Inglaterra fue la cuna de tal acontecimiento. Siglos después, las causas no están del todo claras, y todavía nos preguntamos acerca de cuál es el motor del progreso. Solemos decir que el capitalismo y el libre mercado conducen al bienestar, pero parece que tienen que darse algunas condiciones para que aquél germine. Según la visión clásica, la de Adam Smith y el Fondo Monetario Internacional, todo se limita a los incentivos y a las instituciones. Pero ¿y si esto no fuera todo?
El economista Gregory Clark, de la Universidad de California, será recordado por el libro de que vamos a ocuparnos en este artículo: A Farewell to Alms, o sea, adiós a las limosnas. Se trata de una obra que demuele ciertos mitos y creencias arraigadas, incluso algunas que han profesado los más conocidos liberales.
Según Clark, la situación del mundo ha venido siendo lamentable hasta 1800. Poco antes de esa fecha, la esperanza de vida no llegaba a los 35 años, y la estatura media era inferior a la registrada en la Edad de Piedra. La economía era, digamos, malthusiana, y las sociedades apenas avanzaban en lo que a nivel de vida y desarrollo tecnológico se refiere.
"Era una economía de la que podíamos esperar que, con el tiempo, sólo variaran las rentas de la tierra", comenta Clark. La población crecía a medida que el progreso tecnológico empujaba al alza la producción; pero como el "exceso poblacional" consumía los excedentes, el nivel de vida, lejos de crecer, se reducía notablemente. Las guerras, la peste y las pésimas condiciones higiénicas, así como los infanticidios, evitaban que se produjera el colapso total. "El poder de la población es superior a la capacidad de la tierra para producir bienes para la supervivencia del hombre", había escrito Malthus; y añadido: "La muerte prematura va a definir de una forma u otra el discurrir de la Humanidad".
Evidentemente, los análisis de Malthus no son aplicables a la actual situación de Occidente, donde la población no es un problema y hay alimentos de sobra para cubrir las necesidades. Sin embargo, Clark considera que en África y ciertas partes del Tercer Mundo este modelo sigue siendo válido, por las condiciones en que se encuentran.
Partiendo de este análisis, que se complementa con una gran cantidad de datos –de hecho, el lector puede en algún momento perder el hilo argumental–, Clark se prepara para explicar qué es lo que hizo posible la Revolución Industrial. Es ésta, sin duda, la parte del libro más interesante... y discutible, ya que se sostiene que, dado que en la época malthusiana los ricos se reprodujeron más que los pobres y sus descendientes vivieron más años (y demostraron una gran capacidad de adaptación para ganarse la vida: recordemos las consecuencias del derecho de primogenitura), se difundieron, biológica o culturalmente, ciertos valores que hicieron el terreno fértil para el desarrollo económico. Ahora bien, ¿podemos llegar a concluir por ello que, como dice Clark, la actual población inglesa desciende en su mayoría de "las capas altas de la sociedad del Medievo"?
El arraigo de hábitos como el ahorro, el trabajo duro y la prudencia sentó las bases de la Revolución Industrial e hizo posible la emergencia de una mano de obra mucho más eficiente. Todo ello, sumado a la tecnología que comenzó a desarrollarse en el siglo que va de 1760 a 1860, hizo posible decir adiós a la limosna, a farewell to alms, precisamente...
"Hacia 1800, en algunas partes de Europa los retornos del capital habían caído a niveles actuales, el esfuerzo laboral era mayor, (…) las tasas de violencia interpersonal se habían reducido notablemente, el número de personas cultivadas había crecido ostensiblemente", relata Clark. Y prosigue: "Lugares como Inglaterra se estaban convirtiendo, en todos los niveles de la sociedad, en el estereotipo de la clase media". A medida que el éxito económico se premiaba con la supervivencia, se fueron generando una serie de atributos que, al ser objeto de transmisión evolutiva, hicieron posible a la Humanidad dar un gran salto cualitativo.
Desde entonces, el ingreso per cápita se ha multiplicado por diez, y sigue subiendo. Y, aunque sorprenda a muchos, los más beneficiados de este proceso han sido los trabajadores menos cualificados. Todo ello no quita para reconocer que persisten enormes diferencias entre los países ricos y los pobres.
El bienestar depende en buena medida del grado de capital disponible por cada trabajador y de la eficiencia de que haga gala el proceso productivo. Así se explica, por ejemplo, que la Inglaterra de la época colonial tuviera un mejor desempeño que la India, aun cuando contaban con una tecnología similar y los salarios que se pagaban en el subcontinente eran mucho más bajos que en la metrópoli. Clark, de hecho, considera que, en último término, la brecha entre el Primer y el Tercer Mundo se explica por las "diferencias de eficiencia" entre ambos.
En A Farewell to Alms se aboga por dejar de lado el enfoque de buena parte de los teóricos del desarrollo y abrazar un cierto escepticismo. Occidente, dice Clark, no tiene un modelo de desarrollo económico que ofrecer a los países pobres. "No hay una simple medicina que garantice el crecimiento (…) La única política (…) que aseguraría beneficios para, al menos, algunos pobres del Tercer Mundo es liberalizar la inmigración". Tampoco la ayuda al desarrollo estilo 0,7% puede hacer mucho. Y es que, como denuncia una de las 25 viñetas de Cox & Forkum que exhibe LD en estos días, lo que llega a los pobres no es más que una gota, en medio del chorro de millones que va a parar a las manos de quienes les oprimen.
Hay más, mucho más, en A Farewell to Alms. Ojalá algún editor español se atreva a traducirlo al castellano, pues es una aportación de primer orden al esclarecimiento de las causas del desarrollo económico. Imprescindible.