Llama la atención que, tanto en el reciente libro de Amando de Miguel (Los españoles y la religión) como en esta reedición de este ya clásico del historiador anglosajón Stanley G. Payne, se dé una preocupación por explicar lo que ha supuesto la fe católica –el catolicismo como categoría sociológica e histórica– en la conformación del presente histórico y en la modelación del futuro.
Este libro es un antídoto contra la frivolidad de pensar, de escribir o de diseñar políticas que no tengan en cuenta que la denominada, según la teoría clásica sociológica, secularización y su formato última versión, el laicismo, se enfrentan en España a la corriente de peso en la historia que la concepción cristiana de la existencia ha tenido y sigue teniendo en no pocos ciudadanos. Una historia que viene de muchos siglos atrás. Como escribe nuestro autor: "La cultura actual no enfrenta a la Iglesia a una nueva teología militante ni a un reto revolucionario, como ocurrió con sus anteriores contrincantes, sino a la ideología amorfa de la corrección política que fomenta la indiferencia, por un lado, y, pro el otro, una oposición visceral al cristianismo y a sus valores".
Vivimos en un tiempo cultural carente de visiones de conjunto. Volcados como estamos en los fragmentos, en la aceleración de la historia, conviene que, de vez en cuando, nos paremos a observar el conjunto del paisaje. Tiene mucha razón Tom Burns Marañón, el prologuista de esta obra, cuando afirma que "de toda las historias que se pueden escribir de España, la de la Iglesia católica es la mejor". Porque, entre otras razones, cuando hablamos de la historia del catolicismo en España de lo que estamos hablando es de España, o de lo hispánico. Dice Payne que "en ningún otro pueblo del mundo la historia y la cultura están tan totalmente identificadas con el catolicismo como en el de España".
Hasta el presente, la secularización en España ha hecho que el concepto de catolicismo sociológico sea sinónimo de catolicismo cultural. La religión católica desempeñó, quiéranlo o no los epígonos del deconstruccionismo sistemático, un papel fundamental en la identidad de España y de su cultura. No debemos olvidar que la vocación católica de los pueblos de España es la afirmación de una voluntad frente a una realidad externa que se impuso por la decadencia de lo interno: la invasión musulmana y la posterior reconquista, que configura indeleblemente nuestra forma de entender la relación con lo real.
Payne no olvida las grandes polémicas de la historiografía clásica, la tantas veces citada pugna entre Américo Castro y Sánchez Albarnoz. Del primero dirá que tenía una cierta tendencia "a la vaguedad y a la hipérbole", y aunque señaló interesantes "transferencias culturales y étnicas", exageró su carácter y significado.
A fuer de ser sinceros, hay que advertir que, aunque nuestro autor sintetiza estudios sobre las más variadas cuestiones de la historiografía, el libro se queda en algunas ocasiones en la superficie del análisis de los problemas que se plantearon, quizá con una interesante intuición de fondo y forma. Por ejemplo, en las referencias a la cuestión adopcionista no ha buceado en los recientes estudios de patrólogos españoles como Juan José Ayán. Ahí se nota que no se ha despegado Payne de la escuela de Menéndez y Pelayo.
El acierto en el tratamiento sobre la Inquisición, sus orígenes, su historia, sus actuaciones y sus procesos está en que se contextualiza con otras formas similares de control de mentalidades en Europa. Es innegable su acierto a la hora de abordar, en grandes retazos, el Siglo de Oro y la reforma católica, en la que, en palabras de Bartolomé Bennassar, se da una "explosión de lo divino", la primera vez que en la historia de Occidente el estilo de la santidad como forma de vida se convierte en un modelo social.
Señala nuestro historiador que "el pensamiento ilustrado español no se manifestó nunca anticatólico, y la política de reformas fue siempre ortodoxa, pero la nueva cultura era crítica, racionalista y primordialmente secular".
Pero lo que seguro apasionará al lector es la historización de los siglos más recientes. Por ejemplo, queda muy clara la idea de que la Iglesia estuvo más dispuesta a coexistir con la Segunda República que la República con la Iglesia. O que el más grande revés que sufrió el franquismo provino de no pocos eclesiásticos. O el papel de la Iglesia en la Transición como engrasadora y garante de un cambio basado en el consenso.
Donde no acierta, sobre todo por la confusión en algunos datos, es en la época contemporánea, que parece más entresacada de los periódicos diarios que de un estudio pausado y profundo de la historia. Los clichés generalizados de conservadores y progresistas, algunos errores de bulto referidos a los nuevos movimientos, la sobrevaloración de acontecimientos y de algunas realidades eclesiásticas o alguna utilización bibliográfica más que sesgada deslucen un libro que pudiera ocupar intensamente no pocas horas de muchos lectores interesados en la Iglesia y en algo más que la Iglesia.
¿Habrá algún alma caritativa que regale este libro a los asesores de Zapatero?