Denunciaban que el Gobierno Aznar patrocinaba la exaltación del nacionalismo español con la conmemoración de personajes o acontecimientos cuya verdadera naturaleza o significado se manipulaba.
La izquierda historiográfica recurrió a dos estrategias para contrarrestar esa política supuestamente tergiversadora. La primera consistía en poner en tela de juicio la identidad nacional y sus lugares de la memoria alegando que eran una invención utilitarista alentada por los gobiernos conservadores y autoritarios de los siglos XIX y XX. Con ello se vinculaba al PP con opciones políticas no democráticas, y al nacionalismo español con un viejo discurso reaccionario que no pretendía sino al pueblo y a las nacionalidades del Estado. Por eso no es casual la actitud de la izquierda ante la conmemoración del bicentenario de 1808 y el Dos de Mayo.
La segunda estrategia pasaba por contraponer la historia de los grandes hombres y la de las gentes, una de cuyas derivaciones sería la llamada memoria histórica. El mensaje era éste: la derecha se identifica con los poderosos y la izquierda con los menesterosos. El propósito final era lastrar al PP con un anclaje histórico negativo y resaltar la anomalía que suponía para la democracia española el hecho de que gobernara la derecha.
El libro de José Antonio Piqueras Cánovas y la derecha española. Del magnicidio a los neocon, se alinea, de forma bastante tardía, con esa inquietud de los historiadores de izquierdas. Piqueras, catedrático de Historia Contemporánea en la Universitat Jaume I de Castellón, aborda la figura de Antonio Cánovas del Castillo con el objetivo de debilitar al referente histórico de la derecha liberal y conservadora de esta hora y también para saldar cuentas gremiales.
Piqueras pretende desautorizar totalmente al personaje para que la tesis de la manipulación política sea creíble, palmaria y automática. Es éste un viejo instrumento de la propaganda política, que ya utilizaron los revolucionarios norteamericanos del XVIII contra Jorge III, los ingleses contra Napoleón o, en nuestro país, Fernando VII contra sus padres y Godoy y todos los partidos contra la criticable Isabel II.
En la primera parte del libro Piqueras se dedica a desacreditar a Cánovas como político y como persona. El relato de su vida es una selección desordenada de datos tendentes a esta conclusión: era un arribista, un ambicioso, un enemigo de la democracia, un golpista (en 1874) que llevó a cabo una política desastrosa durante la Restauración. Piqueras, cuya interpretación tiene aromas marxistas, denuncia que Cánovas tenía intereses de clase, es decir, burgueses, y que por eso persiguió a las organizaciones obreras y a los republicanos de izquierdas. La descripción que hace de su personalidad no deja lugar a dudas: era un tipo engreído y mediocre, un mujeriego sin escrúpulos, mal historiador y peor escritor, de pensamiento permeable por insostenible.
Si era tan malo, ¿qué le convirtió en un referente político e histórico? En opinión de Piqueras, fue su asesinato:
La mano de Angiolillo (…) le proporcionó "un fin trágico y grandioso" –como escribió un cronista en 1897–, llamado a redimir sus recientes, grandiosos y no menos trágicos errores (p. 75).
Esta afirmación, además de unas analogías con personas y circunstancias más cercanas que es mejor no mencionar, tiene un reverso irónico: la derecha, siempre ingrata, en lugar de ensalzar la figura de Angiolillo, en contraprestación por su aportación política e intelectual al siglo XIX, usó la figura de Cánovas en beneficio de su política de nacionalización del país y para dotar de cimiento histórico al conservadurismo.
A partir de la desautorización del personaje, Piqueras hace, en la segunda parte del libro, un recorrido por la instrumentación de su imagen que pasa por Fernando Cos-Gayón –inmediatamente después del asesinato de aquél–, el francés "nada inocente" Charles Benoist –los hispanistas sólo son buenos historiadores cuando nos dan la razón–, el Marqués de Lema –que erigió el "mito" canovista sobre "falsedades"– y unos pocos monárquicos durante la II República: y es que la derecha autoritaria y el tradicionalismo abominaron de Cánovas por creerle –¡como las izquierdas!– una fuente de calamidades.
Piqueras continúa su recorrido con el juanismo, que resucitó la figura del malagueño a partir de 1941 como parte del discurso restauracionista, y lo propio hizo el franquismo acomodaticio, que Piqueras vincula con las obras de Luis Díez del Corral, Melchor Fernández Almagro, José María García Escudero y José Luis Comellas. Cánovas les servía, dice Piqueras, para argumentar en favor de un régimen especial y oligárquico creado por un visionario, Franco, que salva la patria del caos republicano. Pero Cánovas también sirvió a los juancarlistas, añade, porque lo presentaron como un antecedente de restauración pacífica de una monarquía constitucional sin seguir la línea sucesoria. Manuel Fraga, en esta misma onda, quiso ser, a partir de 1976, un nuevo Cánovas.
En la tercera y última parte entra en escena el verdadero motivo de la obra: la denuncia de las rememoraciones histórica con fines políticos que, en opinión de Piqueras, hicieron los gobiernos de Aznar y la FAES, fundación ésta que genera pesadillas al progresismo infantil.
El "neocanovismo", asegura el autor, nació con la conmemoración del centenario de la muerte de Cánovas (1997): era un intento de inventar antecedentes parlamentarios, liberales y democráticos al PP. Y ahí surgió también la FAES, con "toda su escudería carpetovetónica, [que] incorporó a jóvenes historiadores de la extrema derecha" (p. 525). El libro se torna entonces un galimatías en el que Piqueras funde el neocanovismo con los neocon, la Cuba del 98 con la guerra de Irak, la preocupación de los gobiernos de Aznar por la Historia de España con un supuesto combate con los nacionalismos vasco y catalán motivado por una "obsesión renacionalizadora" (lo que supone que Piqueras da por bueno que hubo una nacionalización y una desnacionalización).
Cánovas y la derecha no da para más, y creo que llega con una legislatura y media de retraso. Su conclusión agradará a los que creen que la derecha española debe expiar sus pecados ad eternum, incluso a priori, y que la manipulación es una malformación genética exclusiva del liberalismo conservador.