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EL SUEÑO DE BOLÍVAR

Arar en el mar

Este libro ha corrido una contradictoria suerte crítica. Sus lectores no se privan de señalar el sesgo ideológico del autor, por otra parte abiertamente reconocido por él mismo ("Me considero un militante de izquierdas, y no habría iniciado esta investigación si no lo fuera"), y los más severos destacan la paradoja de que un estudio dedicado a demostrar la tesis del giro a la izquierda de América del Sur excluya nada menos que al Chile de Michelle Bachelet y al Uruguay de Tabaré Vázquez.

Este libro ha corrido una contradictoria suerte crítica. Sus lectores no se privan de señalar el sesgo ideológico del autor, por otra parte abiertamente reconocido por él mismo ("Me considero un militante de izquierdas, y no habría iniciado esta investigación si no lo fuera"), y los más severos destacan la paradoja de que un estudio dedicado a demostrar la tesis del giro a la izquierda de América del Sur excluya nada menos que al Chile de Michelle Bachelet y al Uruguay de Tabaré Vázquez.
Estas y otras carencias o defectos, sin embargo, no obstan para que esos mismos lectores recomienden El sueño de Bolívar como obra de referencia, poco menos que imprescindible, para comprender la reciente evolución política de la mayoría de países de la región.
 
Marc Saint-Upéry, periodista y editor francés que ha vivido en Ecuador desde 1997, ha compendiado datos y estadísticas de fuentes diversas y dispersas que, por ello mismo, son de difícil acceso para los no especialistas. Y su método de escritura, que define como "periodismo por impregnación" y que, dice, consiste en un "vaivén permanente y semiintuitivo entre (…) el sentido del terreno (…), la ayuda (…) de excelentes periodistas (…) y la exploración y asimilación de la bibliografía especializada", contribuye sin duda a hacer amena a los lectores no especializados una obra que fácilmente hubiese podido convertirse en lo que vulgarmente llamamos "un ladrillo".
 
No puedo dejar de expresar mi incomodidad con este aspecto del libro. Las impregnaciones no me parecen guardar relación alguna con el análisis de las fuentes o el conocimiento del terreno, y no digamos ya con la exposición razonada de tesis deducidas de ambos y no postuladas a priori. Por añadidura, más bien me parecen evocar la pasividad ante la realidad de quien de antemano ha decidido dejarse seducir por alguna de sus provincias y ha descartado, en consecuencia, las que contradicen sus ideas preconcebidas. La tercera acepción de impregnar, en la vigésima segunda edición del DRAE ("influir profundamente"), aparece ilustrada con la siguiente frase, que se me antoja ejemplar en este caso: "Las ideas revolucionarias impregnaron su espíritu".
 
Saint-Upéry declara ostentosamente su incredulidad ante las proclamas revolucionarias de Chávez o los Kirchner, y es de agradecer que así sea. Pero no por ello su proyecto deja de llevar la impronta del gran mito de una América Latina predestinada a los giros ideológicos radicales. Ignoro si Saint-Upéry ha leído Del buen salvaje al buen revolucionario, del venezolano Carlos Rangel. En su bibliografía no aparece mencionado este libro, pionero en la indispensable cuan salutífera empresa de desvelamiento de los idola fori izquierdistas proyectados sobre la América Latina por los europeos y estadounidenses aquejados de mala conciencia colonial, siempre dispuestos a soltar lágrimas de blancos cocodrilos. No es de extrañar: entre las virtudes de la impregnación homeopática (arte que las izquierdas de todo pelaje han llevado a la perfección: piénsese en el reciente delirio obamita de los antiamericanos europeos, tan histriónicamente infantil) está el manipular la memoria histórica, sólo evocable cuando alguna lejana referencia sirve tácticamente la tesis del momento.
 
La de Saint-Upéry no es fácilmente descriptible. Una de las claves de esta dificultad puede verse patentemente expresada en el viejo precepto de Henry James, que admite la vulgar traducción de que cuanto más telling y menos showing, mayor será la manipulación subjetiva e interesada de la realidad. El autor, en efecto, dedica no menos de 30 páginas introductorias a una tan preventiva como inútil defensa ante futuros ataques ideológicos. Puro telling, cero showing. Saint-Upéry no lo dice, a pesar de su compulsivo telling, pero es fácil deducir de su texto liminar que ha escrito este libro pensando en desactivar las prevenciones ideológicas de algunos de sus compañeros de ruta: altermundialistas, viejos amigos de La Découverte (editorial muy de izquierda alternativa para la que trabajó como editor), amigos y compañeros de los movimientos sociales ecuatorianos. En realidad, lo que cabría reprocharle es que no haya ido al fondo de su evidente malestar con su entorno izquierdista. Incapaz de romper lisa y llanamente con los mitos y consignas de ese entorno suyo, ha producido un híbrido de puercoespín.
 
