La Campoamor saludó con ardor la llegada de la II República, en la que había puesto sus esperanzas para la modernización y el progreso de España. Pero no se limitó a ser espectadora de los acontecimientos. Mujer hecha a sí misma, se convirtió en una jurista de prestigio, primero, y en una eficaz política, después, que lograría nada menos que el voto femenino en España, frente a una numerosa oposición de izquierda y derecha. Andando el tiempo dedicará a tal acontecimiento un libro irónicamente titulado Mi pecado mortal.
Sabemos cómo acabó aquella República. Para Campoamor, se trató de un fracaso de los españoles y una inmensa oportunidad perdida. Ella, en cambio, no quiso perder la suya de escribir un dictamen netamente republicano y liberal sobre tal periodo. Ese dictamen es este libro, La revolución española vista por una republicana, que escribió entre octubre y noviembre de 1936, es decir, en plena guerra. Ahora bien, no es otro libro de memorias de guerra, sino un análisis político de primer orden.
Campoamor lo escribió en francés, y Luis Español lo ha traducido a nuestro idioma y publicado en una edición "ampliada y revisada". He aquí el fruto de largas reflexiones, de una escritura apresurada y no exenta de errores. Español complementa el texto con numerosas notas en las que aporta información precisa y pertinente, en ocasiones para refrendar o redondear las afirmaciones de la autora y en otras para señalar que doña Clara ha cometido tal o cual error.
Nuestros lectores apreciarán, a buen seguro, este texto. No es ya, como señala Español en la introducción, que Campoamor insista en entender 1934 como "antecedente directo" de 1936, con lo que coincide en su análisis con "las exitosas obras de Pío Moa en los últimos años": es que su veredicto está cargado de juicios a la vez honestos, severos y, algunos de ellos, visionarios.
Campoamor nos advierte de que ya desde mayo se habían impuesto en Madrid "definitivamente" los métodos anarquistas, y que la situación era "caótica": "Los obreros comían en los hoteles, restaurantes y cafés" de balde, y "las mujeres de los trabajadores hacían sus compras en los ultramarinos sin pagarlas, por la buena razón de que les acompañaba un tiarrón con un elocuente revólver". Otro trazo de aquel Madrid ya casi revolucionario nos lo dan "las cinco o seis bombas de dinamita que cada día los huelguistas colocaban en edificios en construcción".
Los republicanos, los mismos que se las daban de custodios exclusivos del régimen, fueron cediendo el Estado a las izquierdas más extremas. Las consecuencias de todo ello no se le escapaban a doña Clara: Azaña, con quien es muy crítica, les facilitó "la introducción pacífica de la dictadura del proletariado". Y afirma: "Si ese era el acontecimiento a que los sublevados querían adelantarse, su preocupación no carecía de fundamento y esa idea de adelantarse a la revolución comunista se hace más clara".
El deslizamiento del poder desde los republicanos a la extrema izquierda sólo podía acabar de un modo: "Se vislumbra con demasiada claridad que el triunfo del Gobierno no será el triunfo de un régimen democrático", sino el triunfo de los "extremistas"; con dos únicos resultados posibles: "Se disputarían el poder y la gloria de instaurar en el país regímenes opuestos: el comunismo bolchevique o el libertarianismo anarquista".
Campoamor sabía del carácter heterogéneo de los dos bandos en lucha. Por eso era inmune a la propaganda del suyo: "¿Fascismo contra democracia? No, la cuestión no es tan sencilla, [pues] hay al menos tantos elementos liberales entre los alzados como anti demócratas en el bando gubernamental". Por lo que se refiere a los alzados, sólo ve factible un régimen "lo suficientemente fuerte como para imponerse a todos, y [ese régimen] sólo puede ser una dictadura militar".
La descomposición de la República –verá en la entrega de armas a los milicianos el punto sin retorno– tiene su manifestación más clara en el terror: "Desde los primeros días de lucha, un indecible terror reinaba en Madrid, [donde] pasear a todo sospechoso o todo enemigo personal se convirtió en el apasionado deporte de los milicianos de retaguardia". A resultas de todo ello, "el Gobierno hallaba todos los días sesenta, ochenta o cien muertos tumbados en los alrededores de la ciudad"; y se podría hablar de más de 10.000 ciudadanos "asesinados durante tres meses, y sólo en la capital". Todo ello, antes de Paracuellos.
¿Y qué hacían las autoridades ante esos trágicos acontecimientos? "Pareciera que los consideraban con indiferencia e incluso que cerraban los ojos, convencidos de que aquella depuración podía mostrarse útil y necesaria para la seguridad interior". Recalca que pudieron haber empleado a la Guardia Civil para reprimir a los milicianos que ejecutaban a ciudadanos, pero no quisieron.
El terror respondía, al menos para algunos, a una estrategia totalitaria, según se desprende del hecho de que –afirma Campoamor– "estas ejecuciones se llevaron a cabo con la ayuda de unas listas preparadas de antemano"; listas repletas de "sacerdotes, frailes y religiosas, los miembros de Falange Española, los de Acción Popular, los del Partido Agrario y luego los miembros del Partido Radical".
Campoamor no ahorra críticas a la derecha. Especialmente certera es la que le dedica por el modo en que condujo la respuesta al golpe de estado que dio la izquierda en 1934:
Sabemos cómo acabó aquella República. Para Campoamor, se trató de un fracaso de los españoles y una inmensa oportunidad perdida. Ella, en cambio, no quiso perder la suya de escribir un dictamen netamente republicano y liberal sobre tal periodo. Ese dictamen es este libro, La revolución española vista por una republicana, que escribió entre octubre y noviembre de 1936, es decir, en plena guerra. Ahora bien, no es otro libro de memorias de guerra, sino un análisis político de primer orden.
