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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

El asesino-camiseta

"En varias ocasiones el Che venía, sutilmente. Se subía a aquel muro. No era difícil subirlo porque tenía una escalera. Se acostaba boca arriba a fumar un habano y a ver los fusilamientos. Eso se comentaba en toda la soldadesca de La Cabaña. Los soldados míos me decían: 'Cuando estábamos en el pelotón de fusilamientos, veíamos al Che fumándose un tabaco arriba en el muro'. Les daba fuerza a los que iban a disparar. Para aquellos soldados que nunca antes habían visto al Che, era una cosa importante. Les daba valor".

"En varias ocasiones el Che venía, sutilmente. Se subía a aquel muro. No era difícil subirlo porque tenía una escalera. Se acostaba boca arriba a fumar un habano y a ver los fusilamientos. Eso se comentaba en toda la soldadesca de La Cabaña. Los soldados míos me decían: 'Cuando estábamos en el pelotón de fusilamientos, veíamos al Che fumándose un tabaco arriba en el muro'. Les daba fuerza a los que iban a disparar. Para aquellos soldados que nunca antes habían visto al Che, era una cosa importante. Les daba valor".
Así comienza el capítulo 1 (pág. 41) de la segunda parte del libro de Jacobo Machover La cara oculta del Che. Se trata del testimonio de Daniel Alarcón Ramírez, alias Benigno, "uno de los más antiguos y fieles compañeros de armas del Che Guevara, sobreviviente de la guerrilla en Bolivia", escribe Jacobo. Yo no me fío nada de ese Benigno, ni de todos esos asesinos castristas que de pronto, considerando más oportuno, o más rentable, vender sus crímenes al por mayor, lo hacen con un cinismo ejemplar, y saben, o sus editores les hacen saber, que cuantos más horrores cuenten (o sea, en este caso, la verdad), mejor se venderán sus libros. Lo dicho puede referirse a muchos otros crímenes, en otros países totalitarios, y a muchos otros oportunistas que venden sus fechorías en los rastros de fin de semana.
 
Jacobo Machover tiene una trayectoria de escritor empeñado en denunciar los crímenes del totalitarismo, y puede que sea porque ha nacido en Cuba, el caso es que ha dedicado mucho tiempo, muchos esfuerzos, mucho talento, a denunciar la dictadura castrista, con tal ahínco y tal conocimiento que, en Francia, donde vivimos, no hay prácticamente ninguna cuestión cubana, la enfermedad de Fidel Castro, la herencia dinástica de Raúl o lo que sea, sobre la que los medios locales no le consulten. Eso podría no significar gran cosa, porque estamos hartos de especialistas que no saben nada (sobre todo, en lo relacionado con Oriente Medio y los países musulmanes), pero resulta que Jacobo sabe de lo que habla.
 
Me llama la atención que en España su libro haya tenido infinitamente menos platós de televisión, tertulias radiofónicas o reseñas que en Francia. Y sin embargo Cuba es mucho más nuestra, por su historia, su lengua y su cultura, que francesa. Será, tal vez, porque la política del Gobierno zapaterista, con su limpiabotas Moratinos, es aún más procastrista que la francesa. En todo caso, el Gobierno socialista y el castrista belga Louis Michel han obtenido de la UE el retorno a la colaboración con Cuba, como si su régimen despótico hubiera cambiado, como si Ileana de la Guardia tuviera razón y con Raúl Castro el cielito lindo de la democracia cubriera la Isla.
 
El libro de Jacobo va resueltamente a contracorriente, porque, aunque haya perdido mucho prestigio, el comunismo cubano sigue siendo idea grata en Europa, y el Che goza de una extravagante leyenda de héroe, con ridículas producciones hollywoodianas. De la camiseta de marras hasta Benicio del Toro, todos declaran que el asesino que prefieren es Che Guevara.
 
No puedo decir que el libro de Jacobo Machover haya sido, para mí, una sorpresa total, ni que la cara del Che me fuera tan oculta; porque algo había leído y sabido sobre Cuba y el caso peculiar de Guevara, y cuando le mataron, de mala manera, en Bolivia –como él había matado a tantos–, el 9 de octubre de 1967, yo ya sabía que no murió un héroe ni un combatiente de la libertad, sino un asesino con ambiciones totalitarias.
 