Me explico. A la vez convencido de que la izquierda existe hoy o ha resurgido en algunos países de América Latina de las cenizas de la anterior década neoliberal, Saint-Upéry nos previene: no hay izquierdas buenas (Lula en Brasil) y malas (Chávez en Venezuela). Más aún: ni siquiera es lícito, dice, proceder a una lectura en clave neopopulista y caudillista de los tres únicos regímenes que se exploran a fondo en estas páginas (el de Lula da Silva en Brasil, el de Hugo Chávez en Venezuela y el de los Kirchner en Argentina). Con candor digno de mejor causa, se justifica así, preventiva e inanemente, de los ataques que su libro pudiera recibir de sus mismos correligionarios:
La cantinela de las dos izquierdas forma parte de los clichés tranquilizadores de una politología dominante que no vacila en fundar su argumentación sobre datos poco sólidos. Lo mismo ocurre con el empleo incontinente del concepto blandengue de "populismo". Cuyo carácter explicativo es proporcionalmente inverso a la frecuencia con que se lo invoca para estigmatizar.
Estas frases ilustran los límites, en cualquiera de los sentidos de la palabra, de El sueño de Bolívar. Límites que el propio Saint-Upéry se encarga de confirmar, transgrediéndolos: por un lado, su renuencia a abordar el caso chileno, descalificado de antemano por "socialdemócrata", revela hasta qué punto se rinde al culto de la izquierda radical. ¿Cómo iba a dedicar a la experiencia chilena más de las (a ojo) veinte páginas que le consagra, sabedor como es de que el Chile de Bachelet, institucional y políticamente, es tan heredero de la dictadura de Pinochet como la España democrática de estos últimos treinta años lo es del régimen franquista?
 
Y algo más grave: el autor se descalifica a sí mismo cuando se niega a incorporar a su análisis del supuesto giro izquierdista de un puñado de naciones latinoamericanas la vieja y muy pertinaz tradición de los populismos y caudillismos locales. Y lo hace descaradamente, además: los tres países escogidos para demostrar su tesis impregnadora (Brasil, Venezuela, Argentina) exhiben en los títulos de los capítulos consagrados a cada uno de ellos el estigma del personalismo caudillista: "Calvario y resurrección de Lula de Silva", "Chávez, el brujo magnánimo" y "El doble juego del señor K". No está mal: cualquier lector con dos dedos de frente, a condición de que no lea exclusivamente Le Monde Diplomatique y no haya sucumbido a las misas laicas de los foros altermundialistas de la pasada década, no tarda en comprender que incluso Saint-Upéry reconoce que el nuevo giro a la izquierda en América del Sur es el viejo nihil novum de los caudillismos locales. A los que es más cómodo, ciertamente, no entrarles al trapo.
 
Evo Morales.No diré nada del hecho de que un francés afincado en Ecuador liquide el tema de los recientes (y traumáticos) cambios políticos en ese país, y en Bolivia y Perú, subsumiéndolos en un capítulo racialista con el sugestivo título de "El color del poder". Después del delirio al que hemos asistido con la elección y toma de posesión de Barack Obama, cómo escandalizarse de que supuestos analistas y aguerridos periodistas europeos suspendan su incredulidad, coleridgianamente, para dar paso a los más manidos lugares comunes. Ya estamos advertidos: de ahora en adelante, cada vez que en un país no africano se elija a la suprema magistratura a un negro, o cuando en un país andino o centroamericano acceda a la presidencia un descendiente de indígenas nativos, bastará con aplicar la willing suspension of disbelief, que, según el gran opiómano inglés, es lo que conviene hacer ante la poesía.
 
