Al leer el libro Cristianos venidos del Islam. Historias de musulmanes convertidos al catolicismo, de Giorgio Paolucci y Camille Eid, por momentos me he visto sumergido en esos quijotescos pasajes. No solamente porque los relatos sean verdaderas aventuras –¡qué guiones de película se podrían sacar de algunos!–, sino porque rezuman un optimismo vital que, en el pesimismo de nuestra decadente sociedad occidental, destacan como la luminosidad de esas dos mujeres en la crepuscular y suave tristeza de la novela de Cervantes.
Como el título indica, los protagonistas de este interesante trabajo son personas reales, no entes de ficción como los de El Quijote, que se han convertido al catolicismo desde la religión musulmana. A través de los distintos relatos, está vivamente presente la aspiración del hombre no sólo a conocer teórica o conceptualmente la verdad, sino ante todo a vivir en la verdad y de ella. Porque al hombre, para ser feliz, para llevar a plenitud su existencia, no le basta con saber cosas; necesita que la verdad se posesione de él. Esto no sería posible si no se entregara a ella después de una búsqueda que siempre comienza cuando la verdad lo ha seducido a él.
Este camino hacia el sentido de la vida siempre se encuentra con dificultades; cada uno tiene las suyas. Muchos hombres prefieren vivir adormecidos por el arrullo de las verdades al uso. Pero los hay que no acallan el aguijón que los mantiene despiertos y les azuza a seguir caminando hacia el auténtico fin, por muchos que sean los obstáculos con que se encuentren en su peregrinar vital.
Los protagonistas de Conversos venidos... se topan con dificultades que, para la mayoría de los cómodos habitantes de nuestro opulento Occidente, además de resultar increíbles, serían motivo más que suficiente para tirar la toalla a las primeras de cambio. Mas, para estos conversos, la libertad encuentra su plenitud en serlo para el sentido de la vida, aunque no estén libres de algunas trabas:
En la historia de Sara, la verdadera protagonista es la libertad. La libertad de seguir la fascinación de una propuesta, aunque desbarate la existencia, aunque no se capten inmediatamente todas sus implicaciones, aunque sea necesario infringir reglas consolidadas durante años pero que se han convertido en una coraza sofocante.
¿Cuáles son estos impedimentos? Como reconoce el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre –que concierne tanto a los varones como a las mujeres–, todos tenemos "derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión". "Este derecho –agrega el citado artículo– incluye la libertad de cambiar de religión o de credo". Sin embargo, dejar de ser musulmán, pese a la alianza de civilizaciones, puede resultar incluso peligroso. Y no solamente en los países de hegemonía musulmana. En éstos –el libro ofrece un apéndice que recorre las distintas legislaciones–, la apostasía del islam, además de su frecuente consideración como delito –en algunos casos está penada con la muerte–, socialmente lleva aparejada un repudio que puede conllevar represalias tan severas que, en algunos casos, actúan como subsidiarias de las autoridades penales.
Pero ahí no acaba todo. Pese al marco legal de libertad, al menos teórico, en que vivimos en Occidente, el entorno familiar y social de los musulmanes puede hacer muy difícil que un inmigrante deje el islam simplemente, o cambie de religión. Lo cual hace que muchos antiguos musulmanes vivan su nueva fe en la clandestinidad, aun viviendo en Europa, por el temor a amenazas, represalias y hasta agresiones. En estos casos, la religión sí que "se confina en el ámbito privado", si se nos permite usar la laicista expresión de Vargas Llosa. Este velo de anonimato hace, por tanto, que sea muy difícil conocer las dimensiones del fenómeno.
El libro, en este punto, puede ser un buen revulsivo para empezar a considerar que la tolerancia, la libertad, etcétera, no son sinónimos de multiculturalismo; y, desde luego, lo que no se puede consentir de ningún modo es que haya un Estado dentro del Estado. Sería tanto como volver al mundo medieval, en el que las leyes no eran territoriales, sino que imperaban sobre unos grupos de personas sí y sobre otros no. Si esto fuera así, si esto estuviera empezando a ser así, estaríamos dejando de vivir en democracias, pues éstas se basan en que, en el territorio de una nación, todos los ciudadanos son libres e iguales ante la ley, sobre todo en lo que a derechos humanos respecta. En este sentido, la lectura de Cristianos venidos... es sobrecogedora, pues uno se da cuenta de que, en Occidente, algunos ciudadanos, en lo que a religión se refiere, son más iguales que otros. En España, incluso en otras cosas.
