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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

De tejas abajo (II)

"La sociedad liberal sigue reduciendo el hombre al estado de objeto, cosificando las relaciones sociales, transformando a los ciudadanos-consumidores en esclavos de la mercancía, reduciendo todos los valores a los de la utilidad mercantil" (Alain de Benoist, Comunismo y nazismo). Repito esta cita para que las cosas estén claras y enlazar con la primera parte de este artículo.

"La sociedad liberal sigue reduciendo el hombre al estado de objeto, cosificando las relaciones sociales, transformando a los ciudadanos-consumidores en esclavos de la mercancía, reduciendo todos los valores a los de la utilidad mercantil" (Alain de Benoist, Comunismo y nazismo). Repito esta cita para que las cosas estén claras y enlazar con la primera parte de este artículo.
Alain de Benoist.
Hubiera podido elegir muchas más, ya que buena parte del libro de Alain de Benoist  está dedicado a embestir contra la democracia y la sociedad liberales y a insistir en su profunda semejanza con el ... ¡totalitarismo comunista! Me da pereza tener que combatir semejantes molinos de viento, tan difundidos por la izquierda y tan paletos.
 
Empezaré por exigir cierto rigor, porque si De Benoist se enfurece por el uso indiscriminado del término 'fascista', confundiéndosele con el nazismo –cuando no eran lo mismo, es cierto– u otras teorías y prácticas que poco o nada tienen que ver con la Italia de tiempos de Mussolini, ¿cómo es que emplea él tan burdamente el término esclavos? ¿Los "ciudadanos-consumidores" seríamos esclavos?
 
Un hombre tan culto como De Benoist debería tener en cuenta que si, efectivamente, el término 'fascista' ha evolucionado y se emplea muchas veces sin ton ni son, sigue representando, por lo general, la intolerancia y la dictadura, si no el totalitarismo strictu senso, mientras que el término 'esclavo' hace referencia directa a la esclavitud (¡gracias, Perogrullo!), o sea a un sistema en el que mujeres, hombres y niños se compraban y vendían como mercancías, se violaban, lapidaban y asesinaban impunemente, con el único límite a los caprichos sangrientos de sus propietarios (cuando los tenían) de su utilidad como mano de obra. No les interesaba matarlos a todos, aunque tuvieran derecho. Y si los siervos no eran esclavos, los "ciudadanos-consumidores" de hoy somos exactamente lo contrario.
 
En la construcción del Canal del Mar Blanco (URSS) perdieron la vida multitud de trabajadores forzados.También es cierto que recientemente algunos antimundialistas y nostálgicos del Gulag, para atacar al capitalismo, emplean el concepto 'nuevos esclavos', y me hace gracia encontrar a De Benoist en tan nefanda compañía. En este sentido, y para dar un toque irónico a este debate, que no se merece otra cosa, recuerdo un reportaje de la cadena "cultural" francoalemana Arte sobre los "nuevos esclavos", precisamente. Se trataba de trabajadores temporeros, procedentes de Europa del Este, que en Francia y Alemania realizan sus "laburos" ilegalmente; trabajo negro, como se califica. Uno de esos "nuevos esclavos" concedía una larga entrevista ¡mientras conducía su coche!
 
Es probable que el realizador optase por la intimidad del automóvil para darle un toque de clandestinidad al asunto, pero el resultado era para desternillarse de risa. Esclavos con su coche y su televisión, pues claro, ya que son esclavos del consumo. Mucho más seriamente, lo deseable sería que el consumo, gracias al capitalismo, siga extendiéndose hasta el último rincón del planeta. Confundir, adrede, la diversidad de las ofertas con la imposición del Dogma y la disciplina carcelaria de los ciudadanos es darnos el gato por liebre o no haber entendido nada, pese a las lecturas, a la realidad cotidiana del totalitarismo.
 
Ahora bien, puede deducirse de todo esto una crítica mal expresada del borreguismo o, dicho con mayor moderación, del conformismo. Que siempre ha existido. Lo que ha cambiado es que, con la introducción de las nuevas tecnologías, la televisión, internet, etcétera, el actual conformismo se difunde con muchísima más rapidez y amplitud que en el pasado, por eso algunos tienen la impresión –o lo fingen– de que se trata de un fenómeno nuevo y gravísimo, que penetra insidiosamente en los cerebros y transforma a los individuos, sin que se den cuenta, en peleles o "zombis", esclavos de las mercancías.
 
