Asesinato en Amsterdam se abre con una reconstrucción objetiva y minuciosa del pavoroso crimen de Theo van Gogh. Mohamed Bouyeri, holandés de origen marroquí, tiroteó primero y luego degolló al cineasta; finalmente, con un puñal le ensartó en el pecho una carta en la que proclamaba la guerra santa contra los infieles y amenazaba de muerte a la entonces diputada holandesa de origen somalí Ayaan Hirsi Ali. El libro entero es tan brillante como sus primeras páginas. Algunos pasajes lo convierten en una grandiosa obra de arte literario.
Escrito con elegancia y muy bien documentado, en ocasiones parece que asistimos más a un relato novelesco que a una narración periodística. Pero en verdad estamos ante uno de los mejores reportajes que se han escrito en Europa en los últimos años.
Vuelvo sobre Asesinato en Amsterdam con ánimo renovado. Sólo han pasado unas semanas desde que lo leyera por vez primera, pero reconozco que releerlo a la luz de los debates que ha provocado en Europa es una experiencia gratificante: sigue vivo, porque resiste algunas críticas recibidas pero sobre todo porque su poder literario sigue atrapando al lector. Su relectura, incluso después de haberlo comentado críticamente en diversos foros europeos de debate intelectual, me ha hecho aprender nuevos aspectos de la investigación.
Por encima de otras aportaciones, Buruma redescubre en la exploración de ese crimen, como si se tratara de un Nietzsche redivivo, un mecanismo atroz que funciona a la perfección cuando las sociedades entran en graves crisis morales y políticas: el resentimiento.
Holanda, otrora la patria de la libertad y la tolerancia, es hoy un ejemplo europeo de intolerancia y miedo, porque no ha conseguido que la tradición ilustrada y, por supuesto, la secularización de los valores cristianos sean valoradas como tales por sus ciudadanos. Por el contrario, un sector importante de su población (no sólo entre los inmigrantes musulmanes y los holandeses musulmanes, también entre las clases medias de tradición europea) se siente inferior, por carecer de ciertas cualidades, por ejemplo, de inteligencia, cultura y libertad. Esa gente sólo parece tener un mecanismo de afirmación, que es, sencillamente, negar la excelencia de esos valores occidentales.
El resentido es la quintaesencia de la conciencia pública degenerada, porque no sólo niega lo superior y estimable, sino que pone en su lugar la perversión y lo inferior. Nietzsche llamó a este proceso "la total inversión de los valores". Es el triunfo de lo inferior sobre lo superior.
Sin embargo, este magnífico libro es tan desapasionado y objetivo que, quizá por eso, cae en inconsistencias argumentativas de difícil justificación a la hora de buscar las causas que condujeron al asesinato de Theo van Gogh. Las perversidades del islamismo en Holanda parecen obviarse, o peor, ponerse al mismo nivel que el "fundamentalismo" de otras tradiciones religiosas. En efecto, a pesar de que Buruma muestra con verdadera pericia periodística el funcionamiento del mecanismo del resentimiento en la sociedad holandesa, su lectura de la Ilustración es, sencillamente, penosa. Es incapaz de percatarse de que es imposible hablar de "fundamentalismo ilustrado", porque la Ilustración está siempre insatisfecha; o sea, ilustramos a la Ilustración o ésta se convierte en su contrario bárbaro.
Entre los valores sociológicos y politológicos de esta obra destaca el análisis de historia de Holanda, en realidad de una parte de Europa, desde las revueltas juveniles del 68 hasta hoy. Vista esa historia por un holandés que ha pasado sus últimos treinta años fuera de Holanda, es un documento tan objetivo como emocionante. La conclusión es obvia: el paisaje natural y humano de los Países Bajos ha cambiado radicalmente por los éxitos y fracasos del multiculturalismo y la globalización.
Toda la contundencia que le falta a Buruma para criticar al multiculturalismo aparece a la hora de valorar las figuras Ayaan Hirsi Ali y Afshin Elliam, dos convencidos y "convertidos" a los valores occidentales que han sentado doctrina con sus inteligentes visiones sobre la presencia y el poder del islamismo radical en Europa y sobre la incapacidad de los europeos para hacerle frente. En esta perspectiva, el libro de Buruma, junto al Mientras Europa duerme de Bruce Bawer, es una seria advertencia sobre la oposición de la inmigración musulmana a aceptar las reglas de la democracia. Más aún, muchos de ellos quieren acabar con ese "decadente" sistema político.
Bienvenida sea la polémica intelectual levantada en Europa por Buruma, especialmente por el trato "benevolente" que el autor ha dado al islamismo a la hora de explicar las causas del asesinato de Theo van Gogh. También yo comparto esa crítica, hecha principalmente por Pascal Bruckner en Francia, porque no todas las religiones son iguales, como pudiera desprenderse de algunas tesis, más que cosmopolitas, diplomáticas, del libro de Buruma. Tampoco me parecen acertadas las críticas de éste a Ayaan Hirsi Ali, quien es presentada en ocasiones como una "fundamentalista ilustrada" tan peligrosa como quienes se encuentran en posiciones islamistas radicales. Eso no es ajustado a la realidad; por cierto, para curarse de esas críticas bueno es leer Mi vida, mi libertad, de la propia Hirsi Ali.
Independientemente de las diferentes lecturas que pudieran hacerse de esta obra, no es fácil enfrentarse a esas tendenciosas equiparaciones intelectuales sobre religiones que insinúa Buruma, o que pudieran derivarse de una lectura precipitada de su reportaje, si previamente no reconocemos que la idea de Dios es demasiado importante en el pensamiento occidental como para discutirla con cualquier indocumentado, o peor, con cualquier "ateo práctico" sin sensibilidad para comprender lo que encierra la idea del Dios cristiano para la cultura occidental. Otro tanto pasa con el concepto de naturaleza humana, que la filosofía ilustrada creyó ingenuamente haber sustituido por el concepto de razón.
Por eso, no deberíamos perder el tiempo con estultos que equiparan alegremente religiones, cuando no las consideran iguales, o hacen ostentación soez de su ateísmo práctico sin ton ni son y a cuento de cualquier asunto. Terribles tipos, como decía Albert Camus, estos fariseos laicos.
Esos mercachifles en "asuntos ateos" son gentes torpes, que jamás considerarán aquello que les permite su negación. No entienden que sólo hay ateos, genuinos ateos, porque existen cristianos. Son ateos de boquilla. Falsos ilustrados sin más oficio que hacer un negocio cultural de un laicismo rampante. El cristianismo es una religión tan grandiosa, acaso por ello es más que una religión al uso, que permite su contrario. El cristianismo es una religión laicista, sí, porque no sólo exige una separación radical entre el Cielo, el otro mundo, y la Tierra, el mundo de los mortales, sino que "obliga" al hombre a ser libre para creer o no creer. Sin libertad no hay creencia posible. El cristianismo es una religión para seres libres.
Brevemente, quien desee criticar las tesis de Buruma tiene que empezar por reconocer que el cristianismo es asunto complejo. Ser libre, luchar por la libertad, es cosa de esforzados, de seres muy desarrollados. Imposible, pues, cuestionar al Dios cristiano si previamente, y cito de nuevo a Camus, no combatimos a quien finge creer que el cristianismo es cosa fácil y aparenta exigir del cristiano, en nombre de un cristianismo visto de afuera, más de lo que se exige a sí mismo.
IAN BURUMA: ASESINATO EN AMSTERDAM. LA MUERTE DE THEO VAN GOGH Y LOS LÍMITES DE LA TOLERANCIA. Debate (Barcelona), 2007, 234 páginas.