Hay consumidores listos (los que dirigen estas asociaciones) y consumidores bobos (estos somos nosotros). Ellos, aparte de listos, suelen ser dogmáticos y pretenciosos.
Tengo un colega periodista que cuando quiere denigrar a un asalariado con sueldo alto le llama "ejecutivo". Los ejecutivos, como se sabe, son tipos despreciables que siempre van trajeados y comen en restaurantes caros. Mi colega lo repite a menudo: "Esos señores trajeados que comen en restaurantes caros". Nunca he entendido esta identificación entre el traje y las rentas altas, aunque sí tengo comprobado que el colega que ironiza, impostadamente, sobre los restaurantes caros se declara luego rendido admirador (y cliente asiduo) de El Bulli, restaurante low-cost donde los haya.
Los pregoneros del tópico y la consigna son especímenes previsibles. Les escuchará usted, por ejemplo, denostar a los ricos de manera genérica, pero sin concretar jamás de qué rico están hablando. Paradójicamente, cuando mencionan a ricos concretos sustituyen la palabra rico por otras de connotaciones elogiosas; así, Bill Gates es un visionario; Warren Buffet, un filántropo y Amancio Ortega, un emprendedor hecho a sí mismo. El truco es burdo pero funciona: si quiere usted despellejar a un millonario, refiérase a "la desmedida fortuna que ha amasado"; si, por el contrario, quiere hacerle la pelota, comente "los miles de puestos de trabajo que ha creado". Una vez escuché a un presidente de gobierno presumir de haberse encarado con los ricos y poderosos. Concluí que no hay persona más mísera y desarmada que aquella que controla el Boletín Oficial del Estado.
La crisis de 2008 desencadenó la emergencia (entiéndase como afloramiento) de una legión de eruditos en Keynes que, de pronto, decían llevar años advirtiendo de la falta de regulación en los mercados de derivados. Comentaristas incapaces de explicar la diferencia entre el spread y el Sprite se destaparon como expertos en swaps, CDS y titulizaciones de hipotecas ninja en Oklahoma. Los medios se llenaron de estudiosos de economía –antes políticos– capaces de atribuir la tasa de paro que sufre España a Adam Smith o Milton Friedman indistintamente. Anunciaron el ocaso del capitalismo, funerales incluidos, y el feliz alumbramiento del nuevo paraíso terrenal, en el que no habría codicia, ni egoísmo... ¡ni señores trajeados!
Carlos es un poco psiquiatra y un mucho astuto: cuéntame lo que opinas y yo te contaré qué revela sobre tu forma de entender la sociedad, la libertad y el individuo. Los de izquierdas se enfurecen porque los trata de autoritarios. Los de derechas se enfurecen más, porque van de liberales y él, sin piedad, los desenmascara. Éste es un libro para todos los públicos, a saber: el que ya le sigue; el que ahora le va a seguir; el que aún no sabe lo que se pierde; y el que, sabiéndolo, nunca le seguirá porque la endeblez de sus razonamientos le obliga a blindarse contra la duda. Éste es un libro para que lo lean todos los citados en el índice onomástico, todos los que toman decisiones por otros y todos los que hablamos o escribimos a diario. Una vez que se ha colado en tu cabeza el germen de la deconstrucción argumental no hay vuelta atrás. Ya no puedes evitar sonreírte cuando escuchas hablar del capitalismo salvaje o el capitalismo de casino. Te obligas a ti mismo a intentar rebatir no solo lo que te chirría, sino incluso posiciones con las que, a primera vista, estabas de acuerdo. Una vez que leas este libro, estimado lector, ya nunca abrazarás una opinión ajena sin intentar antes darle la vuelta.
En mi oficio de persona que habla por la radio he cosechado una sustanciosa ristra de críticas y, entre cardo y cardo, algún elogio. El comentario más grato que recibí fueron estas cuatro palabras: "Usted me hace pensar". No fue "Siempre estoy de acuerdo con usted" (¿cómo es posible?) ni "Consigue usted convencerme" (tampoco lo pretendo), sino "Usted me hace pensar". A mí el profesor Rodríguez Braun siempre me hace pensar. Le agradezco que no me deje relajarme, que no me deje vivir en paz, que me zarandee cada vez que me amodorro con mis verdades incuestionables a modo de somnífero. Le agradezco que me mantenga alerta en este tiempo en que el eslogan ha desbancado al razonamiento. Le agradezco, en fin, que me despierte cuando escribe, cuando habla y –admitámoslo– también cuando canta.
NOTA: Este texto es el prólogo de TONTERÍAS ECONÓMICAS II, el más reciente libro de CARLOS RODRÍGUEZ BRAUN, que acaba de publicar la editorial LID.