No puedo estar más de acuerdo: la obamanía, o la ilusión de que Chávez o los Kirchner encarnen a la izquierda…, ¡qué digo!, la irreflexiva costumbre de suponer que la izquierda o las izquierdas existen, y que son preferibles a cualquier otra cosa (la derecha por descontado, el liberalismo de paso, y, por qué no, la democracia, siempre sospechosa de ser burguesa), son la poesía de nuestros tiempos oscuros. Dark times, que decía Hannah Arendt.
 
Como la poesía es un oficio que, a mi modesto entender, requiere dosis ingentes de inteligencia y cero disbelief (exactamente, en esto y otras cosas, como las matemáticas), no me quedo satisfecha con señalar algunas de las trampas ideológicas de este libro. Por último, pues, reseño algunas inexactitudes de bulto en el capítulo "Chávez, el brujo magnánimo", debidas a este autor que declara, panza arriba y con las garras afuera, que descree en los personalismos caudillistas:
– "Amnistiado en 1994 por el presidente Caldera" (p. 104). Chávez, en realidad, no fue amnistiado. Rafael Caldera, en su segunda y última presidencia (1994-1999), sobreseyó las condenas a Hugo Chávez y a otros dos militares golpistas que atentaron contra el Estado de Derecho que habían jurado defender: Francisco Arias Cárdenas y Hernán Grüber Odremán. Es decir: Caldera lavó a estos personajes de la mayor violencia institucional que concebirse pueda en un régimen democrático: un golpe de estado militar. De aquellos polvos vienen estos lodos venezolanos.
 
– "(...) el día que el régimen [de Chávez] les quiera [a la oposición] quitar el centro comercial Sambil u otro de los inmensos malls al más puro estilo norteamericano diseminados por la capital y las mayores ciudades de provincias, habrá que pasar por encima de sus cadáveres". Hace un mes, Chávez ordenó la expropiación del centro comercial Sambil de La Candelaria, un barrio céntrico de Caracas. Puedo dar fe, impregnada como estuve de Caracas por esas fechas, que esta intervención arbitraria, una más en el largo prontuario del dirigente izquierdista, no ha arrojado cadáver alguno.
 
– El apartado "El festín petrolero" es notable por una ausencia: en ningún momento se menciona el hecho de que la purga en Pdvsa posterior a la huelga de 2002-2003 y la redefinición de los objetivos de esta empresa se han traducido en una merma de más del 20% de la producción y exportación del crudo venezolano al principal cliente del país, que pese a las soflamas antiimperialistas de Chávez, sigue siendo Estados Unidos.
Y aquí lo dejo. Habría mucho más que decir, y no sólo sobre el análisis de la Venezuela de Chávez, de este libro, tan extrañamente ensalzado, de Saint-Upéry. Sólo un apunte final, que atañe a su título: Simón Bolívar ha dado, para decirlo vulgarmente, para un roto y un descosido. Se citan sus epístolas, discursos o proclamas para confirmar tesis que él mismo se encargaba de infirmar, en función de sus intereses tácticos. O sea, hay que ver, Bolívar fue, ante todo, un líder político. Exactamente como Napoleón Bonaparte, su modelo político (como el de Chávez es Fidel Castro). Es decir, era capaz de adaptar su discurso a las cambiantes circunstancias, en función de sus objetivos estratégicos.
 
El mismo Saint-Upéry, o muy sagaz o incauto, en su introducción reproduce el tantas veces citado pasaje de una carta de Simón Bolívar a Juan José Flores y Aramburu, venezolano de nacimiento y primer presidente de Ecuador, escrita en sus horas bajas. Basta con leer estas líneas para comprender que el mismo Bolívar, menos de dos meses antes de morir, ya había renunciado a ese sueño que, en nombre suyo, sólo un puñado de viejos izquierdistas persiguen hoy inútilmente:
Yo he mandado veinte años, y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos:
 
1. La América es ingobernable para nosotros.
2. el que sigue una revolución ara en el mar.
3. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. Este país [la Gran Colombia] caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada.
4. Para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas.
5. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos.
6. Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de la América.
A ver, si de una vez por todas, despertamos del sueño de Bolívar. Aunque sólo sea por dejar de abusar del nombre de este personaje, que tuvo la suerte, poco antes de morir, de abrir los ojos.
 
 
MARC SAINT-UPÉRY: EL SUEÑO DE BOLÍVAR. EL DESAFÍO DE LAS IZQUIERDAS SUDAMERICANAS. Paidós (Barcelona), 2008, 402 páginas.
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