A los diez minutos, ya convencido de que no habría forma de pisar la platea, me dirigí a la salida y vi que se había formado un molinillo de gente. Al lado de la puerta, nuestra calcetera ofrecía a quienes carecíamos de localidad una especie de pase de tapadillo que consistía en un folleto publicitario en el que alguien había escrito la leyenda "Detrás escenario". (La servilleta de Messi, ya ven, tiene precedentes de lo más variopinto). Se trataba, huelga decirlo, de un ticket que nos habría de brindar la oportunidad de ver el concierto desde el fondo del escenario, con Paco Ibáñez dándonos la espalda. También el precio parecía improvisado: 800 pesetas. Junto con la entrada nos dieron una silla de tijera con la que fuimos cargando hasta llegar, como un perfecto hatajo de deportados, al escenario.
Una vez que terminé la lectura de Música celestial, el colosal reportaje de Manuel Trallero sobre el falso caso Palau, no pude por menos de preguntarme quién demonios habría garabateado aquel "Detrás escenario" y, sobre todo, quién se habría quedado con aquellas 40.000 pesetas (los de la silla de tijera éramos unos sesenta) que no debieron de figurar en ningún registro contable. ¿Rosa Garicano?, ¿Gemma Montull?, ¿acaso el propio Millet? No crean que exagero, no. El relato de Trallero sobre los hechos del Palau (los otros hechos del Palau) da para aventurar cualquier hipótesis, por desaforada que ésta sea.
Sabíamos, ciertamente, que Fèlix Millet y Jordi Montull habían saqueado el Palau de la Música. Lo que estaba por escribir (y estábamos aviados si esperábamos que algún diario se ocupara de ello) era el modo como se produjo el saqueo. No me refiero al modus operandi, no; tal como el autor expone con no menos sorna que melancolía:
Sólo una hemorragia de imaginación puede hacernos creer que se trata [Millet] del Madoff catalán. Se parecen como un huevo a una castaña. No hay ingeniería financiera ni mucho menos, ni rastro de glamour, sólo caspa y moscas. La gomina marbellí o levantina se sustituye por los condones a cargo del Palau o por llevarse [Montull] el papel higiénico de los establecimientos colindantes. Eran unos hijos de la miseria.
Con el cómo me refiero, exactamente, al caldo de cultivo que propició el expolio, a la madeja de omertà y servidumbres que, parapetadas en eufemismos como seny o nación, habrían de desembocar en la costumbre del pillaje. En este sentido, Trallero presenta a Fèlix Millet i Tusell como el continuador de una tradición familiar que arranca a finales del siglo XIX con Lluís Millet i Pagès (tío abuelo de nuestro Millet y fundador del Orfeó Català, entidad que tiene por sede el propio Palau), que dotó de un profundo sentido patrimonialista al cargo de director del Palau. Tanto es así que llegó a fijar su vivienda en un altillo, encima del escenario. (Metáforas, ya ven, las justas). El caso es que los límites entre familia, patria e institución se fueron haciendo cada vez más imprecisos hasta confundirse en un totum revolutum. Esa identificación (la misma clase de identificación sobre la que se fundó el pujolismo) obró en la mal llamada sociedad civil catalana una suerte de suspensión de la incredulidad frente al delito. Ello también fue posible, claro está, gracias a que participó del delito.
Música celestial, en efecto, deja en muy mal lugar a casi un centenar de vips locales (al menos una cincuentena son perfectamente reconocibles para el lector medio). Entre ellos se cuentan columnistas, políticos, leguleyos y empresarios que jamás oyeron ni vieron nada. Patricios como Mariona Carulla, actual presidenta de la Fundación Orfeó-Palau, y que estuvo quince años desempeñando el cargo de vicepresidenta sin que nada le hiciera recelar de Millet; Eugeni Giralt Balletbó, hijo de la exdiputada Anna Balletbó, que optó a la concesión del hotel del Palau, proyecto por el que fue imputado el ex teniente de alcalde socialista Ramón García Bragado; Daniel Osàcar, extesorero de Convergència Democràtica de Catalunya, imputado como responsable de la presunta trama de financiación ilegal de la formación nacionalista; Àngel Colom, fundador del Partit per la Independència, citado a declarar como partícipe lucrativo del caso... Las salpicaduras alcanzan a todas las tribus, familias y comanditas del who is who catalán. También al PP; no en vano fue el Gobierno de Aznar el que destinó 12,6 millones de euros a las obras de reforma del Palau. El pasaje en que Millet cuenta cómo cazó esa subvención, con Aznar al pie de las escalinatas del Palau ("Félix, ¿en qué te puedo ayudar?"), ilustra perfectamente el enorme poder que llegó a atesorar el personaje.
"Millet cuenta... ", sí; Trallero es, probablemente, el único periodista que se ha tomado la molestia de interrogar a Millet. A Millet y, ni que decir tiene, a la mayoría de los actores del retablo, incluida la galería de secundarios (contables, secretarias, asesores varios, etc.) que componían la corte de palacio, y por quienes sabremos del Millet menos expuesto al foco, esto es, al huraño que atizaba la desconfianza entre empleados, al alcohólico al que las tardes se le venían encima con demasiada frecuencia, al galán que gustaba de coquetear con las empleadas (acosar, dicen algunos testimonios). El hecho de que los subordinados apenas mostraran reparos se debe, en parte, a que también ellos vivieron amarrados a esa inmensa ubre que fue el Palau en tiempos de Millet. La documentación que a este respecto aporta Trallero refleja que cualquier administrativo de medio pelo recibía 4.000 euros mensuales, y que los sobresueldos, sobres y comisiones estaban a la orden del día; gentes que en el sector privado (el de verdad, quiero decir) difícilmente habrían levantado mil euros, en el Palau se lo llevaron crudo.
La inequívoca transversalidad del desfalco y la evidencia de que se trató de una obra coral mueven a Trallero a negar la existencia de un caso Millet, en lo que constituye la tesis vertebral de una obra que en ocasiones parece una ópera bufa y en otras una película de terror. Que su repercusión esté siendo más bien ínfima no es menos terrorífico que los hechos que denuncia; de hecho, el vacío mediático que acompaña a Música celestial desde que fuera publicada no es sino el obvio correlato de la omertà y servidumbres que el propio reportaje denuncia.
MANUEL TRALLERO: MÚSICA CELESTIAL. Debate (Barcelona), 2012, 440 páginas.