El hecho, ¿accidente o predestinación?, afecta a los principales personajes de la Trilogía de Deptford, obra del canadiense Robertson Davies (1913-1995), que también dio rienda suelta a una imaginación realista y tradicional en las trilogía de Salterton y Cornish, y en una cuarta que quedó inacabada. Tendrá consecuencias para el narrador y protagonista, Dunstan, que se sentirá de por vida responsable por la mujer que recibió el impacto ("Me sentía atado a ella por la certeza de ser responsable de su pérdida de agudeza, los problemas de su matrimonio y la fragilidad física del hijo que era la mayor alegría de su vida") y por Paul; para su oponente y sin embargo amigo Percy Boyd, que, interesado en lo externo y material, no alcanzará a comprender las consecuencias de su acción hasta la vejez; para la receptora del impacto, la señora Dempster, esposa del pastor baptista del pueblo; para el recién nacido y, en general, para los habitantes del pequeño pueblo de pioneros en que se produjo el incidente, y en el que conviven cinco confesiones cristianas: la presbiteriana, la metodista, la baptista, la anglicana y la católica.
Los distintos protagonistas de la trilogía –Dunstan Ramsay en El quinto en discordia, David Staunton, el hijo de Percy Boyd Staunton, en Mantícora, y Paul Dempster, convertido en el mago y prestidigitador Eisengrin, en El mundo prodigioso– están imbuidos de religión –como el propio autor, Robertson Davies, para quien la religión es "uno de los principales modos por los que el hombre ha intentado explorar su destino"–, y en especial del reformismo calvinista, que, según dice la inquietante colaboradora de Eisengrin en la tercera entrega,
Los distintos protagonistas de la trilogía –Dunstan Ramsay en El quinto en discordia, David Staunton, el hijo de Percy Boyd Staunton, en Mantícora, y Paul Dempster, convertido en el mago y prestidigitador Eisengrin, en El mundo prodigioso– están imbuidos de religión –como el propio autor, Robertson Davies, para quien la religión es "uno de los principales modos por los que el hombre ha intentado explorar su destino"–, y en especial del reformismo calvinista, que, según dice la inquietante colaboradora de Eisengrin en la tercera entrega,
es una forma cruel de vivir, aunque olvides la religión y lo llames ética, comportamiento decente o cualquier otra cosa que saque a Dios del asunto.
El sentido de la experiencia religiosa no tiene que ver sólo con la relación de algunos personajes con la clerecía protestante: presbiteriana en el caso de Ramsey (que, como el propio Davies, es hijo de pastor), y baptista en el de la señora Dempster; se trata de una actitud existencial ("La obsesión por la Biblia de algún modo tuvo que servir de respaldo a la obsesión por el mago") derivada de la lectura personal de las Escrituras, y en especial del Antiguo Testamento, que se manifiesta en metáforas y comparaciones que perfilan la psicología de los personajes y hasta el estilo austero y sin retóricas ("porque era mucho más difícil que uno se saliera con la suya escribiendo bobadas en un estilo sencillo que en un estilo más suelto") de la novela. Y con una estricta doctrina calvinista que por encima de todo apela a la responsabilidad individual, como se pone de manifiesto, por ejemplo, en el rechazo de los habitantes de Dempfort a la señora Dempster cuando se descubre que no había sido violada sino que había consentido ("Había dado su consentimiento y eso era lo principal") mantener relaciones sexuales con un vagabundo, que, por cierto, con posterioridad se hará predicador.
En quien mejor se observa esa actitud vital es en Dunstan Ramsay, un hombre abatido por el sentido de la responsabilidad de una acción que, en definitiva, no cometió. Un hombre que, reconociéndose perdedor económico y sentimental, busca refugio en las historias de los santos ("sorprendentes como las de Las mil y una noches"), que investiga a conciencia, y entre las que quiere incluir la de su santa loca particular, la señora Dempster. Un hombre para quien la fe es, "ciertamente, una realidad psicológica" que, cuando no es invitada a adherirse a los fenómenos invisibles, "invade los visibles y monta una zapatiesta", y que descubre la religión sin ser religioso porque
En quien mejor se observa esa actitud vital es en Dunstan Ramsay, un hombre abatido por el sentido de la responsabilidad de una acción que, en definitiva, no cometió. Un hombre que, reconociéndose perdedor económico y sentimental, busca refugio en las historias de los santos ("sorprendentes como las de Las mil y una noches"), que investiga a conciencia, y entre las que quiere incluir la de su santa loca particular, la señora Dempster. Un hombre para quien la fe es, "ciertamente, una realidad psicológica" que, cuando no es invitada a adherirse a los fenómenos invisibles, "invade los visibles y monta una zapatiesta", y que descubre la religión sin ser religioso porque
no era tan tonto ni tan esteta para suponer que todo ese arte se había hecho sólo por el arte en sí mismo. Hablaba de algo, y yo quería saber de qué.
