Catorce años después, en 1912, un norteamericano, Edgar Rice Burroughs, creaba el personaje de John Carter, un ex soldado que vivía unas imposibles y fantásticas aventuras en Marte y que repetía acríticamente los estereotipos conservadores del Occidente de su tiempo.
Los comunistas no se quedaron atrás en el uso de Marte. Alexander Bogdánov, bielorruso, médico y revolucionario, vio gran potencial propagandístico a la composición de una novela futurista sobre el socialismo. Y es que tras el fracaso de 1905, en Rusia hacia falta más propaganda y otra estrategia.
Por esto, Bogdánov y Lenin se enzarzaron en un fuerte enfrentamiento desde aquel año. El primero publicó una obra en que combinaba el marxismo con la filosofía de Mach, Ostwald y Avenarius, lo que a Lenin le parecía una traidora aberración. Le acusó de idealista, lo que entre revolucionarios fanáticos de la praxis era poco más o menos que una condena. De hecho, Lenin consiguió que expulsaran a Bogdánov del partido en junio de 1909. Esto no impidió que en 1918 éste fuera contratado como profesor en la Universidad de Moscú, y que dirigiera la Academia Socialista de Ciencias Sociales.
Demasiado individualista para los soviéticos, el movimiento artístico de Bogdánov, el Proltkult, fue denunciado por Pravda en 1920 por "pequeñoburgués". Desde entonces fue vigilado por la policía secreta. Quizá en venganza, en 1924 Bogdánov propuso que se crionizara el cerebro de Lenin para implantarlo en otro cuerpo cuando la ciencia lo permitiera.
Los comunistas no se quedaron atrás en el uso de Marte. Alexander Bogdánov, bielorruso, médico y revolucionario, vio gran potencial propagandístico a la composición de una novela futurista sobre el socialismo. Y es que tras el fracaso de 1905, en Rusia hacia falta más propaganda y otra estrategia.
Por esto, Bogdánov y Lenin se enzarzaron en un fuerte enfrentamiento desde aquel año. El primero publicó una obra en que combinaba el marxismo con la filosofía de Mach, Ostwald y Avenarius, lo que a Lenin le parecía una traidora aberración. Le acusó de idealista, lo que entre revolucionarios fanáticos de la praxis era poco más o menos que una condena. De hecho, Lenin consiguió que expulsaran a Bogdánov del partido en junio de 1909. Esto no impidió que en 1918 éste fuera contratado como profesor en la Universidad de Moscú, y que dirigiera la Academia Socialista de Ciencias Sociales.
Demasiado individualista para los soviéticos, el movimiento artístico de Bogdánov, el Proltkult, fue denunciado por Pravda en 1920 por "pequeñoburgués". Desde entonces fue vigilado por la policía secreta. Quizá en venganza, en 1924 Bogdánov propuso que se crionizara el cerebro de Lenin para implantarlo en otro cuerpo cuando la ciencia lo permitiera.
***
Alexander Bogdánov utilizó Marte para mostrar su idea del paraíso comunista en la obra Estrella roja (1908), publicada en castellano por la editorial Nevsky Prospects, en una edición impecable, que añade un prólogo de Edmund Griffiths y un epílogo de Marian Womak. El relato de Bogdánov es simple pero interesante: un revolucionario profesional es captado por los marcianos para que vaya al Planeta Rojo (qué casualidad) y sepa cómo funciona una sociedad comunista. Los marcianos andan buscando la manera de colonizar la Tierra, y se plantean dos alternativas: hacerlo como idearía Wells –liquidar y asentarse– o transformar el Planeta Azul en otro paraíso socialista y aprovechar sus recursos naturales.
Bogdánov llama a su protagonista Leonid, alias Lenni; pero no debemos confundirnos: no es un remedo de Lenin. El autor y el posterior líder bolchevique no se llevaban precisamente bien, como ya vimos. Leonid fue un amigo íntimo de Bogdánov, quien también aparece en estas páginas por medio de Werner (uno de sus seudónimos), el médico de Lenni. Al final de la novela aparece un tal Vladimir, igual se llamaba Lenin, y lo describe como hombre de pocas luces.
