresistas. La tesis, más bien como una observación o intuición general, la han hecho intelectuales de izquierda, aunque ninguno la había demostrado documentalmente como creo haberlo hecho en Los orígenes de la guerra civil. Hay gran diferencia de observarlo a demostrarlo.
En cuanto a la implicación de Prieto en el citado crimen, todos los indicios, precisamente, apuntan a él, y no sólo por haber encubierto a los pistoleros ("sus" pistoleros) contra la acción de la ley, una acción por otra parte apenas existente. En otras ocasiones he argumentado ampliamente estas cuestiones, y no voy a insistir ahora. Los datos del crimen, en la noche del 12 al 13 de julio de 1936, son también sobradamente conocidos, de modo que los pasaré aquí por alto. Simplemente testimoniaban la extrema disolución de la legalidad y del propio aparato del Estado, hechos confirmados por la represión inmediatamente posterior del Gobierno contra las derechas y no contra los autores del atentado.
Casi todo el mundo interpretó el hecho como la apertura final de las hostilidades, y sin duda fue diseñado con esa intención. "Sentí la impresión de que todas las treguas estaban terminadas y disipadas todas las esperanzas de concordia. Las Españas irreconciliadas e irreconciliables se colocaban frente a frente, con las pistolas en la mano", resume Martínez Barrio. El día 15 se reunió la Diputación Permanente de las Cortes. Se prefirió eludir una reunión del pleno, porque todos temían que la sesión terminase a tiros o a golpes. Abierta la sesión, Suárez de Tangil, dirigente monárquico, declaró:
Este crimen sin precedentes en nuestra historia política ha podido realizarse merced al ambiente creado por las incitaciones a la violencia y al atentado personal contra los diputados de derecha que a diario se profieren en el Parlamento. Nosotros no podemos convivir un momento más con los amparadores y cómplices morales de este acto, aceptando un papel en la farsa de fingir la existencia de un Estado civilizado y normal. Quien quiera salvar a España, a su patrimonio moral como pueblo civilizado, nos encontrará en el camino del deber y el sacrificio.
Gil-Robles expuso las cifras de la violencia en menos de un mes (61 muertos y 224 heridos, 74 bombas, más las habituales invasiones de fincas, arrasamiento de iglesias y centros derechistas, etcétera), y advirtió:
– Cuando la vida de los ciudadanos está a merced del primer pistolero, cuando el Gobierno es incapaz de poner fin a este estado de cosas, no pretendáis que las gentes crean ni en la legalidad ni en la democracia. Tened la seguridad de que derivarán cada vez más por los caminos de la violencia, y los hombres que no somos capaces de predicar la violencia seremos lentamente desplazados por otros más audaces o más violentos que vendrán a recoger ese hondo sentir nacional.
– Vais a hacer una política de persecución, de exterminio y de violencia de todo lo que signifique derechas. Os engañáis profundamente: cuanto mayor sea la violencia, mayor será la reacción. Vosotros, que estáis fraguando la violencia, seréis las primeras víctimas de ella Ahora estáis muy tranquilos porque veis que cae el adversario. ¡Ya llegará el día en que la misma violencia que habéis desatado se volverá contra vosotros!
La réplica de Prieto, extraordinariamente significativa, contiene una verdadera confesión implícita. Al nombrar a la víctima la llamó Gil-Robles en lugar de Calvo Sotelo, lapso freudiano, posiblemente: ¡Gil-Robles había sido uno de los objetivos de los asesinos! Y trató de poner en el mismo plano el asesinato del teniente Castillo, de la Guardia de Asalto, con el del jefe de la oposición, testimoniando involuntariamente que las fuerzas de seguridad del Estado actuaban como grupos terroristas. Asimismo, recurrió a las supuestas atrocidades derechistas en la represión de Asturias en octubre del 34: precisamente con la campaña, básicamente falsa, sobre esas atrocidades, habían logrado las izquierdas crear en España un clima de enfrentamiento guerracivilista antes inexistente.
Equiparó luego el caso de Calvo Sotelo con el de Sirval, un periodista asesinado durante la rebelión de Asturias por unos legionarios. Pero este crimen había ocurrido en situación de guerra abierta… ¡organizada y dirigida en parte por el mismo Prieto! Las palabras de Prieto en aquella ocasión constituyen otro importante indicio sobre su implicación en la muerte de Calvo Sotelo: eran exactamente las argucias o pretextos con que los pistoleros justificaban su acción.
