No hay casi nada que un lector atento de la prensa no conozca, salvo tal vez algún que otro detalle del tipo "y fíjese que estos dos están casados", es decir, datos de prensa rosa (o de bidet) política. Y ojo, que yo no me quejo de eso: hace años que sostengo que la vida económica y política de este país sólo se llega a conocer por tres medios: el Hola, las páginas salmón y la lista, discreta aunque nunca del todo secreta, de los que pagan por no aparecer en ninguna de las dos opciones anteriores. El cotilleo es imprescindible en esta época. Lo era menos en tiempos de Primo de Rivera, cuando los asuntos verdaderamente importantes del país se trataban en los burdeles, el Teatro Real y el Liceo, en los entreactos de las tres instituciones.
Rumbo a lo desconocido tiene un comienzo, un nudo y un desenlace, como en todo relato o crónica que se precie y a pesar de que el final queda abierto, como no podía ser de otra forma. En las tres partes, la tesis central es la misma: Aznar tiene la culpa de todo lo que ha ocurrido, ocurre y ocurrirá con la derecha española, salvo de haberla organizado, estructurado y llevado al poder. ¿Contradictorio? Para nada. Se trata de un mecanismo habitual en el pensamiento de las izquierdas: Einstein era un genio, pero tiene la culpa de la bomba atómica y además era judío, de modo que no hay que tener tantos miramientos con él: vale la teoría de la relatividad, pero Hiroshima y Nagasaki están ahí. (¡Y lo que habría habido si no se hubiera parado los pies a los japoneses!).
Sostiene el señor Palomo que lo que impidió al PP triunfar en las últimas elecciones generales fue la sombra de Aznar, el pecado de la designación de Rajoy por el dedo de Aznar y la continuada participación de los hombres de Aznar en la dirección del partido. Ahora bien: el señor Palomo no habla desde posiciones oficiales, a lo Enric Sopena, sino que considera que el Zapatero prodigioso es un inepto al que casi cualquiera podría haber derrotado. Cualquiera menos Rajoy.
Y mire usted por dónde, ahí hasta podríamos estar de acuerdo: he escrito hasta el cansancio en estas mismas páginas que Rajoy no es un líder, y que no es que le falten asesores (que los tiene, y muy buenos, en contra de la opinión de Palomo), sino que le falta el don, el carisma, el atractivo (dicho sea de paso, no he leído esto mismo respecto de Gordon Brown, gran derrotado por interpósita persona en la alcaldía de Londres, pero es un caso muy similar), la sonrisa del líder, la fuerza en la expresión, la facilidad para acuñar consignas. En lo que no podemos estar de acuerdo es en que todo eso le ocurra a Rajoy porque lo cubre la larga sombra de Aznar; porque, "aunque lo deseara fervientemente, no podía librarse el sucesor de la guerra de Irak y del 11-M", anota don Graciano. Porque él, como casi todos los que han contribuido y contribuyen a mantener a Smiley en el poder, piensa que la guerra de Irak no es asunto en el que los españoles tengamos nada que ganar ni, sobre todo, nada que perder, y piensa que el 11-M fue culpa del Gobierno de entonces; o, si no lo piensa, lo dice como en un susurro que está presente detrás de cada una de sus frases.
De que hay judeófobos sobran pruebas en el siglo XX y en lo que llevamos recorrido del XXI; de que hay islamófobos, al menos están convencidos los de Webislam; de que hay negrófobos lo demuestra la mera existencia del Ku Klux Klan; de que hay blancófobos dan fe unos cuantos intelectuales de Occidente, de Sartre en más, y acaba de confirmarlo explícitamente el Dr. Bill Cosby; de la aznarofobia hay pruebas diarias en toda la prensa española, sin excepción, porque lo que no exponen las páginas editoriales lo comunica inevitablemente algún columnista, incluso con fingido dolor por los "errores" de don José María, Irak y 11-M, claro. "¡Qué distinto sería todo sin la foto de las Azores!", se excusan, queriendo decir en realidad: qué distinto sería todo si a Aznar no se le hubiera ocurrido esa tontería de ponerse del lado de Occidente, estando en Al Ándalus.
Pues bien, como ya diagnosticó el amigo Vilches, el de Graciano Palomo es un caso de aznarofobia. Endémica. Propagada desde el régimen. Aceptada en general por la gente; porque... a quién se le ocurre apoyar la guerra, ¿no? Por eso, cuando menciona el célebre cuaderno azul del ex presidente se permite la gracia de añadir entre paréntesis una pregunta: "¿Realmente podía ser de otro color?". Como si los antecedentes falangistas no fueran seña de identidad de casi toda la clase política de la Transición, empezando por no pocos referentes ideológicos de la izquierda de la época, como nos recordaba hace poco César Alonso de los Ríos en su muy recomendable Yo tenía un camarada.
Pero lo realmente curioso es que Palomo no es hombre de izquierdas, ni tiene una trayectoria profesional del izquierdas (Europa Press, COPE, Intereconomía, etc). ¿Cómo ha venido a parar a las leyendas sobre la tragedia actual de la derecha española, esta crisis que no parece acabar nunca y que Rajoy prolonga agónicamente con sus silencios? Justamente en estos días, militantes notables del PP, como Gustavo de Arístegui, reclaman a su presidente que hable antes del congreso de junio, porque si no el partido llegará a él en muy malas condiciones; en camino, precisamente, hacia lo desconocido.
GRACIANO PALOMO: RUMBO A LO DESCONOCIDO. Martínez Roca (Madrid), 2008, 192 páginas.