Pero empecemos por el principio: escucho 'La Mañana de la COPE' emitida desde Toledo, donde se habla de Isabel la Católica, nuestra gran Reina. A su enorme visión no le fue a la zaga la de su esposo, el gran Fernando el Católico. Pues bien, Fernando era uno de los tres modelos de príncipe para Maquiavelo.
Don Nícolo no era un cínico. Tenía sus pasiones, y su pasión más noble era Italia. Su obsesión durante su vida fue unificar Italia bajo un gran príncipe que expulsara para siempre a los países extranjeros que, como Francia y España, se disputaban su dominio. Italia estaba dividida entre ricas ciudades, que guerreaban entre sí para monopolizar sus mercados de expansión y eran incapaces de ponerse de acuerdo para defenderse de la codicia y ambición extranjeras (¿no invita esto a una reflexión sobre lo que sucede en los países debilitados por luchas territoriales?). Pero sigamos. Maquiavelo era un alto funcionario y hombre de confianza de Su Señoría (el Gobierno de Florencia), y como tal fue enviado como emisario –pero con escasos poderes, pues no era miembro de las grandes familias– a los centros de poder que se cernían amenazantes sobre Florencia. Eso quiere decir que conoció de cerca las cortes de Alemania, Francia, el Vaticano, Venecia, lo que le permitió aplicar sus excelentes dotes de observación para conocer a fondo la esencia del poder.
De esas observaciones sobre las cortes y la naturaleza humana nació lo que hoy llamaríamos su "modelo" sobre el poder. Releer su obra es una invitación a contemplar una gran inteligencia dedicada a advertir a sus coetáneos de lo que puede pasar si el Estado no cumple determinados mínimos. Uno de esos mínimos es el conocimiento de las deficiencias inherentes al ser humano. Otro, inevitable, es reconocer la esencia del poder. El poder es implacable, inmisericorde, despiadado; y si no se reconoce así, el que lo tiene es un mal príncipe que hará –esto es lo más importante– enormemente desgraciados a sus súbditos. ¿Les suena a algo contemporáneo?
Uno de los corolarios que se desprende de esta visión es que la paz se defiende con las armas. Florencia no tenía ejército, y se las arreglaba con mercenarios mandados por señores de la guerra (los condotieros) que cualquier día, por una mejor paga, cambiaban de bando. Maquiavelo, que no fue un ratón de biblioteca, se encargó de montar un ejército florentino, que el mismo dirigió –sin mucho éxito, todo hay que decirlo, pues fue traicionado– en la guerra contra Pisa. Pero, en todo caso, reforzó las defensas de Florencia, aunque al final no logró su independencia de la potencia francesa.
Los textos de Maquiavelo son una visión apasionante de aquellos tiempos apasionantes, en que empezaban a formarse las primeras naciones. La primera, aunque ahora se ha olvidado, fue España. Los reyes que la formaron no lo hicieron por casualidad: tenían una visión moderna del Estado, igual que Maquiavelo, aunque más humana, por más cristiana. Buscar un sentido democrático a esto es sencillamente un anacronismo; pero uno de los fines de ese Estado era defender a los débiles frente a los abusos feudales de los nobles. Por eso fueron reyes populares, y su leyenda pervivió largo tiempo después de muertos.
Don Nícolo no fue un triunfador. Fue maltratado por sus superiores, sufrió destierro cuando en Florencia gobernó otra familia, lo que intentó no dio sus frutos; fue, puede decirse, un fracasado (quizá por ser demasiado fiel a sí mismo y demasiado poco a las ideas que propugnaba). Pero fue fiel a sí mismo, que fue su más preciado bien.
Volviendo a la pregunta inicial: ¿qué diría don Nícolo en la España de hoy?, no creo que creyera que la gran nación forjada por su admirado Fernando, igual que la que él soñaba para Italia, estuviera traicionando a sus fundadores. Yo creo que si despertara en la España de hoy se preguntaría cómo rayos llegaron al poder los que ahora destrozan España. Se le respondería: "La democracia, don Nícolo, la votación popular". "Y quiénes votan", volvería a preguntar. "Todos. Esto es una democracia moderna", se le diría. Entonces, su perplejidad sería abismática: "Pero, ¿como puede el pueblo desear el mal y la destrucción para sí mismo? ¿Quién se encarga de educar al pueblo?".