Son varias las tramas narrativas anunciadas en la primera parte de la trilogía: la rivalidad entre Dunstan Ramsay y Boy Staunton, las relaciones amorosas de ambos con Leola, con la que acabará por casarse Boy, la vida rural en Ontario, el conflicto moral derivado de las acciones de los personajes, la desaparición del pequeño Paul Dempster, que reaparecerá convertido en mago de circo, la participación de los rivales en la Primera Guerra Mundial; la mutilación del narrador, la búsqueda de un sentido a la existencia –espiritual en el caso de Dunstan y material en el de Boy Staunton–, la muerte de Boy en un accidente automovilístico (¿suicidio u homicidio?), el enigma de la piedra que éste había lanzado contra la señora Dempster cuando era niño...
En Mantícora, la segunda parte de la trilogía, el protagonista es el hijo mayor de Boy Staunton, David, que tras la muerte de su padre decide tomar las riendas de su existencia con ayuda de una psicoanalista jungiano de Zúrich. Abogado y consejero de Su Majestad la Reina, tiene cuarenta años; como dice la psicoanalista, "entre los treinta y cinco y los cuarenta y cinco, todos hemos de doblar una esquina en el camino de la vida, o bien estamparnos contra una tapia de ladrillo". El relato se construye como un diálogo terapéutico entre David y la doctora en el que se analizan los hechos más significativos de la vida de aquél: desde la frustrante relación con sus progenitores hasta sus dudas acerca de quién fue su verdadero padre y su vínculo afectivo con la criada Netty. Por más que se carguen las tintas en la psicología, el mundo bíblico continúa presente. Hasta tal punto es así, que el fin de la terapia, que significa un renacimiento de David, concluye un 24 de diciembre.
En El mundo de los prodigios, el protagonista es, como decía, Paul Dempster, ya mago de fama mundial conocido con el nombre de Eisengrin. Dempster/Eisengrin, que acepta la propuesta de actuar en una película sobre la vida del legendario Houdini, pero el rodaje es sólo una rocambolesca excusa para dar cuenta de su propia biografía, desde que marchó de Deptford en pos de una caravana de titiriteros, uno de los cuales lo sodomizó, pero también le introdujo en los secretos del arte de la magia, hasta que se convirtió en un gran ilusionista y fundó su propia compañía artística con una enigmática mujer.
Las dos últimas partes de la Trilogía de Dempfort no están a la altura de las expectativas creadas por la riqueza narrativa, originalidad argumental y fidelidad al modelo clásico de novela de la estupenda El quinto en discordia. ¿Quieren quedarse con ésta sólo? Pueden. ¿Con las tres, y en un único volumen? Pues también. La editorial, en este caso, ha pensado en todo.
ROBERTSON DAVIES: TRILOGÍA DE DEPTFORD. Libros del Asteroide (Barcelona), 2009, 1.197 páginas. Traducción de Natalia Cervera y Miguel Martínez-Lage.
En Mantícora, la segunda parte de la trilogía, el protagonista es el hijo mayor de Boy Staunton, David, que tras la muerte de su padre decide tomar las riendas de su existencia con ayuda de una psicoanalista jungiano de Zúrich. Abogado y consejero de Su Majestad la Reina, tiene cuarenta años; como dice la psicoanalista, "entre los treinta y cinco y los cuarenta y cinco, todos hemos de doblar una esquina en el camino de la vida, o bien estamparnos contra una tapia de ladrillo". El relato se construye como un diálogo terapéutico entre David y la doctora en el que se analizan los hechos más significativos de la vida de aquél: desde la frustrante relación con sus progenitores hasta sus dudas acerca de quién fue su verdadero padre y su vínculo afectivo con la criada Netty. Por más que se carguen las tintas en la psicología, el mundo bíblico continúa presente. Hasta tal punto es así, que el fin de la terapia, que significa un renacimiento de David, concluye un 24 de diciembre.
En El mundo de los prodigios, el protagonista es, como decía, Paul Dempster, ya mago de fama mundial conocido con el nombre de Eisengrin. Dempster/Eisengrin, que acepta la propuesta de actuar en una película sobre la vida del legendario Houdini, pero el rodaje es sólo una rocambolesca excusa para dar cuenta de su propia biografía, desde que marchó de Deptford en pos de una caravana de titiriteros, uno de los cuales lo sodomizó, pero también le introdujo en los secretos del arte de la magia, hasta que se convirtió en un gran ilusionista y fundó su propia compañía artística con una enigmática mujer.
Las dos últimas partes de la Trilogía de Dempfort no están a la altura de las expectativas creadas por la riqueza narrativa, originalidad argumental y fidelidad al modelo clásico de novela de la estupenda El quinto en discordia. ¿Quieren quedarse con ésta sólo? Pueden. ¿Con las tres, y en un único volumen? Pues también. La editorial, en este caso, ha pensado en todo.
ROBERTSON DAVIES: TRILOGÍA DE DEPTFORD. Libros del Asteroide (Barcelona), 2009, 1.197 páginas. Traducción de Natalia Cervera y Miguel Martínez-Lage.