Se detiene Montaner en el estudio del pasado cubano: la tardía independencia de la Isla, el factor norteamericano –decisivo para que aquélla tuviera lugar–; la suerte de protectorado que los Estados Unidos ejercieron sobre la mayor de las Antillas; las dictaduras de Gerardo Machado y Fulgencio Batista; y, muy particularmente, en la revisión del pasado familiar de Castro, como quien busca la semilla de un árbol que creció torcido.
Recuerda Montaner que Cuba fue el país más desarrollado de América Latina, después de Argentina y México. La suya era una de las mayores producciones de azúcar del mundo. Sin embargo, luego del advenimiento del socialismo, sus habitantes viven prácticamente de la caridad: antes la URSS, ahora Venezuela, siempre pendiendo del hilo de otros, mientras no deja de invocarse la soberanía.
No se le escapa al autor el españolismo de su país, característica que siempre hay que tener presente cuando se intenta entender la conformación del pueblo cubano. Tampoco ignora la significación de un personaje siniestro: el Che Guevara, y vuelve a poner negro sobre blanco una de sus frases menos recordadas: "El revolucionario debe ser una perfecta y fría máquina de matar". (¿Cómo es posible que pueda tenérsele como paradigma?).
Asimismo, se detiene en el manejo disparatado del asunto de Bahía de Cochinos por parte de la CIA. Deja abierta la interrogante acerca de la relación entre el asesinato de Kennedy, Cuba y las mafias, tema espinoso sobre el que todavía no se tiene una palabra final. Y combate la tesis según la cual los gringos empujaron a Castro a los brazos de los soviéticos, cuando lo cierto es que ese matrimonio iba a producirse aun sin que mediaran los errores norteamericanos.
Montaner no cae en la trampa de menospreciar a Castro. Reconoce que su proyecto político pasó, desde siempre, por hacer frente a los Estados Unidos para revivir el mito de David y Goliat, y que muchos creyeron en esa fantasía. Pero la mayoría de los cubanos ya no la digiere.
Igualmente, revisa la etapa homofóbica de la dictadura castrista y la consiguiente persecución que padecieron gentes como José Lezama Lima, Reinaldo Arenas y Virgilio Piñera. Se detiene en el famoso caso Padilla, hito en la separación de las aguas entre la izquierda cultural democrática y el castrismo, ya entonces inmerso en prácticas estalinistas. No deja de preguntarse por qué García Márquez hace la vista gorda ante tantos horrores, aunque también señala que varios presos han podido salir de la Isla gracias a la intercesión del Nobel colombiano ante Fidel, como si fuese el ruego de un cortesano ante el monarca.
Finalmente, en el diálogo citado al principio se muestra prudente ante los cambios que vienen. Cualquiera esperaría más entusiasmo ante los hechos recientes, pero cincuenta años de espera marcan el corazón de los disidentes y les abona a la sindéresis.
Montaner celebra con entusiasmo la valentía de la disidencia interna, compuesta por mujeres y hombres corajudos que abogan por la libertad desde dentro, desde las cárceles, y batallan por los derechos humanos, pisoteados desde hace medio siglo por una dictadura militar, totalitaria y socialista.
CARLOS ALBERTO MONTANER: VIAJE AL CORAZÓN DE CUBA. Los Libros de El Nacional (Caracas), 2008.