Tengo que confesar que en mi casa el único fan del ranger de Texas Walker es mi padre, quien a sus 90 años no se pierde un episodio y se conoce de pe a pa las ocho temporadas y media de esa serie. Yo, por mi parte, si bien reconozco al señor Norris su tesón, disciplina y habilidad, he de decir que no soy un fanático de las artes marciales. Ahora bien, debo confesar que, en cambio, soy un fiel seguidor de sus contribuciones políticas, menos conocidas pero no por ello menos relevantes. Quien quiera puede echarles un vistazo no tiene sino que visitar la web de Townhall: cada semana una entrega, a cuál más jugosa.
Ahora nos deleita con un libro en el que diagnostica con precisión y contundencia los males de América y nos presenta, con convicción, una agenda de cambio real, no como el de Obama, para despertar a la nación y volver a alinearla con el proyecto de sus padres fundadores. Patrotismo de cinturón negro es un claro manifiesto político a favor de una vuelta a las esencias, pero que rechaza lo rancio y que podría ser, perfectamente, la agenda conservadora para la América del futuro... y, ya puestos, para lo que quede de España.
Quien no sepa nada de la trayectoria política de Chuck Norris ha de saber, por lo menos, que durante años ha acarreado fondos para Ron Paul, que apoyó a Mike Huckabee en las primarias republicanas y que ahora defiende a John McCain frente a un Barack Obama en el que ve, si no todos los males, algunos de marca mayor.
¿Cuáles son los males que aquejan a la América actual? Norris aborda metódicamente los ocho que considera más importantes. El primero es esa suerte de amnesia que padece y que le impide reconocerse, esa desmemoria que pesa sobre los principios que hicieron posible su emergencia como nación. Para nuestro autor, resulta de todo punto imprescindible recuperar la letra y el espíritu de dos documentos fundacionales: la Declaración de Independencia (sí, ese pergamino ajado que Nicolas Cage roba en La búsqueda) y la Declaración de Derechos, pues en ellos se funden los conceptos de patria, libertad e individuo que tanto bien han producido para América y para el mundo. Norris añade un tercer documento, igualmente imprescindible para la vida moderna: los Diez Mandamientos, mínimo común denominador de toda fe y humanismo que se precien.
Un segundo problema tiene que ver con la economía, la cultureta del gasto compulsivo y la deuda originada por los créditos generosos. Sus propuestas de sentido común, como por ejemplo aquello que nos enseñaban nuestros padres de no gastar más de lo que se tiene, vienen muy bien en tiempos de crisis financiera y falta de liquidez bancaria. Norris quiere acabar con la tentación del americano a gastar sin ahorrar, pero también con la avaricia del Estado despilfarrador. En este punto se revela un fiel seguidor de Ronald Reagan, quien dijo aquello de que el Estado es como un bebé, que tiene un extremo del aparato digestivo de una voracidad insaciable y el otro de una irresponsabilidad total. Norris alabaría la política de contención del gasto y austeridad fiscal de Aznar, y desde luego condenaría el desequilibrio financiero de Zapatero. No hay que dudarlo.
El tercer mal que identifica nuestro autor tiene que ver con la incapacidad política para asegurar las fronteras de Norteamérica. Para Norris, una nación sin fronteras está condenada a desaparecer, porque es incapaz de garantizar su identidad. Curiosamente, se muestra altamente compasivo con los emigrantes ilegales que están en suelo americano; no es de extrañar, pues, que defienda a la vez el plan Bush de amnistía para quienes trabajen y la erección de barreras físicas para evitar más entradas ilegales en el futuro.
El cuarto hace referencia a la religión, a su peso en la sociedad. Norris está convencido de que América ha perdido el norte en materia de moralidad. Los famosos babyboomers de los 50 y 60, con su cultura de sexo y drogas, han dado paso a una juventud de más sexo, más drogas y más violencia. La autoridad y el respeto brillan por su ausencia, se impone la mala educación, no hay valores… ¿les suena? Norris propone un camino de salvación que pasa por la fe –en el ámbito individual– y la reforma del sistema educativo. Hay que acabar con la idea del maestro-coleguilla y exigir más disciplina, esfuerzo y rendimiento, y primar la excelencia. El pobre no se ha leído la Logse.
Quinto problema: la continua depreciación de la vida, que tiene por consecuencia los abusos de que son víctimas tantas mujeres, las prácticas eutanásicas y abortivas, etcétera. Sin duda, éstos son frutos de una sociedad secularizada, hedonista y relativista, que prima la satisfacción individual rápida y gratuita sin reparar en las consecuencias para los demás y la comunidad.
El sexto mal sería la despreocupación de los padres por los hijos. No se les educa, inspira, motiva como se debiera; tampoco se les protege. Norris se muestra hondamente preocupado por los raptos y violaciones que padecen los más pequeños, por la pederastia, tan enormemente amplificada a través de las nuevas tecnologías. Claro que, por otro lado, habla desde una nación que crece demográficamente: nosotros estamos tan despreocupados por el futuro de nuestros hijos, que ni siquiera los tenemos.
El séptimo, y muy relacionado con los anteriores, es la disolución de la institución familiar. Norris cree en la familia como célula social básica, e intenta defenderla del permanente y cruel asalto al que se ve sometida, particularmente con las mal llamadas "nuevas formas de matrimonio".
Por último, Norris hace referencia a la cultura de la dejadez, de la que ve su máxima expresión en la obesidad. El abandono del cuerpo no sería sino la expresión carnal del abandono del espíritu, del rechazo al autocontrol y el esfuerzo. A sus muchos años –68 camino de los 69, para ser exactos–, y teniendo como tiene un cuerpo para muchos envidiable, Norris ofrece al lector algunos consejos dietéticos y gimnásticos que cualquiera que siga a Lombao en este país nuestro conoce de sobra.
En el capítulo de conclusiones inspiracionales, Norris deja bien claritas sus propuestas políticas. Algunas son verdaderamente divertidas. Pero permítame el lector que deje aquí espacio para el suspense: lea usted, lea, que es de lo que se trata.
Hace dos años, en una visita a las tropas americanas en Irak, nuestro autor se encontró con un recibimiento tan inesperado como entusiasta. "Chuck Norris ha llegado. Así que nosotros ya podemos volvernos a casa", decía una pancarta. Ojalá fuera todo tan sencillo. En estas páginas el célebre ranger demuestra que sabe que el mundo es un lugar muy complejo, y que lo será aún más si no sabemos qué hay que hacer. Black Belt Patriotism es una buena guía.