El mundo está lleno de ricos que volvieron a serlo después de conocer la ruina y de pobres que, tras engrosar las filas de los nuevos ricos, finalmente volvieron a sumirse en la miseria. Los primeros dominan el arte de crear riqueza; los segundos son demoledoramente eficaces destruyéndola.
Puede que el autor del libro que nos ocupa, Robert Kiyosaki, sea, junto con Napoleón Hill, el pensador que más ha trabajado para proporcionar una buena educación financiera a las clases medias y trabajadoras.
Kiyosaki empieza relatando su propia experiencia personal. Así, sabremos que su padre, un funcionario bien remunerado, estaba obsesionado con que terminase los estudios universitarios, encontrase un trabajo estable y bien pagado y adquiriera una casa a modo de inversión. Muy distinto era el padre de uno de sus amigos: un empresario que no terminó la educación básica, que detestaba trabajar para otros (ya fuera el Estado o los accionistas de una compañía), especialmente de manera indefinida, y en cuya lista de prioridades la compra de una vivienda figuraba en los últimos lugares.
Kiyosaki comparó ambas concepciones a fin de averiguar cuál era la mejor. Pues bien: a la primera acabó denominándola visión del "padre pobre"; a la segunda, visión del "padre rico".
La enseñanza básica que Kiyosaki trata de transmitir es que la riqueza no está ligada al consumo compulsivo, sino a la posesión de un conjunto de activos (patrimonio) que generen rentas suficientes como para poder vivir sin trabajar.
Según Kiyosaki, el error de los pobres es que prestan mucha atención a la renta de los ricos y ninguna al origen de la misma. Los ricos poseen acciones, empresas, bonos o inmuebles que les proporcionan periódicamente dividendos, beneficios, intereses y alquileres. De hecho, si son prudentes y sólo consumen una pequeña porción de su renta podrán reinvertir el resto, ampliar su columna de activos y lograr una renta aún mayor en el futuro. El rico no necesita trabajar por dinero: su dinero trabaja por él.
Los pobres, por el contrario, quieren vivir como si fueran ricos pero sin ser como ellos. Dicho de otra manera: buscan trabajos con altos salarios para así poder disfrutar cuanto antes de una renta como la de los ricos. El problema es que, en lugar de invertir esos altos salarios en adquirir activos que les permitan alcanzar en el futuro la independencia financiera, los dilapidan casi por entero en el consumo, en vivir como ricos. Y, claro, como su renta procede sólo de una fuente (el trabajo), cualquier bache laboral (despido, reducción salarial) implica una disminución de la misma y, en teoría, del consumo. En teoría, porque en la práctica suelen preferir endeudarse para mantener su status.
Total, que mientras los ricos se embarcan en un proceso de acumulación de activos, los pobres lo que hacen es acumular pasivos. Cada vez tienen que destinar una mayor porción de su salario a amortizar los intereses de las deudas que han contraído, de modo que, lejos de encaminarse a la independencia financiera, van acercándose cada vez más a la insolvencia. Kiyosaki denomina a este proceso "la carrera de la rata": se trata de un círculo vicioso de endeudamiento del que cada vez es más difícil salir.
Frecuentemente, la carrera de la rata empieza con la adquisición de la primera vivienda. En EEUU –y para qué hablar de España– son muchos los que consideran que su residencia habitual es la inversión más importante que pueden acometer. Así que nada más lograr un trabajo más o menos indefinido conciertan una hipoteca con el objeto de comprarla.
A juicio de Kiyosaki, se trata de una decisión desafortunada, dado que se asume un volumen muy elevado de gasto en un momento en que la renta del sujeto es más bien modesta. Y, claro, pasa lo que pasa, que son legión los que se quejan –y para qué hablar de España– de que el sueldo apenas les llega para pagar la hipoteca.
Por incurrir en prácticas de este tipo, los pobres no pueden ahorrar y adquirir activos que les proporcionen renta. Su sueldo va a parar esencialmente al Gobierno y a los bancos; y si quieren consumir más (por ejemplo, para pagar los estudios de sus hijos) lo normal es que se vean forzados a buscar un segundo trabajo.
Kiyosaki cree que la pésima formación financiera que proporciona la educación pública es la causa última de la generalizada percepción de que los ricos son cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres. También influye poderosamente lo que se enseña en los hogares: los padres pobres transmiten a sus hijos ideas erróneas y los condenan a seguir siendo pobres, mientras que los ricos enseñan a los suyos a conservar y ampliar el capital acumulado.
La idea última de Kiyosaki está muy relacionada con las enseñanzas del filósofo Edward Banfield y, en buena medida, con las de la Escuela Austriaca de Economía. Según Banfield, la diferencia fundamental entre los ricos y los pobres está en su horizonte temporal: los primeros son capaces de representarse el futuro con mucha mayor nitidez y claridad. O, dicho a la manera austriaca: los ricos son capaces de idear planes a más largo plazo. Su horizonte temporal no está limitado a la satisfacción de las necesidades inmediatas, sino que efectúan transacciones intertemporales: renuncian a parte del consumo presente para poder disfrutar de más recursos en el futuro.
Si lo que quiere es alcanzar la independencia financiera, no sólo es importante que sepa invertir de manera adecuada, también ha de saber cómo gestionar sus finanzas. La clave está ahorrar con prudencia e invertir con éxito. Y en prestar mucha atención a maestros como Kiyosaki.
ROBERT KIYOSAKI Y SHARON LECHTER: PADRE RICO, PADRE POBRE: LO QUE LOS RICOS ENSEÑAN A SUS HIJOS ACERCA DEL DINERO ¡Y LA CLASE MEDIA NO! Aguilar (Madrid), 2008, 280 páginas.