Esta trilogía es algo más, mucho más, que unos maravillosos retratos de Pujol, Pla y Dalí. Son tres grandiosas obras de teatro para hacerse cargo críticamente de la evolución del espacio público político, durante los últimos casi cuarenta años, en España. El proceso de desnacionalización de España, por un lado, y de renacionalización salvaje de una región de España, Cataluña, por otro, son mostrados teatralmente, representativamente, sin necesidad de recurrir a ningún tipo de transfusión ideológica más o menos encubierta.
Estas tres obras, pues, son puro teatro. Grandioso teatro. Teatro político, sí, al modo que son políticas las grandes tragedias y comedias griegas, pero no ideológico. Teatro, siempre, para ser representado y también para ser leído, porque es un teatro culto, muy culto, que exige lectura y relectura. He aquí una forma de teatro, o mejor, de representación más allá de la representación.
¿Teatro explicativo? Sí, es un original teatro para entender el mundo; ¿por qué no hablar de teatro explicativo, cuando los narradores y los críticos han desaparecido por la agobiante presión de poder nacionalista? La crítica, unas veces implícita y otras explícita, de Boadella a la desaparición de la cultura crítica en la Cataluña de Pujol y el nacionalismo es tan sutil como ácida e irónica resulta la crítica al detentador del poder político.
Sin embargo, este teatro "explicativo", por fortuna, está más alejado de la "literaturización" de la representación que de la música, componente central de la obra de Boadella que, por motivos obvios, no podemos disfrutar durante la lectura. Y es que, al fin, el teatro, aunque se deje leer, como es el caso, está concebido para ser visto, o sea, representado.
En cualquier caso, esta trilogía es coherente con el ideario estético de Boadella: "La simplicidad simbólica nos acerca más a la veracidad". Boadella y su compañía, Els Joglars, no actúan en un decorado, sino en un espacio escénico funcional. "Hay locales", dice Boadella, "en los que todo parece pensado para hundir la obra, como es el caso del Mercat de las Flors de Barcelona o el Teatre Nacional de Catalunya".
Estamos ante una trilogía que resume casi 40 años de creación y trabajo. Es una suerte, según Boadella, de síntesis dramática y sociológica. Toda una crítica del nacionalismo catalán, como dice María Luisa Sánchez Arnoni en el magnífico ensayo introductorio, y de la esquizofrenia catalana, que para el dramaturgo pudiera estar fundamentada en el bilingüismo:
"Esta dualidad me ha permitido jugar con los dos idiomas ante mis conciudadanos catalanes y manipular la sintaxis o el acento ante el público castellano. Con toda franqueza, me gustaría ser más hábil con el castellano, pero me consuelo pensando que esta capacidad, quizá, no me habría facilitado ciertas manipulaciones del lenguaje. En muchos casos, las limitaciones son el mayor incentivo de cualquier forma de arte".
Las obras que nos ocupan están soportadas por una de las compañías de teatro más antiguas de Europa: Els Joglars, fundada en 1961. La actualidad de su lenguaje teatral ha llenado con inteligencia el inmenso vacío en que, a veces, ha caído la escena española por un "teatro" fatalmente subvencionado. Esta compañía jamás se ha doblegado a ningún imperativo.
En estas piezas hallamos los materiales imprescindibles para construir un manual de teoría crítica de la democracia. En fin, si es verdad que la civilización, como intuía Freud, genera su propia barbarie, entonces la lucha contra ésta tiene algo de desesperación. Boadella ha sabido traducir esa desesperación, esa esquizofrenia, en definitiva, esas limitaciones, en el mayor incentivo de su arte. Y lo ha hecho con absoluta fidelidad a su ideario ético: "La política es la anécdota de la historia, a nosotros nos interesa la historia".
Estas tres obras de teatro son, en verdad, una contribución decisiva para criticar la mayor perversidad de la democracia española: el nacionalismo.