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MEA CUBA

Cabrera Infante, o el compromiso

Ha muerto Guillermo Cabrera Infante, uno de los grandes de la literatura cubana y de la lengua española. Murió en Londres, tras cuarenta años de exilio, sin haber abandonado un segundo La Habana. Con razón se ha afirmado que él no abandonó Cuba, sino que Cuba (mejor, el régimen que se adueñó de Cuba) le abandonó a él. Pocas veces ha habido una empatía mayor, y más deslumbrada y dolida, entre un hombre y su ciudad.

Ha muerto Guillermo Cabrera Infante, uno de los grandes de la literatura cubana y de la lengua española. Murió en Londres, tras cuarenta años de exilio, sin haber abandonado un segundo La Habana. Con razón se ha afirmado que él no abandonó Cuba, sino que Cuba (mejor, el régimen que se adueñó de Cuba) le abandonó a él. Pocas veces ha habido una empatía mayor, y más deslumbrada y dolida, entre un hombre y su ciudad.
Para el autor de La habana para un infante difunto, La Habana era "La Ciudad". Y, en cierto modo, Cuba. Aceptó la angustia fija del exilio físico, como ha citado, siguiendo el consejo de Francesco Guicciardini, un olvidado amigo de Maquiavelo: "Ninguna regla es útil para vivir bajo un tirano sanguinario y bestial, excepto quizás una, la misma que en tiempos de la peste: huye tan lejos como puedas".
 
Su largo exilio, pese a la esforzada y meritoria fama literaria conseguida, fue penoso. Convertido por el comisariado "cultural" castrista en no persona, en una especie de fantasma indeseado, privado así del público para el que escribía, y tal vez el único que podía entenderle realmente, tuvo, además, que padecer la encarnizada persecución y "ninguneo" de grandes sectores de la izquierda. Esa izquierda que activa o somnolientamente a lo largo de varias décadas, y según las circunstancias que oportunamente ha ido dictando "lo políticamente correcto", se ha identificado con el totalitarismo cubano. No podemos olvidar que editoriales, revistas, círculos culturales y academias han sido y son feudos de esos sectores.
 
No le perdonaban su verticalidad frente a la tiranía. Le hubieran querido, puede que crítico, sí, pero más light, más suave, con "buenas maneras", como tanto intelectual que pasea su bonhomía política por este mundo. Como tanto escritor cubano, de esos que él llamaba "quedaditos", que se marchan del horror suavemente, sin ruido, para después "portarse bien".
 
Cabrera Infante lo supo desde el principio y asumió el destino libremente escogido. Supo "que ya en tiempos del fin napoleónico se llamaba al exilio la guillotina seca". Su ruptura con el castrismo y lo que éste significaba sería absoluta, y pondría su talento al servicio de la denuncia de la tiranía. Fue en todo momento consciente del precio, y así escribió: "No hay lista negra más fuerte que decir a un escritor, a un periodista, a cualquier hombre público, que no está bastante a la izquierda –o peor aún, que está a la derecha".
 
Cabrera Infante estaba dotado de un ingenio poderoso y afilado y fue un dueño prodigioso de la palabra. Los críticos literarios, los estudiosos de su obra explican su maestría en el empleo de las aliteraciones, los juegos verbales, las intertextualidades, la magia creadora. Su obra es, en cierto modo, un obsesionado pero sabroso reportaje-testimonio de una época y de una ciudad, y del habla de las gentes de esa ciudad.
 
Parte de esa obra se la podrían perdonar, incluso se la perdonarán ahora que ha muerto. Ya algunos escribas del régimen vienen diciendo que sus diatribas periodísticas y ensayísticas contra el castrismo no impedirán que lo mejor de su obra sea patrimonio de la cultura cubana. Se trata de los buitres, de las "auras tiñosas" de la cultura amaestrada que nos dijera el propio Cabrera Infante. Ya estas "auras tiñosas" se han abalanzado en casos anteriores sobre escritores cubanos fallecidos en el exilio. Baquero, Florit, Novás Calvo, Lidia Cabrera y tantos otros en el pasado reciente... hasta Reynaldo Arenas, han sido "recobrados" para la "cultura" cubana. Como si alguna vez no hubieran pertenecido a ella, por demás honrándola.
 
