Por supuesto, ni entonces ni después encontré un ajuste entre los libros de esa clase y mi propia experiencia sentimental. Me sirvieron sobre todo para tratar de observar las curiosas conductas de los demás con neutralidad entomológica. Pero sin demasiado éxito. Cincuenta y cinco años separan el libro de Fromm de La paradoja del amor de Pascal Bruckner. Fromm escribió el suyo en 1956, cuando aún no se había producido la revolución sexual de los sesenta y setenta, que muchos atribuyen a cuestiones ideológicas y que yo reduzco a la feliz coincidencia en el tiempo de los antibióticos y los anticonceptivos: no había riesgo de embarazos no deseados y las venéreas de entonces se curaban con una inyección. La liberación duró lo que tardó en aparecer el sida. Pero eso bastó para un cambio profundo en las costumbres, que al parecer no ha sido bien asimilado, si es que lo ha sido en alguna medida.
Después llegó el ADN, una especie de droga de la verdad patrimonial que ya no permite dudas ni escamoteos sobre paternidades, con lo que la institución del matrimonio se vio seriamente perjudicada. Esto tampoco ha sido bien asimilado, visto el número de parejas que por dudas sobre su descendencia legal terminan en los tribunales. Son demasiados golpes juntos para las relaciones tradicionales, por sólidas que sean las convicciones de cada uno. Una liberación que no había sido del todo buscada, pero que tuvo mucha propaganda favorable, y unas obligaciones respecto de unos vástagos de los que ya no se puede renegar. Bueno, todo ello obliga a una reflexión sociológica, y Bruckner la hace. A su modo, es decir, a la francesa. Los procesos que describe, pues, son los de todo el mundo, pero en Francia.
Bruckner es un tipo inteligente, y hasta impúdico cuando se lo propone, pero es un moralista, como corresponde a su tradición. De ahí que su célebre Lunas de hiel, casi sadiana por momentos, culmine en el arrepentimiento por el exceso, que para Bruckner es siempre e irremediablemente destructivo. Hay todo un sector, escandalosamente amplio, de la cultura francesa furiosamente empeñado en negar a Rabelais la perpetuidad de lo carnavalesco que en él descubrió Bajtin.
La paradoja del amor es exactamente un ensayo, que es lo que los tratados son hoy, cuando ya los intelectuales se han cansado de las grandes y áridas extensiones que recorrían sus antepasados. Sartre, sin ir más lejos, no en los imponentes El ser y la nada o la Crítica de la razón dialéctica sino en los mucho más modestos Las palabras o Lo imaginario. Y es que las aspiraciones eran otras. Un filósofo no era en la modernidad lo que viene siendo en la posmodernidad: se ha pasado de la construcción de una Weltanschauung a una acumulación de observaciones y reflexiones no siempre demasiado original. Este libro tiene mucho de eso, a pesar del impresionante aparato de citas, que no lo hace más sólido, sino más presentable. Pero hace ya doscientos años que Stendhal escribió Del amor y hay cosas que no se pueden volver a decir, como no sea en una introducción histórica al asunto que preceda a algo realmente nuevo. Y yo no encuentro nada nuevo.
Ya Fromm, con seguir siendo su obrita lo mejor que conozco para ordenar lo que se puede alcanzar a saber sobre las relaciones amorosas, estaba más cerca del libro de autoayuda que de la filosofía y la sociología. No está mal, yo no desprecio el género, como no desprecio la novela histórica, pero sé que Ildefonso Falcones no es Graves ni Yourcenar.
Cito a Bruckner, que cita y comenta a Swedenborg. "El amor es lo que crea al prójimo, dijo el filósofo y teólogo sueco Swedenborg (siglo XVIII). Bonita frase errónea, porque mi prójimo existe, tanto si lo amo como si no". El sueco no conocía, por razones cronológicas obvias, ni a Stendhal ni a Lacan. Pero Bruckner sí, y es por conocerlos que no puede dejar pasar, en esa frase que suena a nota a pie de página, en la que ilustra al ignaro lector acerca de la figura de Swedenborg, la enorme intuición que llevó al hombre, en medio de los fríos del norte, a percibir que la pasión amorosa es nada más ni nada menos que la invención del otro. Por supuesto que el prójimo existe sin mi amor y sin mí, salvo para el obispo Berkeley, pero no el prójimo objeto de amor, que es una pura creación, la objetivación aparente e imaginaria de lo que no se tiene. Teniendo en cuenta que Bruckner subtitula su obra "Una reflexión actual sobre las pasiones", debemos suponer que no medita sin considerar a quienes lo hicieron antes que él. Y, si es así, sabe que su Swedenborg no puede ser la primera sino la última de las versiones de Pierre Menard, la que ya ha sido enriquecida por las lecturas anteriores.
Algo parecido hace con una frase de Hegel de inusitada riqueza: "El nacimiento de los hijos es la muerte de los padres". Hegel resume ahí la continuidad dialéctica y, además, prefigura gran parte del psicoanálisis. La glosa de Bruckner a semejante síntesis cultural: "Hoy sería más bien el medio para éstos [los padres] de seguir siendo niños hasta más tarde en la vida". Una pura estupidez seudosociológica.
En suma, y visto que no es la primera vez que Bruckner entra a recorrer el mismo sendero, pienso que La paradoja del amor es un fracaso o una trampa. Si lo ha escrito con toda la seriedad con que lo anuncia, es un fracaso, porque ya estaba hecho, y mejor hecho, por otros, los gigantes a cuyos hombros debió haberse encaramado, porque renuncia a una tradición y, lo que es peor, reduce a la nada lo mejor de ella, jibarizando sus grandes cabezas. Y si no lo ha escrito así, ha colado un libro mediocre de autoayuda con ropajes de alta escuela de pensamiento. Lleno de citas tan eruditas como vanas en ese contexto.
Y no voy a discutir con mi amigo Mario Noya. Sólo lo vemos distinto.
PASCAL BRUCKNER: LA PARADOJA DEL AMOR. Tusquets (Barcelona), 2011, 256 páginas.