Este libro de John Bolton, ex embajador americano en la ONU, es a la vez imprescindible e incomprensible; y es esto último no porque sea oscuro –de hecho, es más que claro, diáfano–, o porque su prosa sea farragosa –todo lo contrario–, o porque se adentre en los dominios del esoterismo. No. Es incomprensible porque su eje, la defensa de la soberanía nacional como factor estratégico, crucial, ha dejado de ser un tema para los europeos, sobre todo para los españoles.
El ejercicio de la soberanía nacional, entendida en el sentido tradicional, implica, al menos, tres cosas: el manejo de las políticas exterior, de seguridad y de defensa, el control de las fronteras (inmigración y aduanas) y el control de la propia sociedad (economía, policía, seguridad social). Pues bien, nadie puede negar que el sueño europeo se ha construido socavando estas facultades; y si no ha llegado más lejos no ha sido por falta de ganas en Bruselas y entre los federalistas europeos, sino por las inercias y resistencias de los propios estados.
Por lo que hace a la España de Zapatero, Moratinos, Bono y Chacón, ha hecho dejación de sus funciones en lo relacionado con el control de las fronteras, por donde se nos han estado colando cientos de miles de inmigrantes ilegales –el freno ha sido la crisis económica, no medida gubernamental alguna–; y ha dejado nuestra política de seguridad en manos de instituciones multinacionales como la OTAN y la UE. De la política exterior, casi mejor no hablar, si pensamos, por ejemplo, en que es el señor embajador de Hugo Boss Chávez, Julián Isaías Rodríguez, que recorre el País Vasco cual procónsul romano, quien dicta nuestra política antiterrorista.
Los españoles somos un pueblo demasiado sumiso, pervertido por un estado paternalista que nos desangra a modo. Por eso tampoco valoramos en su justa medida el concepto de soberanía popular, ciertamente presente en nuestra constitución pero –como pone de relieve Alberto Recarte en su Segundo Informe– que en los hechos carece de sustancia. La soberanía popular consiste, esencialmente, en someter el gobierno y las instituciones políticas al control de la ciudadanía, como bien explica aquí el embajador Bolton. Es lo que querían los Padres Fundadores de los Estados Unidos y lo que reclaman hoy, dicho sea de paso, los seguidores del Tea Party, esa insurgencia conservadora tan denostada por nuestros lares a diestra y siniestra.
Bolton no entra aquí en controversias académicas, sino que disecciona cómo y dónde la administración Obama está cercenando la capacidad de decidir y actuar libremente de los Estados Unidos. En una primera y breve sección describe las características culturales del actual mandatario, a quien describe como "el primer presidente post-americano". Y es que Obama rechaza la tradición del excepcionalismo americano, que su país desempeñe un papel determinante en los asuntos internacionales y que los valores occidentales se postulen como universales.
Una vez encuadrado el personaje, Bolton aborda en un segundo capítulo las amenazas que sobre la soberanía nacional de EEUU plantean Obama y los obamitas. Bolton incide especialmente en el debate sobre si la ONU debe ser la única instancia legitimadora del uso de la fuerza –para él, esta postura es un grave error conceptual y práctico– y en la Guerra contra el Terrorismo, concepto que el actual inquilino de la Casa Blanca ha desterrado del vocabulario oficial porque quiere que los terroristas sean juzgados como simples criminales y no como combatientes enemigos. También dedica su espacio a tratados internacionales de dudosa validez, como el de armas estratégicas suscrito con Rusia, o la idea y práctica de la justicia universal, abanderada por los jueces españoles, a los que Washington ha dejado de oponerse.
Como no podía ser de otra manera, también arremete contra la maraña de compromisos internacionales que ponen en peligro la salud y la libertad económica de los Estados Unidos, todos bajo el paraguas de una globalización justa y sostenida. Como el famoso impuesto Tobin sobre las transferencias financieras, o las tasas ecológicas asociadas a Kioto.
La última parte de esta obrita, concisa pero demoledora, indica cómo puede protegerse la soberanía americana de las ínfulas internacionalistas de Obama. Tengo que decir que, desde mi punto de vista, es la parte más floja. Bolton considera imprescindible 1) comprender mejor la naturaleza y las formas de la amenaza internacionalista, 2) poner las cuestiones de seguridad y política exterior en el centro del debate político –particularmente en este año de calentamiento para las primarias y la carrera presidencial– y 3) hacer un trabajo de base sobre los congresistas para que tengan presente lo costoso y dañino que pueden resultar las cesiones en materia de soberanía.
Tengo el honor y el placer de conocer bien al embajador Bolton, y puedo decir que su prosa es como su verbo, suave pero cargado de dinamita. Lo que hace falta ahora es que pase del discurso a la acción. Bolton está constantemente en los medios como autor y comentarista, pero no es suficiente. Se tiene que preparar para presentarse como candidato a las primarias de este Partido Republicano post Tea Party. Él, que a los ojos de la izquierda –culta e inculta– europea pasará a la historia como un azufrado neocon, es en realidad un nacionalista americano. ¡Una pena que no sea español!
P. S.: Una última cosa: este librito de John Bolton forma parte de una larga serie de la editorial Encounter centrada críticamente en Obama; de ahí los títulos: Cómo Obama ha traicionado a Israel (Michel Ledeen), Cómo Obama está transformando el ejército americano en un tigre de papel (Jed Babbin), por citar sólo un par de ellos (hay dos docenas). Es una pena que nadie haga lo mismo aquí con esa auténtica arma de destrucción masiva que es Zapatero.
JOHN R. BOLTON: HOW BARACK OBAMA IS ENDANGERING OUR NATIONAL SOVEREIGNTY. Encounter Books (2010), 48 páginas.