Implacable con la hipocresía del pensamiento único colectivista y con el cinismo de los conservadores disfrazados de centristas, sus mandobles caen igualmente sobre la izquierda y la derecha. En pleno acuerdo con Hayek, para quien "un economista que sólo es un economista no puede ser un buen economista", se interesa por las ramificaciones de la economía en el cine, la literatura, la religión, la prensa o la política. Y, lo más importante de todo, reivindica con creciente efecto la dignidad burguesa de esos propietarios, comerciantes, empresarios, directivos, inventores e innovadores que despliegan su libertad en el mercado para bien de todos nosotros –cuando les dejan–. Estas tres facetas de su personalidad están presentes en las numerosas apariciones en los medios que le han hecho tan popular o tan detestado.
Los ocho ensayos de mucho fuste contenidos en este libro confirman primero su habilidad con el florete crítico, su versatilidad en todos los campos de la cultura y su valentía al defender la libertad económica como fuente de moralidad y civilización.
Trata a los biempensantes de todos los medios y todos los partidos con severa precisión. Reconocerán en el ensayo sobre retórica antiliberal socialista y conservadora y en el análisis sobre ese monumento a la burocracia que es la Constitución europea al Rodríguez Braun de las tertulias de radio y los artículos de periódico. Como acostumbra, se burla de quienes, buscando cubrirse con la hoja de parra de un pretendido liberalismo, no piden otra cosa que impuestos más altos y prohibiciones más extensas, siempre por nuestro bien.
Los ensayos sobre el Shakespeare de El mercader de Venecia, sobre Carlyle –el fautor de la calumniosa calificación de la economía como ciencia lúgubre– y sobre la justicia natural en las películas de John Ford confirman el lado humanista de nuestra ciencia. Me he divertido sobre todo con el trabajo sobre cultura y economía, por poner en evidencia las contradicciones de quienes encuentran poco elegante y nada estético ganar dinero produciendo honradamente lo que el público demanda.
La labor de Carlos Rodríguez Braun es más útil aún cuando habla de las virtudes que fomenta el libre mercado, esas virtudes victorianas que los hipócritas de la izquierda llaman hipócritas. Demostrada la ineficacia del comunismo, la izquierda moderada se ha refugiado en una doble idea: si bien el sistema de libre mercado es más eficaz que ningún otro en la producción de bienes, debe ser controlado y corregido porque, dejado a su albur, deriva hacia una desigualdad insoportable. El capitalismo, dicen, es improductivo pero inmoral.
El ensayo sobre la encíclica Centesimus Annus quizá sea el más interesante de este libro sorprendente y cautivador. Un economista clásico no deja nunca de lado la consideración de la moral y de la ética. Pocos saben que el primer libro de Adam Smith se llamó La teoría de los sentimientos morales. Hasta que la sociedad no empezó a convencerse de que la actividad del comerciante, el fabricante, el especulador era no sólo moral sino también fuente de virtudes esenciales para una sociedad civilizada, no se puso en marcha el extraordinario crecimiento económico que tantos bienes ha traído a la humanidad.
La atención a la oportunidad comercial, la búsqueda del beneficio, la acumulación de fortunas, no por el saquero y el monopolio, sino por el servicio a los demás, difunde en la sociedad las virtudes burguesas que han hecho grande y amable nuestra civilización. Sin capitalismo no hay democracia liberal. He aquí la lección que este libro recoge y difunde con especial acierto.
NOTA: Este texto es el prólogo a ECONOMÍA DE LOS NO ECONOMISTAS, el más reciente libro de CARLOS RODRÍGUEZ BRAUN, que acaba de publicar la editorial Lid.