Lo que no le perdonan, lo que nunca le podrán perdonar es Mea Cuba. Éste es el libro que compila sus artículos periodísticos, sus ensayos de corte político. Aquí nos encontraremos, como nos advierte el autor, la escritura de su pensamiento político. "En el libro –nos dice– está mucho de lo dicho por mí hasta ahora acerca de mi país y de la política que le ha sido impuesta con crueldad nunca merecida". Aunque es obvio, el autor se explaya en el porqué del título: Cuba y Mea Culpa. Es Mi Cuba y la Culpa de Cuba. En su peculiar estilo, escribe: "La culpa es mucha y es ducha: por haber dejado mi tierra para ser un desterrado y, al mismo tiempo, dejado detrás a los que iban en la misma nave, que yo ayudé a echar al mar sin saber que era el mal". La angustia por esas culpas no le abandonaría nunca, como no ha abandonado a tantos para quienes la ética importa algo.
 
En Mea Cuba hallaremos, si les parece adecuado, un panfleto político. Sólo que un panfleto lleno de lucidez, de verdad, de combate, de decencia. Y, por supuesto, un panfleto literariamente hermoso, como salido que es de la pluma insobornable pero exquisita de Cabrera Infante. Tanto que podemos decir que es la reivindicación literaria del panfleto, tal vez como único émulo del Yo Acuso de Zola.
 
En Mea Cuba se detallan y explican los orígenes mismos y el desarrollo ulterior del totalitarismo en Cuba. Se desvelan sus ascendientes y sus maridajes. Se denuncian sin paliativos todos sus horrores: fusilamientos, cárceles, torturas, censuras, orwellianos controles de la sociedad, envilecimientos, desastres económicos. Nada falta en el minucioso catálogo.
 
La ministra de Cultura, Carmen Calvo.Y las complicidades, las obscenas complicidades políticas e intelectuales con que ha contado el castrismo para instalarse y establecerse. Cómo le han ayudado y servido de caja de resonancia a sus mentiras convertidas en mitos, verbigracia, el supuesto páramo que era la Cuba precastrista, los "logros" en las esferas de la educación y la sanidad; en fin, toda una infamia siguiendo el guión de Goebbels, continuado y aumentado por los comunistas: "La gente creerá más fácilmente una gran mentira que una mentira pequeña".
 
No le perdonan a Cabrera Infante su Mea Cuba. No se lo perdonan los temblones intelectuales orgánicos del régimen castrista y no se lo perdona la izquierda instalada. En España, a la que hay que agradecer la valentía y justicia de haberle otorgado en su día el Premio Cervantes, han aparecido algunos artículos excelentes recordando y ponderando justamente al escritor cubano. Se han echado en falta, sin embargo, algunos nombres. Ha parecido mezquindad la ausencia de alguna declaración del Ministerio de Cultura. Ha sonado miserable que algún escritor, preguntado por la obra de Cabrera Infante, declarara que no podía opinar porque no lo había leído... porque había muchas cosas que leer (¿alguien leerá a ese escritor). Ha habido, en fin, muchos silencios.
 
No le perdonan que haya escrito Mea Cuba, y que ante tanta mediocridad moral, ante tanta intelectualidad pedestre, ante tantos tibios y equidistantes por sistema, Cabrera Infante haya hecho leit motiv de su escritura política: "Me sé y me confieso tan culpable de odio contra Castro como un judío contra Hitler: irreductible, sin sosiego, final".
 
Guillermo Cabrera Infante nos lega, sobre todo a los cubanos, una obra que nos enorgullece y nos levanta. Pero, más allá, nos deja –y no sólo a los cubanos– una lección de verdadero compromiso frente a tanto "compromiso" espurio o de salón. Compromiso con la libertad del hombre, tan manoseada, ultrajada y prostituida por tantos. Una lección de gallardía política, ética e intelectual.
 
 
Guillermo Cabrera Infante, Mea Cuba, Plaza & Janés (1993) y Alfaguara (1999).
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