Campoamor lo escribió en francés, y Luis Español lo ha traducido a nuestro idioma y publicado en una edición "ampliada y revisada". He aquí el fruto de largas reflexiones, de una escritura apresurada y no exenta de errores. Español complementa el texto con numerosas notas en las que aporta información precisa y pertinente, en ocasiones para refrendar o redondear las afirmaciones de la autora y en otras para señalar que doña Clara ha cometido tal o cual error.
Nuestros lectores apreciarán, a buen seguro, este texto. No es ya, como señala Español en la introducción, que Campoamor insista en entender 1934 como "antecedente directo" de 1936, con lo que coincide en su análisis con "las exitosas obras de Pío Moa en los últimos años": es que su veredicto está cargado de juicios a la vez honestos, severos y, algunos de ellos, visionarios.
Campoamor nos advierte de que ya desde mayo se habían impuesto en Madrid "definitivamente" los métodos anarquistas, y que la situación era "caótica": "Los obreros comían en los hoteles, restaurantes y cafés" de balde, y "las mujeres de los trabajadores hacían sus compras en los ultramarinos sin pagarlas, por la buena razón de que les acompañaba un tiarrón con un elocuente revólver". Otro trazo de aquel Madrid ya casi revolucionario nos lo dan "las cinco o seis bombas de dinamita que cada día los huelguistas colocaban en edificios en construcción".
Los republicanos, los mismos que se las daban de custodios exclusivos del régimen, fueron cediendo el Estado a las izquierdas más extremas. Las consecuencias de todo ello no se le escapaban a doña Clara: Azaña, con quien es muy crítica, les facilitó "la introducción pacífica de la dictadura del proletariado". Y afirma: "Si ese era el acontecimiento a que los sublevados querían adelantarse, su preocupación no carecía de fundamento y esa idea de adelantarse a la revolución comunista se hace más clara".
El deslizamiento del poder desde los republicanos a la extrema izquierda sólo podía acabar de un modo: "Se vislumbra con demasiada claridad que el triunfo del Gobierno no será el triunfo de un régimen democrático", sino el triunfo de los "extremistas"; con dos únicos resultados posibles: "Se disputarían el poder y la gloria de instaurar en el país regímenes opuestos: el comunismo bolchevique o el libertarianismo anarquista".
Campoamor sabía del carácter heterogéneo de los dos bandos en lucha. Por eso era inmune a la propaganda del suyo: "¿Fascismo contra democracia? No, la cuestión no es tan sencilla, [pues] hay al menos tantos elementos liberales entre los alzados como anti demócratas en el bando gubernamental". Por lo que se refiere a los alzados, sólo ve factible un régimen "lo suficientemente fuerte como para imponerse a todos, y [ese régimen] sólo puede ser una dictadura militar".
La descomposición de la República –verá en la entrega de armas a los milicianos el punto sin retorno– tiene su manifestación más clara en el terror: "Desde los primeros días de lucha, un indecible terror reinaba en Madrid, [donde] pasear a todo sospechoso o todo enemigo personal se convirtió en el apasionado deporte de los milicianos de retaguardia". A resultas de todo ello, "el Gobierno hallaba todos los días sesenta, ochenta o cien muertos tumbados en los alrededores de la ciudad"; y se podría hablar de más de 10.000 ciudadanos "asesinados durante tres meses, y sólo en la capital". Todo ello, antes de Paracuellos.
¿Y qué hacían las autoridades ante esos trágicos acontecimientos? "Pareciera que los consideraban con indiferencia e incluso que cerraban los ojos, convencidos de que aquella depuración podía mostrarse útil y necesaria para la seguridad interior". Recalca que pudieron haber empleado a la Guardia Civil para reprimir a los milicianos que ejecutaban a ciudadanos, pero no quisieron.
El terror respondía, al menos para algunos, a una estrategia totalitaria, según se desprende del hecho de que –afirma Campoamor– "estas ejecuciones se llevaron a cabo con la ayuda de unas listas preparadas de antemano"; listas repletas de "sacerdotes, frailes y religiosas, los miembros de Falange Española, los de Acción Popular, los del Partido Agrario y luego los miembros del Partido Radical".
Campoamor no ahorra críticas a la derecha. Especialmente certera es la que le dedica por el modo en que condujo la respuesta al golpe de estado que dio la izquierda en 1934:
¡Tres únicas condenas oficiales! ¡Gran clemencia! Pero, a cambio, miles de prisioneros, centenares de muertos, de torturados, de lisiados. ¡Execrable crueldad! He ahí el balance de una represión que si hubiese sido severa pero legal, justa y limpia en sus métodos, habría causado mucho menos daño al país.
Una derecha más liberal y menos inculta que la que tenemos podría haber hecho de Clara Campoamor un referente histórico. Quizá sea bueno que no lo haya hecho, si, como señala Español, doña Clara fue una genuina representante de la "tercera España".
En cualquier caso, el ejemplo y los juicios de Clara Campoamor están tan vigentes hoy como lo estuvieron ayer.
CLARA CAMPOAMOR: LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA VISTA POR UNA REPUBLICANA. Renacimiento (Sevilla), 2009 (3ª ed.), 257 páginas.
En cualquier caso, el ejemplo y los juicios de Clara Campoamor están tan vigentes hoy como lo estuvieron ayer.
CLARA CAMPOAMOR: LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA VISTA POR UNA REPUBLICANA. Renacimiento (Sevilla), 2009 (3ª ed.), 257 páginas.