No voy a resumir las diferentes etapas de la vida de Ernesto Guevara, narradas por Machover, las unas conocidas, las otras menos: su juventud vagabunda, el encuentro con Fidel y Raúl en Mexico, el desembarco azaroso, la guerrilla, la victoria castrista y los fusilamientos que comienzan a la hora siguiente; el Che en el poder, su desastre como ministro y como director del Banco Nacional, su alejamiento de Cuba por voluntad de Fidel; sus aventuras en el Congo, la absurda guerrilla, captura y muerte en Bolivia. Y no lo voy a resumir porque está magníficamente contado en el libro Machover. Por lo tanto, aconsejo leerlo, porque además tiene la ventaja de ser una lectura muy amena, breve pero repleta de informaciones, muchas de ellas inéditas.
 
Cuando el Che se larga de Cuba, acompañado hasta la puerta por Fidel, para emprender nuevas aventuras internacionales, o sea nuevos crímenes, sus relaciones con aquél ya eran conflictivas. Desde luego, esa situación nada tenía que ver con el odio de Stalin por Trotsky, que le costó la vida al hijo de Trostsky y al propio Trotsky; pero hubo serias divergencias entre ambos, que Jacobo matiza afirmando que el Che fue siempre un admirador de Fidel.
 
Fidel Castro y Ernesto Guevara.Tengo sobre este periodo algo confuso un recuerdo personal. A mediados de los años sesenta Mario Vargas Llosa, que estaba de vuelta de su admiración por el castrismo, me contó, un día, su susto: la madre del Che estaba en París, y creo que Mario la alojaba, y de pronto, una tarde, la buena señora desaparece. Mario me explica que se había convertido en anticastrista furibunda, porque consideraba que Fidel trataba pésimamente a su heroico hijo. "Pero ¿qué temes?", le pregunté. "De parte de los cubanos, cualquier cosa". Temía un secuestro, una paliza, y hasta, sin decirlo claramente, un asesinato. Pues resultó que la madre del Che, paseando por esa primavera parisina, se topó con el cartel de una obra de teatro que tenía muchas ganas de ver, y allá que se fue, olvidándose de avisar a Mario. No todas las historias relacionadas con la Cuba revolucionaria terminan tan bien.
 
Para resumir, y mucho, las divergencias políticas entre Fidel y el Che por aquellos años sesenta, puede decirse que el Líder Máximo, siempre a las órdenes de Moscú, defendía una política de apaciguamiento en la lucha armada en América Latina, mientras que el Che, apoyándose en China y en el maoísmo, defendía, al revés, la insurrección armada generalizada contra el "imperialismo yanqui" en América Latina y en todo el llamado Tercer Mundo, como queda manifiestamente claro en su famoso discurso de Argel, 1965.
 
Poco después cambian los vientos y la política soviética, y el castrismo, que se había mantenido alejado de la aventura personal del Che en el Congo, interviene masivamente en África: Angola, Mozambique, Etiopía, etc., siempre a las órdenes de Moscú.
 
Lo que más me ha entusiasmado en el libro de Machover es, precisamente, lo que anuncia el título: la destrucción sistemática del mito Guevara. En estas páginas ese héroe romántico se convierte en un apparatchik de la represión. Machover analiza sus escritos, sus acciones y hasta su psicología. Estaba "fascinado" por la muerte, "la suya y la de los demás". Y esa fascinación por la violencia y la muerte, que está presente "tanto en la ideología del fascismo y del nazismo como en la del comunismo" –escribe Machover, con toda la razón– es lo que caracterizó al Che, al que tantas vírgenes suecas y pacifistas yanquis siguen considerando un héroe romántico, cuando no fue sino un asesino que acabó convertido en camiseta.
 
 
JACOBO MACHOVER: LA CARA OCULTA DEL CHE. Ediciones del Bronce (Barcelona), 2008, 150 páginas.
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