Pero ¿esa forma de entender la libertad religiosa únicamente como libertad para entrar en el islam responde realmente a la identidad de esta religión? El prefacio del libro, escrito por Samir Khalil Samir, trata de responder a la pregunta. Tras una erudita a la par que sencilla exposición, este jesuita egipcio llega a la conclusión de que "el delito de apostasía y su castigo, con la muerte del apóstata, que se presentan como fundados sobre una larga tradición en el islam, en realidad, no tienen un fundamento islámicamente aceptable". Y añade:
No tienen su fundamento en el texto del Corán, ni en la sunna, ni los hadith los justifican. Y tampoco la historia de los primeros años del imperio islámico autoriza semejante interpretación […] Es una invención de los juristas musulmanes, sostienen los [musulmanes] liberales, y ha sido promovida por motivos esencialmente políticos.
A pesar de que, según la biografía que Ibn Hisham escribió sobre Mahoma, éste emprendió en vida 19 guerras, no ejecutó a nadie por apostasía; es más, en dos ocasiones impidió que sus fieles mataran a un converso. Por cierto, quien quiera enterarse de lo que es el islam y salir de los tópicos televisivos sobre el mismo puede servirse, como primer paso, del libro del propio Samir Khalil Samir Cien preguntas sobre el islam, en el cual es entrevistado por los autores del que estamos comentando ahora.
El reto que tiene ante sí el islam es grande, en éste y en otros puntos, y el debate, aunque bastante soterrado para nosotros, probablemente sea mayor de lo que podemos sospechar. Esta dialéctica interna es principalmente fruto del fuerte contacto con otros mundos. Pero también lo es, en gran medida, la radicalización de algunas corrientes musulmanas que, sintiéndose inseguras ante un Occidente que parece amenazar sus certezas, poniéndolas en cuestión, prefiere asegurar, por la fuerza, las verdades profesadas; acaso por haber perdido la confianza de ser sostenidos por ellas. La importancia de esta encrucijada histórica para el islam lleva a decir al sabio jesuita:
Es importante que los países occidentales, que con frecuencia se han hecho portavoces de la defensa de las libertades, sostengan los esfuerzos de los intelectuales musulmanes que se esfuerzan para conciliar la fe islámica con los Derechos del Hombre y que luchan por un islam con rostro humano.
Pero la lectura del libro no solamente lanza un envite al islam y a las democracias occidentales. Sus historias, leídas con una cierta detención, deberían de llevar a muchos a replantearse bastantes formas pastorales en la Iglesia Católica, por pertenecer a la cual estos conversos han arriesgado tanto. En primer lugar, estas narraciones son una llamada a la realización, en Occidente, del primer anuncio del Evangelio a las personas concretas, sean musulmanas, ateas o cristianas inerciales, y no a grupos, generaciones, categorías, clases, etc. En segundo lugar está la cuestión de la iniciación cristiana, pues al que quiere ser cristiano no le basta con que todo quede prácticamente reducido a un "trámite sacramental". Por último, Cristianos venidos... nos hace ver cómo con frecuencia estas personas, después de las dificultades sufridas, se hallan, tras el paso dado, en una gran soledad, porque no se encuentran con que al final de su recorrido haya una comunidad viva de fe que los acoja.
El primer musulmán del que se tiene noticia que se convirtió al cristianismo se llamaba Ubaidullah bin Jazz. Ocurrió en vida de Mahoma. Antes de la Hégira (622 d. C.), formando parte de un grupo islámico, se refugió en Etiopía. Allí conoció al Jesús de los Evangelios y se bautizó. Tras dar este paso, decía a sus antiguos compañeros musulmanes: "He encontrado lo que seguís buscando".