En sus memorias, los políticos tienden a justificar sus decisiones y actos; unas memorias que suelen estar hueras de autocrítica y pensadas para sacar lustre a la propia imagen. No es el caso de éstas. Que nadie busque aquí extrañas maniobras de justificación, porque no las va a encontrar. En cambio, dará con un autor empeñado hasta la emoción en explicar por qué hizo lo que hizo en cada momento decisivo de su vida y de sus ocho años como presidente de la nación más poderosa e idealista de la Tierra.
A Bush hijo le hubiera gustado pasar a la Historia como el presidente de la educación. No en vano su primera gran propuesta fue la ley No Child Left Behind: para que saliera adelante buscó el apoyo ni más ni menos que de Ted Kennedy, posiblemente lo más opuesto a él en todo menos, justo, en eso. Sin embargo, pasará no por su conservadurismo compasivo, sino como el presidente de la guerra. La guerra contra el terror, primero, y, luego, la de Irak. ¿Injusto? Él no se lamenta. Sabe que la primera obligación de un líder político es para con la seguridad de sus compatriotas, y tuvo que aceptar que el terrorismo islámico, los países que cobijaban a los terroristas y el desarrollo tecnológico al servicio del mal conformaban un auténtico eje del mal devastador, si no se hacía nada al respecto. Y lo hizo, o lo intentó al menos.
Que nadie busque tampoco un despliegue de autocompasión –uno de los vicios más patéticos del político, según Bush–, ni un ejercicio exculpatorio protagonizado por los tristemente célebres chivos expiatorios. Bush es una persona que, por sus hondas convicciones religiosas, vive en paz y tranquilo, y es capaz de asumir la carga de responsabilidad que le corresponde en cada momento sin pudor ni titubeos.
He tenido el privilegio y el honor de conocer en persona a George W. Bush; le he visto en bastantes ocasiones, antes, durante y después de su presidencia, dentro y fuera del Despacho Oval. Hasta me he visto obligado a asistir a alguna de sus fiestas de smoking y botas vaqueras, fiestas de las que espero jamás dé testimonio gráfico en su futura Biblioteca Presidencial. Muchos de sus colaboradores eran y siguen siendo amigos míos; la mayoría lo son desde los últimos 80 y los primeros 90, y varios de ellos destacaron ya en tiempos de Bush padre. Por todo esto, puedo afirmar sin temor que estas páginas le han salido al expresidente del corazón, con independencia de la ayuda que haya recibido en lo relacionado con el editing. No voy a destripar el contenido, porque, aunque comparecen los temas esperados, el autor siempre se guarda alguna sorpresita, a veces con ese toque de humor tan suyo (no tienen desperdicio las dos o tres frases protagonizadas por Chirac).
A comienzos de 2001 corría un chiste por Washington; decía más o menos así: "Sucesos: Arde la biblioteca de la Casa Blanca. El presidente, consternado. 'No había acabado de colorear el segundo libro', ha declarado". Me lo contó el propio Bush, que se reía más de lo imaginable de sí mismo y, sobre todo, de su imagen pública. La realidad es que Bush es un lector empedernido, con una inclinación particular por la historia política. Un día, en Yale, en medio de un discurso dijo: "Guardo muy buenos recuerdos de mi paso por esta universidad: mientras William [Buckley, que se encontraba en primera fila] fundaba un partido, yo asistía a muchas parties; mientras él escribía su libro, yo leía uno". Estas páginas están repletas de anécdotas, pero no están todas las que debieran. Una pena.
Decision Points no es un ajuste de cuentas, sino, repito, un empeño personal de Bush por explicitar el porqué de sus decisiones cruciales. Por eso es altamente instructivo. Se trata de una obra de valores y principios, y se ve que Bush se guía por una brújula que tiene por norte la moral, no el oportunismo o una punta de intereses turbios y extraños. De ahí que fuera tan incomprendido por los europeos. El conservadurismo compasivo era su fuerza de inspiración. Lo del neoconservadurismo de la llamada Doctrina Bush le serviría como manto envolvente para afrontar las circunstancias del momento.
Leyendo ese libro no sólo se aprende mucho sobre su autor, también sobre política. Y sobre ética. Sólo por eso ya lo defendería como lectura obligada. Pero es que además es divertido y ameno. Tal vez sirva para que muchos coloquen a Bush donde se merece, en algún punto entre el peor y el mejor presidente de los Estados Unidos de América. Para mí, sin duda, mucho más cerca de este último que del infierno.
GEORGE W. BUSH: DECISION POINTS. Crown (Nueva York), 2010, 512 páginas.