Dejemos esas chorradas para las películas de ciencia ficción. Evidentemente, el borreguismo existe y ha existido; también en las sociedades rurales, tan próximas a nosotros y que aún existen en muchas regiones del mundo, cuando los hombres y las mujeres se empecinaban a repetir exactamente lo que hacían, decían y creían sus padres, abuelos y tatarabuelos, temiendo el menor cambio, la menor innovación. ¿No puede condenarse esa forma de conformismo? Para algunos, no; para algunos, esas sociedades rurales representan los valores tradicionales y estaban "más cerca de Dios".
 
Lo mismo dicen de sus peones y fellahs los príncipes y los ayatolás musulmanes, multimillonarios en petrodólares. Si no hubiera habido hombres rebeldes, audaces, emprendedores, lanzados tanto a la aventura comercial como a la innovación técnica, etcétera, verdaderos precursores del capitalismo, esas sociedades rurales, tan "santas" para nuestros señoritos, hubieran terminado por morirse de hambre, sencillamente.
 
También me ha llamado la atención que Alain de Benoist ni siquiera aluda a un fenómeno tan real como actual, de verdad peligroso a mi entender, y que para ir deprisa definiré como "el pensamiento único socialburócrata", que pretende uniformar la sociedad y limitar al máximo la libertad individual, ese totalitarismo blando que venimos denunciando.
 
Volvemos a la confusión entre democracias parlamentarias y democracias liberales, porque es en el seno de la democracias parlamentarias que se desarrolla en Europa –como se constata a diario con el batiburrillo constitucional– la burocratización de la sociedad, contra la cual los liberales somos los únicos que luchamos, ya que el fofo PPE abre una puerta a la socialburocracia europea y la otra al islamismo turco.
 
Todos ellos, si no se declaran –salvo casos muy contados– anticapitalistas y aceptan de boquilla el mercado, defienden sin embargo como una conquista de la razón y del progreso la "economía social del mercado", grotesco sofisma sin sentido. Parece como si consideran el capitalismo un perro peligroso que hay que atar y amordazar para que no muerda, cuando es precisamente la libertad de emprender y el mercado libre lo que impulsa el desarrollo económico y social.
 
Retrato de Ronald Reagan.El capitalismo liberal es infinitamente más eficaz y social que el capitalismo de Estado burocrático o el engendro mixto: empresas estatalprivadas. Los países prácticamente sin paro y con desarrollo económico superior son aquellos como Reino Unido, Holanda, Dinamarca, etcétera, que han tomado medidas medianamente liberales, mientras que los "Estados de bienestar" burocratizados, como Francia y Alemania, ven su paro aumentar considerablemente y conocen la recesión.
 
Y, situándonos por un momento en el terreno, siempre sospechoso, de los gobiernos, me parece evidente que, pese a ser todos ellos democracias parlamentarias, los liderados por Reagan, Thatcher, Blair, pongamos, son muy diferentes a los liderados por De Gaulle, Mitterrand o Chirac, a los que se puede añadir a Kohl o a Schröder.
 
Y eso no sólo en cuanto a la organización socioeconomía de sus países, también en temas claramente políticos. Por ejemplo: la firmeza de Reagan contribuyó a la derrota del comunismo; Thatcher supo luchar contra los feudos burocráticos del laboralismo; Blair ha sabido compaginar la solidaridad democrática internacional con el progreso social y económico. A mi entender, ninguno de esos países era, o es, totalmente liberal, pero unos tomaron medidas de corte liberal y los otros no, y los primeros triunfaron.
 
En mi próxima crónica analizaré la afirmación de Alain de Benoist según la cual la democracia liberal y el totalitarismo comunista (el nazismo se ha esfumado), pese a que sus métodos y resultados sean distintos, comparten los mismos valores, siendo éstos, resumiendo, la referencia a la Revolución francesa y a la Ilustración, así como su religión del progreso y el odio al pasado y a la tradición.
 
En su delirio, llega incluso a exculpar a Marx: "Por lo que atañe al vínculo entre marxismo y comunismo, la verdad obliga a decir que tampoco es evidente" (pág. 164). Reconoce con benevolencia que Marx aludió a la guerra civil, a la conquista del poder por la violencia y a la dictadura (o dominación) del proletariado, pero se olvida de citar algo esencial: la liquidación del capitalismo y la abolición de la propiedad privada. Y la verdad obliga a decir que allí se encuentran las raíces del totalitarismo. Terminaré, por ahora, recordando que el nazismo (como el fascismo) conquistaron el poder sin violencia.
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