
Existen, claro está, muchas obras que han ido sacando a la luz aspectos específicos, pero había que cumplir con un trabajo casi heroico de puro sacrificado: leer, estudiar, clasificar, exponer y contar las múltiples propuestas que la derecha intelectual española ha venido realizando a lo largo de cien años. Es lo que viene haciendo desde hace tiempo Pedro Carlos González Cuevas, profesor en la UNED y autor de una tesis doctoral sobre Acción Española, luego publicada como libro (1998), así como de una Historia de las derechas españolas que cubre desde la Ilustración hasta la actualidad (2000).
Ahora, González Cuevas ha publicado una obra más específica sobre El pensamiento político de la derecha española en el siglo XX, que cubre desde la crisis de la Restauración a la situación actual, denominada por el autor –según reza el epígrafe– "Estado de partidos".
La obra es un repaso sintético, informativo y útil de la obra de pensadores e intelectuales de la derecha española. La organización es cronológica y por individuos, lo que facilita la lectura. De esta se deduce que la derecha, en contra de lo que tantas veces se ha dicho, se ha esforzado por articular una posición ideológica, por elaborar una crítica consistente y actualizada de la modernidad, y también por fundamentar los presupuestos de su acción política.

Si de comparaciones se trata, el balance es, y con mucho, favorable a la derecha. La crítica al liberalismo, a la democracia y a la modernidad siendo igual de dura de un lado y de otro, está considerablemente más elaborada, y con mucha mayor sofisticación, por parte de la derecha que por parte de una izquierda intelectualmente zarrapastrosa.
Otra cosa es que la competencia en este terreno haya sido lamentable y que la izquierda tuviera la habilidad de hacerse con el control de la universidad y los medios de comunicación en los años 70, antes incluso de la muerte del dictador. Ahora puede por fin presumir. Habiéndose convertido al multiculturalismo, la izquierda es capaz de aliarse ya con cualquier cosa, islamismo y nacionalismo incluidos. Gracias a eso se ha convertido en el mayor enemigo de la libertad y de la democracia en el mundo.
Claro que en esa solidez intelectual está el problema fundamental de la derecha española en el siglo XX, en general, y de este libro en particular.

En cuanto a lo segundo, es decir al problema de este libro, consiste en haberse limitado a los ideólogos, pensadores y políticos de la derecha. El balance, en este aspecto, no es demasiado alentador, aunque González Cuevas cargue demasiado las tintas en la crítica: ni la Restauración fue el desastre que describe al hablar de la crisis del sistema, ni el conservadurismo ni el liberalismo se rindieron tan deprisa (a Maura hubo que descabezarlo sin el menor escrúpulo y a Canalejas tuvieron que asesinarlo), ni la derecha en tiempos de la República, a pesar de su desconfianza hacia el parlamentarismo liberal, era en la práctica tan autoritaria como aquí se da a entender. Lo mismo ocurrió durante el franquismo. La Transición no se habría hecho jamás sin una derecha que supo preservar, a pesar de todo lo ocurrido, el respeto a ciertos derechos y libertades.
Lo que ocurrió, probablemente, es que el pensamiento liberal conservador amante de la libertad se refugió en campos que no fueron la teoría ni el ensayo políticos, es decir en la literatura, la historia, la economía y la filosofía. Es cierto que no le corresponde a un libro como éste tratar a figuras como Baroja, Marañón, Flores de Lemus, Menéndez Pidal, Sánchez Albornoz, Díez del Corral, Maravall y tantos otros. Pero sin ese fondo, de una riqueza extraordinaria, es difícil entender lo que ha sido la derecha española, ni la Transición; ni tampoco, en buena medida, la actual y no tan reciente recuperación del liberalismo y del conservadurismo, disfrazados o no de centrismo. Por eso mismo es difícil entender que González Cuevas trate con tan poca generosidad a figuras como Julián Marías.
El libro, en cualquier caso, es oportuno como recordatorio y clarificación. En cuanto a algún aspecto puntual, es de agradecer que el autor insista en que Ortega era un conservador, algo que se olvida demasiadas veces, y es una pena que, habiendo escrito González Cuevas una biografía de Maeztu, no aluda a los escritos de cuando don Ramiro se volvió rabiosamente liberal y hablaba del dinero como si fuera un objeto de culto. Culto religioso, se entiende.