Los más recientes esfuerzos de Gingrich por mejorar la vida y la política de su país se reflejan en iniciativas personales de gran valor, como American Solutions y Plattform for the American People. Además, Gingrich posee un talento especial para comunicarse con la gente y para escribir libros que, dados sus amplios conocimientos de historia, política y cultura, facilitan al lector un mejor entendimiento de la grandeza de Estados Unidos y de las posibilidades que le puede deparar el futuro. Bastaría recordar aquí títulos que en su día fueron éxitos de ventas, como Contract with América, To Renew America, Winning the Future, Pearl Harbor y –el más reciente– Real Change.
En Rediscovering God in America, publicado en 2006, Gingrich recuerda que los líderes históricos de Estados Unidos expresaron siempre una abierta y sincera devoción a Dios. Aquél y su equipo tuvieron el acierto de dar a la imprenta a finales de 2007 una versión en español: Descubra la fe de una nación. De ella me ocuparé en este artículo.
El objetivo de Descubra la fe..., que Gingrich ha escrito desde la historia, no desde la teología, es dar cuenta de la fuente de la que mana la libertad norteamericana y explicar que los Padres Fundadores comprendieron que para mantener la libertad en una sociedad libre es necesario creer firmemente en ese creador que llamamos Dios, más allá de confesiones concretas. El papel divino en los primeros pasos de EEUU y en el desarrollo de la libertad en ese país resulta incontestable, como bien prueba este volumen.
Tras una interesante introducción sobre la presencia de Dios como creador y las constantes alusiones que se hacen a Aquél en el ambito público norteamericano, Gingrich repasa las referencias a lo divino presentes en múltiples lugares y documentos fundamentales de EEUU, como la Declaración de Independencia, donde se puede leer que los hombres han sido "dotados por [el] Creador de ciertos derechos inalienables". En los monumentos erigidos en Washington DC a George Washington, a Thomas Jefferson, a Abraham Lincoln, en el Capitolio, en la Corte Suprema, en la Biblioteca del Congreso, en el Edificio Ronald Reagan, en la Casa Blanca, en el Cementerio Nacional de Arlington, Gingrich busca y encuentra la huella de Dios, testimonios de una nación creada sobre la idea divina... Dicha gira le sirve también a nuestro autor para criticar a todos aquellos que desean eliminar a Dios de la historia de los Estados Unidos.
Descubra la fe... ayuda a entender que el firme compromiso con la libertad religiosa es la piedra angular de la libertad estadounidense. Quienes arribaron a la Costa Este en los primeros años del siglo XVII lo hicieron para poder practicar libremente sus creencias religiosas y huir tanto de la falta de libertad como del absolutismo monárquico europeos. Los puritanos querían erigir una "ciudad asentada sobre un monte" que, por su religiosidad y prioridad, fuera un faro de luz para el resto del mundo. A ello se unirían los peregrinos, los cuáqueros y los católicos.
Ya en la segunda mitad del siglo XVIII, los Padres Fundadores entendieron la importancia de diseñar una forma práctica de gobierno que permitiera a los grupos religiosos expresar libremente sus fuertes creencias en el ámbito público. Fue en ese marco histórico que se redactó la Declaración de Independencia, donde, repito, se afirma bien alto que todos los hombres han sido dotados por el Creador de ciertos "derechos inalienables", entre los que se cuentan los derechos a la vida, la libertad y "la búsqueda de la felicidad". Sobre esa cláusula se forjó EEUU, no sobre aquella otra que sostiene que el poder va de Dios al monarca y de éste al pueblo.
Por lo que hace al primer presidente de la nación, George Washington, en su toma de posesión (30-IV-1789) puso la mano derecha sobre la Biblia y, tras hacer el juramento preceptivo, dijo: "So help me God" ("Así me ayude Dios"). Acto seguido se inclinó y besó la Biblia. Mucho después, Alexis de Tocqueville anotará en La democracia en América (1835):
No sé si todos los estadounidenses tienen una fe sincera en su religión, porque ¿quién conocerá el corazón humano? No obstante, tengo la certeza de que sostienen la fe como elemento indispensable para el mantenimiento de las instituciones republicanas.
Casi un siglo después, Abraham Lincoln consideró necesario que la nación volviera a buscar en Dios la fuente de sus libertades.
Gingrich denuncia en estas páginas el implacable esfuerzo del progresismo secular de izquierdas por expulsar a Dios del ámbito público norteamericano. En este punto, cabe señalar que la idea de la separación entre la Iglesia y el Estado no aparece en la Constitución de EEUU.
El empeño por borrar a Dios de la sociedad se refleja en la decisión (2002) del Noveno Circuito de la Corte de Apelaciones de que la expresión "Under God" (bajo Dios) es inconstitucional, cuando fue apoyada por más del 90% del pueblo y suscrita por el presidente Eisenhower en 1954. Esta desafortunada decisión es paradigmática del ataque fundamental a la identidad estadounidense, que valora que los derechos inalienables provienen de Dios. Gingrich argumenta que reconocer que una nación se encuentra "bajo Dios" es clave en un país, como Estados Unidos, con tanta diversidad religiosa, sobre todo porque la expresión trasciende cualquier fe o denominación y es, por tanto, inclusiva.
La idea de una sociedad sin valores espirituales y religiosos que prohíba las referencias públicas a Dios y elimine sistemáticamente todos los símbolos religiosos del ámbito público no se atiene a la voluntad de los Padres Fundadores, ni al talante de la gran mayoría de los norteamericanos, desde ayer hasta nuestros días. Pues bien, esa tradición y esos valores, enraizados en la misma creación de este país, son rechazados por el catecismo de la progresía secular, confeccionado por buena parte de las elites intelectuales, judiciales y mediáticas norteamericanas, que juzga negativamente toda expresión religiosa. Este libro es la mejor respuesta que cabe darle.
© Diario de América
NEWT GINGRICH: DESCUBRA LA FE DE UNA NACIÓN. Grupo Nelson, 2007, 160 páginas.
ALBERTO ACEREDA, director de DIARIO DE AMÉRICA y coautor del blog DEMOCRACIA EN AMÉRICA.