Fue el cardenal Newman quien marcó en buena parte la hoja de ruta de la conversión en el siglo XIX, el camino que va de la rebeldía a la sujeción a Roma. Para su beatificación se han tenido en cuenta más de diez mil testimonios de conversión motivada por su influjo, no solo al catolicismo, también a un anglicanismo más puro, de acuerdo con su alegato en el sínodo de Oscott. Y ha sido decisivo el milagro aprobado por el Papa el año pasado, la curación –en Boston– de un diácono que padecía una dolencia en la columna vertebral que le impedía caminar.
El proceso ha sido muy rápido, aunque se venía reclamando desde la muerte del cardenal; pero el catolicismo inglés ha querido siempre evitar la polémica de una presencia pública excesiva, y por eso lo había ido retrasando. La Iglesia Católica inglesa es tradicionalmente pequeña, y está compuesta en su mayor parte por irlandeses de condición modesta que viven inmersos en un ambiente que puede serles bastante hostil. No hace mucho, lo más probable es que la beatificación del cardenal Newman hubiera desencadenado un escándalo. Tony Blair hizo oficial su conversión al catolicismo en 2007, tras abandonar el puesto de primer ministro. Esta vez sólo han alzado la voz los ateos de guardia que siguen a Richard Dawkins, apenas nada en comparación con el escándalo que suscitó la conversión de Newman hace 154 años, acontecimiento que sacudió los pilares de la sociedad británica tanto o más que el darwinismo.
Newman puede parecer un tipo lejano, un "victoriano eminente", como lo retrató Lytton Strachey, un tipo cuya infancia fue aún la de las novelas de Jane Austen. Sus libros tienen algo de farragoso para el lector común, pero su teología está muy viva y conecta en buena medida con la de su seguidor más importante: Benedicto XVI. "Newman nunca da gato por liebre, no busca atajos, no es meloso, no es piadosito", dice Ángel Ruiz en su (recomendable) blog En Compostela. Son las suyas ideas que se basan en la primacía de la libertad y la conciencia por sobre la imposición autoritaria (creo que es suya la frase de que el auténtico vicario de Cristo no es el Papa, sino la conciencia individual). Para los liberales españoles esto tiene su relevancia, ya que le vincula con algunos pensadores de la Escuela de Salamanca, como Francisco Suárez, al que cita varias veces: lo que vote una mayoría en el Parlamento no hace que lo injusto se convierta en justo ni lo malo en bueno.
La teología de Newman no sólo se basa en la verdad y en la conciencia libre –con lo que marca un camino para un liberalismo católico que en España es más necesario que nunca–, sino que también se vincula con los símbolos y la imaginación. Sin la figura de referencia de Newman no se habría producido el siglo pasado el florecimiento de la literatura británica escrita por conversos.
El comienzo de esta fecunda influencia imaginativa está en la aceptación de Roma por parte de Gerard Manley Hopkins, al que bautiza el propio Newman el 21 de octubre de 1866. La poesía de Hopkins, jesuita y profesor en Birmingham, encontró eco en España durante la Segunda República en los círculos intelectuales cristianos cercanos a Bergamín gracias a José Antonio Muñoz Rojas, que introdujo la poesía metafísica inglesa en España.
La "Balada de la cárcel de Reading" de Oscar Wilde sería diferente sin los libros de Newman: los pidió para tenerlos en la celda durante su condena por "sodomía", y no había olvidado las predicaciones del cardenal de que fue testigo en Oxford (los sermones universitarios de Newman son de lo mejor de su obra, junto con Perder y ganar [Encuentro, 1994], una especie de novela autobiográfica).
La conflictiva relación del irlandés Wilde con el catolicismo se convierte en tradición familiar en el caso de JRR Tolkien, educado en buena medida por un discípulo de Newman en Birmingham, el padre Francis Morgan. El Señor de los Anillos es la gran obra de la mitología católica del siglo XX, una historia de iniciación en la verdad que forma parte de los referentes fundacionales del grupo poético Númenor, de Sevilla.
El caso de RH Benson es también destacable. Benson era ni más ni menos que hijo del arzobispo de Canterbury, máxima autoridad de la Iglesia Anglicana. En su corta vida –muere de un ataque al corazón en 1914, con 43 años– publicó una novela un poco farragosa pero absolutamente genial que es el precedente inmediato de las contrautopías antitotalitarias de Orwell o Huxley: El señor del mundo (1906; hay edición española reciente en Homo Legens), una historia que tiene lugar en un futuro dominado por una dictadura humanitaria en la que domina una forma de "pensamiento único" (¿les suena de algo?).
Y qué decir de GK Chesterton, también admirador de Newman y convertido al catolicismo en 1922, quizá uno de los pocos autores capaces de escribir una obra como Ortodoxia (1908), que encierra en sí misma el milagro de la conversión, como han señalado dos papas, Pío VI y Juan Pablo I. Chesterton es una de las estrellas más rutilantes de la Galaxia Newman, y goza en este momento de una sorprendente popularidad editorial en España.
Hay muchos más autores pertenecientes en mayor o menor medida a la Galaxia Newman, como Graham Greene –aunque más que un novelista católico fuera un católico que escribía novelas–, la norteamericana Flannery O'Connor –escritora de culto en España, pero que me aburre mortalmente–, Edith Sitwell y otros menos conocidos en nuestro país como Bruce Marshall, Christopher Dawson, Thomas Howard, etc. Y está la enorme figura de Evelyn Waugh, al que mi generación descubrió gracias a la versión televisiva de Brideshead Revisited (1981), basada en la que para mí es la mejor novela católica del siglo XX. (Para quien esté interesado en el tema, recomiendo un par de libros: uno, divulgativo, de Carlos Pujol: Siete escritores conversos (Hopkins, Chesterton, Sitwell, Waugh, Joubert, Bloy y Max Jacob), Palabra, 1994, y otro, más enjundioso, de Joseph Pearce: Escritores conversos, Palabra, 2006).
En esta incesante tradición literaria en lengua inglesa escrita por conversos reside uno de los mayores legados de Newman, en cuya lápida se pueden leer estas palabras: Ex umbris et imaginibus in veritatem ("De la oscuridad y las imágenes a la verdad"). La imaginación literaria se convierte así en el camino que conduce del drama de la vida a la verdad de la fe. Sin ellas no habría hobbits ni casos del Padre Brown, ni Charles Ryder recordaría los buenos tiempos de Brideshead junto a Sebastian Flyte.