El líder comunista José Díaz se encaró violentamente a los derechistas:
Hemos preparado una proposición de ley para que el Gobierno pueda declarar ilegales todas las organizaciones que no acaten el régimen en que vivimos, entre ellas la CEDA, que es una de las más responsables de la situación. Los responsables de los atentados sois vosotros, los de la derecha, con vuestro dinero y con vuestras organizaciones. Por tales actos, vuestro puesto no debiera estar aquí, sino en la cárcel. Tengo la seguridad de que el 90 por ciento de los españoles arrollará cuanto intentáis hacer.
El representante de la Esquerra abogó por intensificar el izquierdismo gubernamental, llevando las cosas más allá del programa del Frente Popular. A esa política, practicada en Cataluña, la llamaba Companys "democracia expeditiva". Azaña, en un momento de lucidez, la definiría como "despotismo demagógico".
Portela Valladares lanzó un desesperado llamamiento a la tregua. Dirigiéndose a las derechas, les dijo: "Vosotros tenéis el fervor de la patria. ¿No os preocupa la patria? ¿No la habéis de poner, en estos momentos de gravedad y de preocupación, por encima del apasionamiento político? Por el bien de todos, hasta por egoísmo personal, estamos obligados unos y otros a decir: ¡alto el fuego!". Una invocación puramente patética en tales circunstancias. Gil-Robles le replicó:
Ha estado muy en su punto que hiciera el señor Portela una invocación al sentido patriótico y al sentido de colaboración. Pero nosotros no lo hemos roto. En las filas de los republicanos de izquierda, si no en las declaraciones en el Parlamento, sí en los pasillos, se habla constantemente de intentos o conatos dictatoriales; los partidos obreros están diciendo que la meta de sus aspiraciones es la dictadura del proletariado. ¿Qué os extraña que las gentes oprimidas estén pensando en la violencia? Vosotros sois los únicos responsables de que ese movimiento se produzca en España.
Un artículo de Solidaridad Obrera, órgano anarquista, proponía que, después de su discurso en la Diputación Permanente, "no debía permanecer Gil-Robles ni un minuto más con vida". Tras el atentado contra Calvo Sotelo, Gil-Robles dormía atrincherado en su casa con un verdadero arsenal a mano, y, según comenta en sus memorias, hubo un intento frustrado de asesinarle en los pasillos de las Cortes.
Prieto hizo su célebre diagnóstico: "Será una batalla a muerte, porque cada uno de los bandos sabe que el adversario, si triunfa, no le dará cuartel. Aun habiendo de ocurrir así, sería preferible un combate decisivo que esta continua sangría". Las izquierdas se sentían optimistas. Un diputado del PSOE comentó a Zugazagoitia: "Las consecuencias de las que ahora se habla, no creo que debamos temerlas. Si las derechas levantan la bandera de la rebeldía, será llegado el momento de ejemplarizarlas con una lección implacable".
El diario Claridad, del PSOE de Largo Caballero, analizaba:
La lógica histórica aconseja soluciones drásticas. Si el estado de alarma no puede someter a las derechas, venga cuanto antes la dictadura del Frente Popular. Es la consecuencia lógica e histórica del discurso de Gil-Robles. Dictadura por dictadura, la de izquierdas. ¿No quiere el Gobierno? Pues sustitúyalo un Gobierno dictatorial de izquierdas. ¿No quiere la paz civil? Pues sea la guerra civil a fondo.
De hecho, el PSOE venía pregonando la guerra civil, a menudo abiertamente, desde hacía dos años. Y, como observa Stanley Payne, "iban a tener pronto más guerra civil a fondo de la que esperaban".
Las derechas y los militares, ya quedó indicado, eran remisos a rebelarse, a pesar de su extrema indignación, porque las posibilidades de triunfar parecían lejanas, y un fracaso podía resultar definitivo. Algunos criticaban no haber aprovechado la insurrección izquierdista de octubre para contragolpear, en lugar de haber defendido la República. Pero el asesinato de Calvo decidió a la mayoría.
Siguieron dos días de calma engañosa. "La mañana del 16 estaba todo en calma –recuerda Martínez Barrio–. Los periódicos, en sus comentarios a la sesión de la Diputación Permanente, daban una impresión optimista y tranquilizadora. Además, brillaba el sol y la multitud bullanguera, sorbiendo el aire estival, parecía muy lejana y apartada de las luchas políticas de turno De un momento a otro, el doctor Pangloss de turno diría campanudo y sonriente: 'Este es un pueblo feliz…'".
El 17 empezaba, algo precipitadamente, la rebelión en Marruecos.