Lodares fue profesor de Lengua Española en la Universidad Autónoma de Madrid y autor de numerosos trabajos sobre las circunstancias históricas, políticas y culturales del español, como El paraíso políglota (2000), Gente de Cervantes (2000), Lengua y patria (2001) y los estudios que produjo junto a prestigiosos académicos como Gregorio Salvador (quien lo consideró su mejor discípulo) o Rafael Lapesa. Este interesante y nuevo libro analiza "el porvenir del español", tal como se indica en el título, y plantea una seria valoración no sólo del estado actual de nuestra lengua, sino de sus retos en esta hora.
A través de una docena de capítulos muy bien documentados, Lodares se enfrenta a cuestiones de gran calado: el denominado "multiculturalismo", la antiglobalización y la etnicidad; la presencia del español en los dominios de la ciencia y la informática; su peso económico y cultural; su proyección exterior... A todo ello hay que añadir un buen aparato de notas, una adecuada bibliografía y un útil índice de materias, así como una rica mina de datos e informaciones.
Lodares sostiene que paulatinamente se reducirá el número de lenguas habladas en el mundo, y que ciertas comunidades idiomáticas y dominios lingüísticos se harán cada vez más grandes. De hecho, ahora mismo el 96 % de los humanos nos entendemos con el 4 % de las lenguas existentes, y el 80 % de la superficie del planeta puede recorrerse sin demasiados problemas manejando seis o siete lenguas.
Dado este panorama, Lodares intenta responder a dos preguntas clave: ¿cuál será el futuro del español?, ¿qué suerte correrá en Hispanoamérica... y en la misma España? Asimismo, se plantea qué posición tendrá en la Unión Europea y en los Estados Unidos.
Es importante tener presente que estamos ante un ensayo provechoso tanto para los investigadores de la lingüística aplicada como para el ciudadano medio. Más allá de tecnicismos y cuestiones filológicas, se trata de un trabajo iluminador acerca del avance o retraso del español en el mundo y de los retos que habrá de afrontar para insertarse en los nuevos mercados y en el cambiante mapa geopolítico. En este sentido, resulta muy útil el capítulo tercero, donde Lodares argumenta con claridad sobre la importancia de una lengua fuerte y sobre los peligros políticos y económicos que puede correr el español si desde la propia España se legisla sectariamente en torno a ella.
Desde la ceguera de los reductos más tribales de oposición a la idea de España y a su lengua, ha acabado imponiéndose la mal llamada "normalización" lingüística en ciertas autonomías. Contra lo que se pretende decir desde los medios oficiales de los nacionalismos secesionistas, se ha desfavorecido y se sigue perjudicando al español como vehículo de comunicación escrita y hablada.
Desde dentro de lo que queda de España la cosa se ve muy clara. Desde fuera, todavía más. Porque mientras 50 millones de jóvenes en todo el mundo están aprendiendo español, en ciertas partes de España –tan sonrientes con las izquierdas radicales– se siguen realizando diariamente campañas para disminuir su presencia y uso.
Advertimos que el intento de reducir y hasta eliminar el español como lengua no es sólo obra de los rancios nacionalismos secesionistas, también –y sobre todo– del radicalismo de izquierdas, los social-comunismos vasco y catalán, con el beneplácito de las derechas nacionalistas más burdas e incompetentes.
Estamos ante lo que Carmen Leal definió como la "Gestapo lingüística" en Cataluña. Compruébelo cualquier ciudadano observando el estado de la lengua española en esa comunidad. O lean recientes columnas de un diario oficialista como el Avui donde se afirma que hablar español es cosa de pobres, como ya denunció Leal en otro artículo.
Es por ello que el libro de Lodares ilumina y aclara muchas cosas. Porque, frente a los permanentes mitos socialistas e independentistas, muestra con claridad cómo en las tres primeras décadas del siglo XIX el cuidado y defensa de la lengua española provino de autores catalanes como Piferrer, Puigblanch, Figuerola o Casamada, entre otros. Y no deja de ser curioso que las críticas más duras al particularismo lingüístico hayan provenido casi siempre de las izquierdas más sectarias. Es en este punto donde vale traer a colación las actitudes de un dirigente socialista catalán como Fabra Ribas y las de otros políticos posteriores de las izquierdas más miopes, como Indalecio Prieto, Tierno Galván o Saborit.
Fieles a su odio a la idea de España e imbuidos de antiamericanismo, los independentismos y el actual socialismo gobernante insisten en privilegiar cualquier lengua que no sea el español –tampoco el inglés–: de ahí, por ejemplo, la ridícula apuesta de Pasqual Maragall en favor de la "Organización Internacional de la Francofonía".
En este contexto cabe ubicar también el insensato asalto a los estudios universitarios de Filología Hispánica y Filología Inglesa. Todo procede de las concesiones del Gobierno Zapatero en un proceso de ajuste universitario a las titulaciones europeas que está plagado de errores. En Defensa de la Filología Inglesa ya planteamos que se trata de una pensada agenda de disminución no sólo del español, también del inglés; un ejemplo más de ese ingénito odio a la idea de España y a lo norteamericano, tan propio de las izquierdas ahora en el poder.
Porque no deja de sorprender que ningún país europeo, excepto el nuestro, haya intentado eliminar la carrera de Filología Inglesa. Junto al ataque contra el español desde los independentismos ligados a las izquierdas, es fácil constatar el asalto a la cultura para controlarla y manipularla desde la raíz misma de la lengua.
Volviendo estrictamente al libro de Lodares, son también muy sugerentes las ideas que se apuntan sobre el futuro de la lengua española, especialmente en Estados Unidos, donde el número de hablantes rebasará pronto al de la misma España y sólo será superado por el de México. Aun así, a nadie puede escapársele que la importancia del español y su futuro en el mundo no dependerán sólo del número de hablantes: la clave estará en la fuerza política y económica que alcancen tales hablantes y, sobre todo, en el impulso real que los gobiernos de España e Hispanoamérica den a nuestro idioma.
Es ahí donde la previsión de Lodares resulta muy clara, al augurar que el español tendrá un descenso de representación en Europa –empezando incluso por la misma España–, donde la tarea será mantener posiciones y evitar su desplazamiento en las instituciones continentales en beneficio de lenguas con menor peso en el contexto mundial. Tal es el precio que estamos pagando –añadimos– por supeditarnos a Francia y a Alemania y a los caprichos secesionistas internos.
Y es que, en lugar de caer en el falaz optimismo de los 400 millones de hablantes, hace falta impulsar el español desde dentro, sin miedos ni complejos.