El valor político de Estrella roja reside en que muestra la mentalidad del comunista de principios del siglo XX. Bogdánov reproduce a la perfección la ingenuidad de los comunistas en la construcción pacífica, ordenada y estatal del hombre nuevo. El trabajo, las relaciones sexuales, la paternidad, la educación, la vivienda, el suicidio o la alimentación están milimétricamente planificadas por un poder del que Bogdánov no explica su origen. Todo lo dispone un comité de sabios, de ingenieros sociales que toman las decisiones sin control ni consulta. El individuo es un engranaje de la maquinaria social cuyas necesidades vitales cubre el planificador. Claro, no es libre. La diferencia no existe, hasta el punto de que hombres y mujeres son físicamente iguales gracias a ciertos tratamientos médicos. La ciencia está al servicio del poder omnímodo. Es curioso contrastar cómo la utopía de Bogdánov es, ya en la realidad, la distopía de Orwell y Huxley.
Bogdánov conserva en Estrella roja esa mística de la revolución, esa visión romántica de la sangre y el fuego tan característica de la Europa anterior a la Gran Guerra. El autor cree en la necesidad de liquidar a la burguesía para construir el hombre nuevo. El conflicto es inevitable, porque, como escribió el padre intelectual de Bogdánov, Karl Marx, la historia de la Humanidad es la historia de la lucha de clases.
Lo que mejor retrata la referida ingenuidad es la consideración del socialismo como la fase superior de la civilización universal. Los marcianos ven en los terrícolas una especie destructora porque está sumida en el liberalismo político y económico, que ha hecho degenerar al hombre. La relación entre ambos planetas es, en consecuencia, imposible. Esto recuerda a lo que decenios después escribió Arthur C. Clarke en El fin de la infancia: estamos muy atrasados respecto a la marcha del Universo.
El discurso sobre la malignidad del hombre y su condición de plaga sobre la Tierra es perfectamente actual: la protesta izquierdista tiene hoy cariz ecologista. En la descripción que uno de esos ingenieros sociales marcianos, llamado Sterni, hace del carácter incorregible del ser humano, podría intercambiarse socialismo y derivados por ecologismo y sucedáneos, y el contenido sería el mismo. La Tierra sólo se puede salvar, dice Sterni, si el hombre desaparece. "¿Los socialistas también?", pregunta Lenni. "También".
El valor literario de la novela, que lo tiene, no está solamente en su carácter entrañable, así como en la buena construcción de los personajes: la traductora y editora de esta edición, Marian Womak, asegura que se trata de la primera novela steampunk en ruso. Este subgénero, desarrollado en la década de los ochenta del siglo XX, se caracteriza por la ambientación de las historias en sociedades completamente victorianas, pero rodeadas de tecnología futurista. La idea es sugerente y discutible, porque, a diferencia de lo que ocurre con Verne o Wells, el anacronismo en Bogdánov no existe, ya que los avances pertenecen a otra civilización, no a la nuestra, y casi toda la acción se desarrolla en otro planeta, con lo que la sociedad victoriana no aparece. Eso sí, el Eteronef, la nave estelar marciana, merece un hueco principal entre los artefactos más originales de los precursores de la ciencia-ficción.
Nos encontramos, por tanto, ante una novela sobre las ensoñaciones de un comunista idealista de comienzos del siglo XX, que creía que el socialismo era la fase superior de la civilización universal. Claro, que a lo del socialismo en el cosmos se le puede aplicar lo que decía Agustín de Foxa de la invasión de Inglaterra: "sólo es posible en las novelas".
ALEXANDER BOGDÁNOV: ESTRELLA ROJA. Nevsky Prospects (Madrid), 2010, 270 págs. Traducción: Marian Womak.